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Es innegable que cada vez con más frecuencia llega al gobierno de un país una figura que incomoda a los medios de comunicación. Esta figura suele ser enemiga de los medios porque, a través de diferentes mecanismos, llega a disputar la hegemonía mediática de la que, históricamente, han gozado los grandes canales de televisión, los diarios y las radios.
Los mecanismos de disputa de la hegemonía mediática, mencionados anteriormente, son variados y diversos. Pueden ir desde el simple carisma del líder –quien se apoya en herramientas como las redes sociales para diseminar su mensaje– hasta el uso de legislación que procure controlar el contenido publicado por los distintos medios.
Más allá de las formas y las herramientas que esta figura anti-mediática pueda utilizar, lo cierto es que, cuando alguien llega a puestos de poder (especialmente a través del voto) y disputa la hegemonía de los medios, éstos prácticamente lo declaran el enemigo público número uno.
Cuando se dan situaciones así, los medios de comunicación se convierten en el más acérrimo opositor del gobierno de turno. Las investigaciones periodísticas se redoblan, las columnas de opinión se recrudecen, y no es extraño escuchar a los presentadores de noticias presentar opiniones personales visiblemente sesgadas, en contra de quien se ha convertido en su piedra en el zapato. Cuando alguien llega a incomodar la posición de control sobre el discurso y la opinión pública, los medios convierten a esa persona en el núcleo de todo aquello que está mal en un país.
Algunos ejemplos que permiten explicar de mejor manera esto son, entre otros: Donald Trump, en EEUU; Lula da Silva, en Brasil; el matrimonio Kirchner, en Argentina; y, muy seguramente, también entrará en esta lista Pedro Castillo, recientemente posesionado como presidente en Perú.
En el caso de Ecuador, es indiscutible que esta figura popular con la que se pelearon los medios de comunicación, fue (y es) Rafael Correa. El expresidente ha tenido una relación turbulenta con grandes medios como Ecuavisa, Teleamazonas, Diario El Universo, entre otras. Correa, desde sus sabatinas y su cuenta de Twitter, y los medios desde sus noticieros o sus portadas, han alimentado el fuego de la disputa durante más de una década. Tan fuerte ha sido la pelea que, hasta el día de hoy, más de 4 años después del fin de su mandato, Correa sigue siendo el enemigo número uno de los grandes medios tradicionales.
En este punto, sin embargo, es importante preguntarse ¿qué deben hacer los medios, una vez que su enemigo ha perdido el poder? Durante años han construido una imagen absolutamente negativa sobre un tirano, un caudillo… un dictador. ¿Qué se hace una vez que este enemigo ya no tiene tantas facilidades para disputar la hegemonía mediática? ¿Se lo deja en paz? ¿Se lo sigue atacando? ¿Se hacen odas a su sucesor?
Aquí, debemos aprender de los errores que en otros países se han cometido cuando se han enfrentado a situaciones similares. En EEUU, por ejemplo, una vez que perdió Donald Trump y ganó Joe Biden, los medios mudaron su discurso fatalista y poco les ha faltado para construir una estatua para el presidente actual. En ese camino, han omitido la presentación de los múltiples errores que Biden ya ha tenido en la Casa Blanca: poco se habló del bombardeo sobre territorio sirio, o del hecho de que la vicepresidenta Kamala Harris ha tenido una retórica muy similar a Trump en materia de la crisis migratoria en la frontera con México. El actual gobierno recibe un pase libre por parte de los medios, por el simple hecho de que no son Trump.
Algo similar se puede señalar con Globo, en Brasil, que calló muchos errores de Michel Temer; así como los canales argentinos, que dejaron de ser críticos con la gestión del gobierno, una vez que Mauricio Macri asumió el poder.
¿Y en Ecuador? Durante el gobierno de Lenin Moreno ya se vieron algunos patrones de este encubrimiento mediático, justamente en aquellas ocasiones en que este se distanció de Rafael Correa. Por eso, por ejemplo, los canales de televisión pasaron Bob Esponja durante las movilizaciones de octubre de 2019.
A pesar de ello, existe el miedo de que, ahora que la presidencia la ha ganado un amigo de los grandes medios, ese “pase libre” que se entrega a quien no dispute la hegemonía comunicacional, se convierta en una franca impunidad mediática. Hay temores, y pequeños indicios ya, de que Guillermo Lasso será blindado por la tele, los diarios y la radio.
Que hay que aplaudir la aceleración en el proceso de vacunación, sin lugar a dudas. Pero no por eso vamos a cerrar los ojos ante la realidad, todavía muy dura, de gran parte de la población ecuatoriana. El hambre, el desempleo, la pobreza y la miseria no han desaparecido con un chasquido de dedos por parte del Presidente; y esa realidad, muchos medios, como por arte de magia, han decidido callar.
Los medios de comunicación deben ser la primera línea crítica para que los ciudadanos puedan evaluar la gestión de un gobierno; deben democratizar la información y los acontecimientos que suceden en el país. Deben contrastar la información e intentar presentar las dos caras de la moneda. Deben ser un espacio que se mantenga vigilante al trabajo del gobierno, y mostrar los errores, así como los aciertos, que este pueda llegar a tener.
Necesitamos medios de comunicación verdaderos, porque para agencias de relaciones públicas ya están los tikloks gubernamentales, los tuits oficiales y los comunicados que vienen desde Presidencia.
Comunicador Social graduado por la Universidad del Azuay en el año 2020; apasionado desde pequeño por el periodismo, la política y las temáticas sociales. Orgullosamente latino, ha tenido la oportunidad de vivir en países como Brasil y Chile, además de su natal Ecuador. Inquisitivo y crítico, gusta de hacer trabajo periodístico que combina la fotografía y la escritura.