El banco comunitario del grupo de mujeres de la parroquia San Cristóbal, nació hace 16años. Son trece mujeres campesinas que han pasado por un arduo proceso de trabajo y dedicación, para poner en marcha un proyecto que finalmente les permitiera salir de la extorsión y el abuso de los chulqueros de la comunidad, quienes históricamente les robaron a sus abuelos, a sus padres, a ellas y sus familias a través de un sistema de préstamos con altísimos intereses, robándoles no solo sus bienes y parcelas sino también la oportunidad de un futuro para sus hijos e hijas.
Su determinación por salir adelante, las llevó a construir una organización comunitaria que ha pasado desde los talleres de formación, a una asociación de bordadoras, un grupo de elaboración de artesanías, proyectos de producción de animales menores, invernaderos, etc. Todos estos intentos buscaban mejorar sus condiciones de vida que impedían que sus hijos e hijas estudiaran el colegio y quizás algún día, la universidad. Pero fue la implementación de un pequeño banco comunitario que nació en 2007, lo que no solo eliminó sus deudas impagables, sino se convirtió en su espacio de solidaridad y de ejercicio de su autonomía económica, lo que les permitió cumplir sus sueños. Ellas decidieron que el destino de sus préstamos y ahorros tendría una prioridad: invertir en la educación de sus hijos e hijas. Hoy gran parte de estos jóvenes, han llegado a ser profesionales. Hay economistas, contadores, maestros, veterinarios muchos de los cuales atienden en su propia comunidad. Otros lograron hacer sus propios emprendimientos y romper definitivamente el círculo de pobreza. Está comprobado que solo hace falta brindar una oportunidad, para que la gente sencilla pueda transformar sus vidas. He llorado muchas veces al escuchar sus historias de lucha y cómo lograron alcanzar sus sueños.
Pero ayer me enteré que dos hijas de una de las socias del banco comunitario, han decido migrar con la ayuda de un coyote. Me he quedado indignada. Ambas son chicas inteligentes, responsables y trabajadoras que tenían su emprendimiento. Un taller de costura para hacer uniformes escolares. Invirtieron en el local, en máquinas y materiales, generaron empleo para varias operarias y firmaron un convenio con el maldito gobierno que se comprometió a pagarles por sus productos. Al principio iba bien, pero su emprendimiento quebró porque el maldito gobierno nos les ha pagado los últimos meses.
Maldito gobierno, porque ha desbaratado la esperanza de las y los jóvenes de este país, porque la migración se ha convertido en la salida para quienes no encuentran trabajo. Maldito gobierno, porque su falta de capacidad para generar empleo ha sido evidente. Pero no solo por eso, sino porque su incapacidad ha llevado a este país a la crisis económica, energética, ambiental y social más profunda de la región. Maldito, porque en su descaro, entrega medallas a sus mediocres funcionarios. Maldito porque ni siquiera tiene la decencia de reconocer su fracaso y escribe un pésimo libro para tratar de seguir engañándonos. Cree que, con dejar su retrato en la sala amarilla, tiene derecho a querer volver en el 25.
Solo espero que las hijas Zoilita lleguen sanas al país del norte y que sus tiernos hijos que ahora se quedan con su abuela socia del banco comunitario, no sean nuevamente engañados por gobiernos malditos que solo buscan satisfacer sus interés egoístas y aprovecharse de la sencillez de nuestro pueblo.
Ex directora y docente de Sociología de la Universidad de Cuenca. Master en Psicología Organizacional por la Universidad Católica de Lovaina-Bélgica. Master en investigación Social Participativa por la Universidad Complutense de Madrid. Activista por la defensa de los derechos colectivos, Miembro del colectivo ciudadano “Cuenca ciudad para vivir”, y del Cabildo por la Defensa del Agua. Investigadora en temas de Derecho a la ciudad, Sociología Urbana, Sociología Política y Género.