En estas semanas celebramos el Bicentenario de la Independencia de Cuenca de manera muy diferente a lo que la mayoría hubiéramos deseado. Un recorrido por las calles alrededor del parque Calderón al iniciarse el feriado de noviembre nos dejó con una sensación de nostalgia por aquellos momentos de alegría y jolgorio del pasado que se contraponen a los rostros encubiertos del presente. La ciudad esta engalanada con banderas y colores, amarillos y rojos, pero no podemos ver las sonrisas de los jóvenes y las expresiones de los mayores en detenida conversación sobre la vida en los bancos de la antigua plaza mayor.
El sentimiento de inseguridad, de que las cosas no son como deberían ser, nos invade. Nos sentimos presos de una situación ajena a nuestra voluntad, de aquello que nos ha arrebatado la libertad. En estas circunstancias puede ser un ejercicio valioso repasar las lecciones del pasado, reconociendo que la vida no es como la planificamos y que las celebraciones pueden ser motivo de solidaridad y gratitud, a pesar de los enormes desafíos que nos circundan.
En febrero de 1822 cuando la llegada del mariscal Antonio José de Sucre finalmente puso final a más de un año de privaciones y atrocidades cometidas bajo el mando del coronel Francisco González, la celebración dispuesta por el Cabildo consistía en la iluminación de la ciudad, y por lo demás “…restaba únicamente dirigir al cielo las gracias de un acontecimiento en cuya base se funda la futura libertad política de esta Provincia que ya había tocado en los términos de su ruina por el despótico gobierno constitucional, con los demás perjuicios inmensos que había recibido por el ejército de la constitución”[1].
Meses más tarde y en júbilo por la victoria de Quito se pidió una contribución a cada uno de los cabildos de la región para que se realizaran corridas de toros y se designaran directores de mojigangas conforme a la costumbre inmemorial de la provincia. La respuesta del cantón Gualaceo refleja la desesperada situación de los pueblos al indicarse la imposibilidad de cumplir con lo requerido por estar envueltos en la miseria y la devastación. Las autoridades de Cuenca acordaron entonces informar al Gobernador de la Provincia que los cantones “…se abstienen de hacer novedad con perjuicio de los miserables habitantes” y que los gastos tenían que ser asumidos por los diputados.[2]
Aun en 1824 en contestación al comunicado del Intendente “…sobre que se debía organizar la pública solemnidad de las fiestas Nacionales dispuestas por la ley fundamental” una vez más el Cabildo cuencano reparó en la dificultad por “…las circunstancias de pobreza de esta provincia y el hallarse gravitando todavía las contribuciones extraordinarias”. La solución acordada fue realizar una corrida de toros con la contribución de tres pesos de cada uno de los miembros de la corporación para que fueran distribuidos en juegos artificiales y lo demás que fuera inevitable.[3] Las conmemoraciones son necesarias. Es debido recordar los hechos históricos, reconocer las luchas llevadas a cabo por nuestros antepasados y celebrar la cimentación del propio terruño, pero esto no deberá quedar solo en una manera romántica de idealizar el pasado, sino inspirarnos para sobrellevar los retos actuales. La conmemoración de los 200 años de independencia marca además el inicio de la construcción del próximo centenario. Festejemos entonces los hechos que nos unieron, enfrentando la realidad con responsabilidad, con muestras de gratitud por el derecho a elegir nuestras propias autoridades y a decidir sobre nuestros recursos, pero, sobre todo, con ánimos a que esto sea un motivo más para fortalecer el apoyo mutuo entre conciudadanos.
[1] AHM/C, Actas de Cabildo, L. 2453-32, f. 1 (1822).
[2]AHM/C, Actas de Cabildo, L. 2453-32, f. 73, 75v (1822).
[3] AHM/C, Actas de Cabildo, L. 2453-32, f. 312v (1822).