Septiembre es el tiempo de la mujer, la energía femenina, la fertilidad de la Madre Tierra. La valoración de la semilla como símbolo de vida, continuidad y resistencia. Son tiempos de agradecimiento a la Tierra y el fortalecimiento de la espiritualidad por el fin e inicio de un nuevo ciclo. Un mes que se recuerda a una de las grandes heroínas de las luchas de liberación, Bartolina Sisa, quien murió descuartizada y pagó muy caro por haber levantado un ejército de mujeres para luchar contra el esclavismo y la opresión de los colonos invasores, en 1871. En conmemoración de la muerte de esta valerosa mujer, el 5 de septiembre, se ha declarado como el Día Internacional de la Mujer Indígena o nativa. Fecha para visibilizar la resistencia y liderazgo de miles de mujeres que defienden la biodiversidad, el conocimiento y los derechos en sus territorios. Centrar las miradas en las voces, sentires y en los pensamientos de las mujeres del Abya Yala.
Las luchas de las mujeres son históricas, una lucha de resistencia, de esperanzas y sueños desde hace más de 500 años, una lucha por recuperar la libertad, la tierra y los territorios. Recordemos a Ana Caona (Flor de Oro de Haití), Micaela Bastidas, Bartolina Sisa, Tomasa Tito Condemayta, Gregoria Apasa, Juana Azurduy, Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña, Manuela León, entre otras. Luchas que siempre han estado enlazadas a la historia de cada país y entrelazadas a diferentes resistencias y actores.
Así la lucha de Dolores Cacuango, no solo fue por la liberación indígena de los wasipungos, fue por la dignidad del ser humano, de todos los sectores oprimidos por el sistema patriarcal colonial. (“Todos los compañeros yo he cogido… Por toditos se ha luchado” D. Cacuango).
Sin miedo a la muerte hemos estado presentes en todas las luchas. Así en 1990 un grupo de mujeres dirigidas por Blanca Chancosa se tomó la catedral de Quito. En el levantamiento del 15 al 17 de agosto de 2015, en Saraguro, una mujer, Rosa Carmela Japón de la comunidad de Jaratenta fue capturada y enjuiciada, estando dentro de este juicio, ella murió (Información de su esposo, Tayta Salvador Japón).
Las mujeres desempeñan un rol fundamental en la defensa de la biodiversidad y la transmisión de los conocimientos. Históricamente enfrentan la pobreza, la discriminación, la desigualdad, la violencia de género y la vulneración de sus derechos. Ser mujer nativa originaria es un reto porque es responsables de garantizar la transmisión de la cultura, el idioma, los valores: “tejer la paz a través de la palabra, velar por el bienestar” del ayllu, del ayllulakta y el sumak kawsay[1] dentro del territorio.(A.D. Fernández, La Guajira, Rev Seyuu, Colombia, 2025).
Las mujeres sostienen las luchas contra las políticas extractivistas en primera línea y en la defensa de sus territorios porque la pérdida de estos elementos está asociados al deterioro de su vida y de los suyos. La destrucción de los páramos, del agua pone en peligro la salud, la alimentación y sus formas distintas de vida, su cultura, sus creencias y la espiritualidad. De ahí las mujeres del campo, del área rural son cuidadoras de la vida, del agua, de los espacios sagrados y de la producción desde una visión colectiva.
Las experiencias de mujeres en defensa de la salud, la supervivencia y el territorio ha permitido entender los vínculos que hay entre el género y la Madre Tierra. Cuidar los bosques, el agua y la vida de toda la gente que habita en la Tierra es proteger la supervivencia de la humanidad.
No obstante, la aportación de las mujeres al mantenimiento de la vida va más allá del espacio doméstico, no solo han estado en las tareas de cuidado o poniendo el cuerpo en primera línea, sino sobre todo han sido “intelectuales y estrategas de quienes tenemos mucho que aprender” (Sofía Lanchimba, 5 de septiembre 2025).
La memoria y el patrimonio cultural de los pueblos originarios requiere del territorio. Nuestros territorios son patrimonio cultural heredados desde miles de años. En aquellos tiempos y espacios nacieron, se desarrollaron y volvieron al seno de la tierra. Nos dejaron una herencia de conocimientos, filosofías, espiritualidades y cosmovivencias que los venimos tejiendo, hilando y caminando cotidianamente a través de historias, relatos, artes y artesanías.
Las mujeres entendieron que la vida y la actividad económica no es posible sin los bienes y servicios que nos brinda el planeta Tierra y sin los trabajos de las mujeres… Cristina Carrasco irónicamente decía: “Para conciliar la vida familiar y la laboral las mujeres necesitan…una esposa… Y eso ha sido difícil”.
El territorio y la relación de la mujer
El territorio es un SER que nace, crece, se desarrolla y muere. El desierto es un territorio muerto. El territorio es una proyección de cada una de nosotras. Es TODO, el hábitat, es la casa común donde habitamos todos los miembros del ayllullakta. El territorio es el espacio donde se hereda, se intercambia, se crea, se aprende, se acorazona; permite maternar, criar, cobijar. El territorio es parte de la Pachamama que nos permite crecer y adquirir conocimientos; es la cuna de un Wiwanakuy: crianza mutua. Los ancestres decían es la “universidad de la vida”.
