La sociedad que vivimos, paradójicamente desenmascarada en este tiempo de mascarillas y cubrebocas, corresponde a un mundo fragmentado, marcado por la inequidad, el individualismo y el acceso desigual a los recursos; vivimos épocas de desmantelamiento paulatino de lo público, el sistema colapsa y arrasa con la naturaleza, la corrupción se ha vuelto un mal endémico, al tiempo que aumenta el desencanto con la distorsionada política de los viejos y nuevos partidos. La realidad nos muestra que la economía de mercado fomenta la desigualdad y erosiona la cohesión social. Frente a este panorama, poco esperanzador, la búsqueda de alternativas es urgente y, en ese contexto, pensar en escala comunitaria y mirar a las culturas tradicionales puede ser un camino y una luz para repensar la economía y la vida social.
En el mundo andino, el principio del ayni, o la reciprocidad, se mantiene vigente hasta hoy. El ayni se fundamenta en el cuidado mutuo, el cuidado de la comunidad, pero también de la naturaleza, pues el ayni es el reflejo de una relación profunda con esta. El cuidado mutuo es el cuidado de uno, que solo es posible en el cuidado de los otros -humanos y no humanos-, de la comunidad, del agua y de la tierra.
Antropológicamente, la reciprocidad hace referencia a una forma de intercambio, en la cual no está involucrado ni el precio ni el dinero. El término está asociado a Karl Polanyi, quien, sobre la base de estudios realizados por Malinowski, concluyó que la reciprocidad era uno de los principios básicos que organizan a la economía, junto con la redistribución.
Igualmente, importante fue el trabajo del antropólogo Marcel Mauss, en cuya obra “El Ensayo sobre el Don (1925), argumentó que en muchas sociedades los trueques y contratos son realizados bajo la forma de dones, que parecen ser voluntarios, pero en realidad conllevan una alta carga de obligación y responsabilidad. Para Mauss, el don posee una propiedad intrínseca, una especie de energía o maná; esa energía lleva consigo tres obligaciones que se relacionan y que no existe una sin la otra: dar, recibir y devolver. De manera que el don y el contra-don están sujetos al principio de la reciprocidad, elemento fundamental en el mantenimiento de los lazos sociales.
Para Mauss, como buen durkheimiano, los intercambios no son sólo actos económicos, sino que aparecen como hechos sociales totales, pues involucran relaciones complejas que trasciende al intercambio y al don, abarcando tejidos sociales de larga duración, y formando parte de lo que el autor denominaba sistema de prestaciones totales; así, elintercambio, bajo la forma de reciprocidad, articula el sistema económico con todos los demás ámbitos de la vida social.
Las obligaciones de dar, recibir y devolver, inherentes al don y estrechamente relacionadas con el principio de reciprocidad, constituyen un núcleo importante de las culturas andinas. El ayni es el eje de su cosmovisión y es un principio que adquiere diferentes formas; se plasma en el trabajo comunitario que permite la realización de obras diversas, desde caminos y canales de riego, hasta el aporte familiar y de vecinos en la construcción de viviendas o los procesos de siembra y cosecha. Toma nombres diversos, es la minga o minka, es el cambia manos o el randi randi (dando-dando) o randimpa; es el alternar entre el uno y el otro, entre el individuo y la colectividad, contrario al individualismo propio de la economía de mercado.
En el mundo andino, el intercambio entre las personas, no mediado por la lógica del mercado, aparece en diferentes momentos de la vida colectiva, como mingas, trueque, cambeo, pinshi y pampamesas; pero también en la relación con la naturaleza, en las prácticas cotidianas de cuidado de los cerros, del agua, de las semillas y, en los actos rituales como la challa de los pueblos quechua hablantes, o apthapi aymara, en que se convida licor u otras ofrendas a la tierra.
La reciprocidad se refleja en la enorme riqueza terminológica y semántica de las lenguas prehispánicas. No se puede ir a la minga, a la pampamesa o a muchas fiestas, sin llevar -a manera de quipi– el kukahui o cucayu (fiambre) para compartir. En Susudel y Saraguro en Ecuador, hay la fiesta del pinshi, pero también el pinshi (obsequio, aporte) que se lleva a la fiesta. En varias comunidades de los Andes, tanto del mundo quechua, como del aymara, la challa es un ritual mediante el cual se rinde culto a la Pachamama; a la par, se lleva una challa al ritual. Así, la challa y el pinshi son sustantivo, pero también, y sobre todo, son verbo y acción, constituyen el gesto de ofrendar e intercambiar con las divinidades y con las personas; en ambos contextos, y en tanto dones, constituyen hechos sociales totales.
En un mundo marcado por la monetización de las relaciones sociales, y en el que el dinero aparece como fetiche, y en medio de la crisis profundizada por la pandemia, tal vez, mirar a las culturas andinas, a sus formas sociales y económicas, permita pensar caminos alternativos. Es allí, en nuestros campos andinos, donde el cuidado -del que hoy tanto se habla- tiene real sentido, pero no el cuidado individual, sino el cuidado mutuo y la reciprocidad: el cuidado de la comunidad, del agua y de los páramos, el cuidado de la tierra, de la siembra y de la cosecha… el cuidado de la vida misma.
Antropóloga, Doctora en Sociedad y Cultura por la Universidad de Barcelona, Máster en Estudios de la Cultura con Mención en Patrimonio, Técnica en Promoción Sociocultural. Docente-investigadora de la Universidad del Azuay. Ha investigado, por varios años, temas de patrimonio cultural, patrimonio inmaterial y usos de la ciudad. Su interés por los temas del patrimonio cultural se conjuga con los de la antropología urbana.