LA VOZ DE LAS PIEDRAS, primera novela de la escritora colombiana Nobara Hayakawa, es un relato intimista que no sólo conmueve, sino provoca sensaciones y sentimientos varios como empatía, congoja, rabia, asombro, rechazo; desde una prosa bien hilvanada, poética a ratos y con toques de humor que aparecen en los momentos precisos.
Nos cuenta -parece sin guardarse nada- lo que descubrió del pasado de su familia, en una especie de catarsis, buscando y encontrando los muchos rizomas que han generado lazos biológicos o familiares.
Un recuento construido en base a la transmisión verbal sobre todo de su madre, a las imágenes, documentos, investigación y presumo, el escudriñamiento producto de la curiosidad o la necesidad de saber, ese que hemos practicado –seguramente todos- para enterarnos algo más sobre el dadaísmo, el esperanto, el feminismo de la época o de las vidas de los protagonistas que nos presenta.
Lo primero que pone de manifiesto la autora, es la incertidumbre e incluso el caos que se genera en una o varias vidas, al conocer parte de la verdad sobre los orígenes, pues cuando Nobu descubre que sus padres no eran los biológicos, “de una manera lenta pero implacable todas las piezas sueltas de su infancia empezaron a encajar…se cerraron preguntas antiguas que no se habían alcanzado siquiera a formular y se abrieron unas nuevas”.
Intercala los textos con imágenes que aportan lo suyo.
Habla del silencio de las fotos: “La imagen fija congela el tiempo y eso es justo lo que uno busca en la revisión del pasado: detener por un instante el vértigo de lo que deja de ser mientras sucede para poder pensar y para poder sentir”. Sostiene que “Retratar a alguien es una labor de ficción…es imposible hacer un retrato fiel de alguien. En un texto hay todavía menos información y solo existen las interpretaciones que se expresan en palabras, con todo su potencial y sus limitaciones, permeadas de emociones y prejuicios en un vago flujo de fragmentos de un todo que se nos escapa.”. Poniendo de manifiesto, que cualquier cosa que se cuenta por más investigación e información recabada, así como las fotos, nunca será completa ni toda la verdad, porque “Ver al otro resulta más difícil de lo que uno cree”.
Dice Nobara, “No me cabe ninguna duda de que salimos mejor en las fotos que nos toma alguien que nos quiere o nos desea, porque la fotografía puede ser un testimonio de intercambio energético entre el que mira y el que es mirado. Es la ineludible subjetividad de la mirada la que construye la imagen.”. Añadiría yo, que con el relato pasa lo mismo, la recreación del personaje sale mucho mejor, si quien cuenta su historia es alguien que lo quiere o lo desea.
Con estos antecedentes invita al lector a adentrarse en su versión de la historia familiar, llevándonos a conocer también parte de la historia de un Japón adolorido y doliente, del que fueron protagonistas sus parientes de sangre, señalando que “La recreación a partir de los recuerdos y registros ajenos es también un acto de invención al estilo del collage…”, confesándose con los lectores con honestidad, cuando dice “En el proceso de construir el retrato de mis ancestros, mi vida interfirió de manera constante…”, por lo que seguramente fue imposible no contarnos lo que considera destacable de la suya.
Propone reflexiones sobre la vida, la individualidad, el amor, la necesidad e importancia de los vínculos.
Nos remite constantemente a la música, que se produce con “los intervalos de silencio (que) permiten la existencia del ritmo y la melodía”, a esos sonidos que se ven, que tienen color como la voz de los seres queridos.
El inter relacionamiento de sus ancestros, resulta a momentos intrincado, difícil de seguir sin volver reiteradamente a esa imagen genealógica que coloca en la página 45, probablemente con la certeza de que sería la página más visitada.
No logré encariñarme con la mayoría de personajes de la historia, personas con actividades públicas destacables y/o importantes, en las que sentí un individualismo extremo y un reprochable comportamiento parental. No me cabe el abandono a los hijos.
Quizá influenciada por el conocimiento de la historia de sus ancestros y de todos a los que sacrificaron “a pretexto” de una causa; desde la condición de mujer hace una crítica al feminismo, cuando dice: “pienso que la llegada de la lavadora de ropa y todas las invenciones tecnológicas que alivian el trabajo doméstico ha hecho más por la liberación de las mujeres de lo que se piensa. Una liberación que es del tiempo vital, de las horas para hacer esas otras cosas que uno hace para ser quien uno es”. No sólo sonreí sino pensé que tenía razón, pues los roles asignados poco han cambiado.
Me gusta la forma y el tono diferente con el que da voz a cada uno de los muertos, en los capítulos en los que toma su lugar.
Cita al poeta, dramaturgo, novelista… francés Antonin Artaud, quien habría escrito “Aquellos que viven lo hacen de los muertos”, para luego escribir “Y acá estoy yo, viviendo de los muertos que me precedieron, en mi nombre y en el de ellos todos. Soy la acumulación y el olvido. Soy la reinvención y el vacío sobre el que se derrama el tiempo.”, porque al escribir vive por ellos, seguramente se transforma y los habita, no así con los vivos, hecho que resalta cuando dice: “Puedo contar todas las cosas que le han pasado a Nobu en orden cronológico y aun así no logro hacer un retrato suyo…Hay mucho más de una persona en todo lo que nunca sabremos de ella y en lo que no podemos entender ni alcanzamos a percibir. Mientras esté viva ningún retrato le hará justicia porque está demasiado cerca.”.
Dice Nobara que “Pensar en el pasado también es un ejercicio raro, que se ve interrumpido constantemente por la vida presente…La escritura sí es una especie de enamoramiento, un arrebato…, y una relación llena de descubrimientos acerca de uno mismo y de ese otro narrado, acaso ficticio, que va apareciendo sin avisar”.
Casi al final del libro confiesa que en su “afortunada vida no ha pasado nada extraordinario: todo lo que me ha sucedido son las otras personas con su irrepetible singularidad.”, lo que me hizo pensar, que quizá precisamente la condición ordinaria sea lo que la hace extraordinaria, seguramente su hija así lo cree.
Define a este libro como “…esta conversación escrita con mis sombras… esta imagen borrosa o equivocadamente nítida y parcial de mi familia.”, en la que le han quedado muchas preguntas sin responder, pero “Todo lo que queda oculto de alguna manera vibra en lo visible, y todo lo que no se dice también es importante…Tenemos derecho al secreto, a no revelar lo que queremos enterrar en el olvido…”.
Sí es como dicen los “sintoístas y los sabedores indígenas de América” a los que se refiere, Nobara escuchó y compartió “…las voces que duermen en las rocas de (sus) ancestros…”, siendo quizá una invitación a que escuchemos las de los nuestros.
Imagen tomada de: https://www.planetadelibros.com.ec/

Mujer estudiosa y analítica, lectora atenta y escritora novel. Doctora en Jurisprudencia y Abogada – Universidad de Cuenca, Máster en Gestión de Centros y Servicios de Salud – Universidad de Barcelona, Diplomado Superior en Economía de la Salud y Gestión de la Reforma – Universidad Central del Ecuador. Docente de maestría en temas de políticas públicas y legislación sanitaria –Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; en el área de vinculación con la sociedad, legislación relacionada con el adulto mayor – Universidad del Adulto Mayor. Profesional con amplia experiencia en los sectores público y privado, con énfasis en los ámbitos de legislación, normativa y gestión pública.