La relación Mujer-Territorio viene dado por la siembra de la placenta o matriz en la Madre Tierra (algunas culturas lo hacían en las alturas de los cerros) que será el cordón umbilical de conexión que mantendrá un latido permanente. Es decir, el territorio es el punto de encuentro, el punto para reconocernos con nuestro origen, con nuestro cordón umbilical. De ahí yo creo viene la sensibilidad y amor de cuidar y proteger la Pachamama. Y por ello estamos más cerca de la tierra, del bosque, de la comunidad y de las huertas o chakras y de la casa (Martha Pascual, Yayo Herrero, 2010).
El territorio integra los elementos de la vida en toda su diversidad natural y espiritual: la tierra con su diversidad de suelos, ecosistemas y bosques, la diversidad de animales y las plantas, los ríos, lagunas y esteros. La Tierra es Allpamama, es de donde venimos y a ella retornamos. Cuando se destruye el territorio también nos destruimos. Si los páramos están bien, todos y todas estamos bien.
La aportación de las mujeres al mantenimiento de la vida va más allá del espacio doméstico. Ellas se ocupan de mantener la producción en los terrenos comunales; organizan la vida comunitaria y los sistemas de protección social ante el abandono de las autoridades; han defendido sus tierras y la supervivencia de su familia y la comunidad; mantienen la salud de la familia y del ayllu, y para ello es importante el cuidado de las de bosque, de las plantas que son nuestra farmacia.
Como hacemos la transmisión: desde nuestros vientres, desde el corazón que tiene las memorias colectivas y lo transmitimos en los fuegos de hogar, en el caminar hacia las cumbres, en las enseñanzas a las niñas y niños, en los centros educativos, en las mingas comunitarias y en los proyectos de recuperación de lo nuestro.
¿Qué quiere decir estar en territorio? ¿Cómo lo sentimos?
Habíamos dicho que la Madre Naturaleza es un Todo: tierra, agua, fuego y aire. Por tanto, estar en territorio es sentir el palpitar de la tierra. Sentir como la comunidad, el ayllu participa en las diferentes actividades, ya sea en trabajos, mingas y festividades. Cómo cada uno tenemos obligaciones con la familia con los comuneros/as. Sentimos cómo nos afectan los problemas de salud, la pobreza y la contaminación. En la comunidad se toma fuerza para superar problemas, pérdidas de seres queridos porque el ayllu le ayuda a trascender los dolores y sufrimientos. Permite sentir el amor, el cariño del ayllu. Allí podemos llorar y expresar nuestros sentimientos y dolores; así podemos sentirnos libres, más protegidas y con menos contaminación. Por las noches se puede observar la Luna, las estrellas, la Cruz andina, se puede hablar, sonreír y sentir sus influencias.
Vivir en territorio nos permite tejer relaciones entre comuneros/as, con otras comunidades y con las organizaciones para analizar y resolver los problemas en conjunto para el bienestar colectivo. Solo en el territorio podemos ejercer nuestros derechos colectivos, como la justicia indígena, la educación propia, hablar nuestro idioma, tejer la palabra y correrla como el Agua, practicar la espiritualidad, ejercer los cargos que los comuneros le dan para el servicio a la comunidad.
Y, finalmente, se puede decir que la lucha de las mujeres es un acto político y fundamento para la transformación social. Ellas han tenido y tienen un papel protagónico en movimientos de defensa de los territorios, de la salud, de la educación. La lucha por la defensa de los territorios y el agua no es actual, ha sido siempre. Hemos ido tejiendo de ayllu en ayllu, de llakta en llakta.
Si los recursos de la naturaleza se degradan o ven amenazados encontramos grupos de mujeres organizadas en su defensa. De ahí que nuestras luchas son históricas, de resistencia, contra las injusticias, la violencia y los racismos, tanto de los gobiernos, de las instituciones del Estado como de la sociedad. Ante esta realidad -hasta ahora- seguimos sembrando, resistiendo desde la protección de los bosques, del agua, de las semillas, de las parcelas comunitarias, desde la vida organizada y comprometida a seguir caminando hasta el último aliento porque: “Somos como los granos de quinoa, si estamos solos, el viento nos lleva lejos, pero unidos en un costal, nadie nos puede vencer (Dolores Cacuango).
Conscientes de que la destrucción de la Madre-Tierra y sus elementos están asociados al deterioro de la vida de toda la gente que habita en ella, por lo que urge defender la supervivencia humana.
El contexto neoliberal de despojo económico y de desprotección social ha incrementado la feminización de la pobreza. Los costos de los ajustes estructurales y de las políticas fiscales recaen sobre los hombros de las mujeres, traducidos en desempleo, flexibilización laboral y desmantelamiento de servicios públicos de salud, educación y protección social por lo que el camino que nos queda es la unidad y la lucha de todos los sectores explotados.
[1] El sumak kawsay (Constitución 2008) se centra en tres aspecstos o condicionamientos; una visión estatista; ecologista, defensa de la naturaleza; y visión andina, el buen vivir en armonia y relacionalidad con el Todo.
Portada: imagen tomada de https://n9.cl/65xq

Nativa de Saraguro. pertenece a la nacionalidad Kichwa. Estudió en Zamora en la Escuela de Líderes. Cursó estudios universitarios en Cuenca. Es abogada, tiene estudios en lengua y literatura, es magister de Estudios de la Cultura y un Diplomado en Educación Intercultural Bilingüe. Maestra de secundaria y educación superior, investigadora. Ha publicado varias obras, así como artículos en revistas y periódicos. Ha desempeñado varios cargos vinculados a Educación Bilingüe. Es conductora del programa Ñukanchik llata Kashpa (Nuestra identidad) en la Radio comunitaria de Saraguro “KIPA RADIO”, FM 91.3.