En Ecuador existen varias urbes con declaratorias de patrimonio nacional, pero sólo dos ostentan dicho reconocimiento por parte de la UNESCO: Quito y Cuenca. Respecto a la primera, esta designación se hizo en 1978 posicionándose como la primera junto a la polaca Cracovia, mientras que la segunda la obtuvo, un poco más de dos décadas después, en 1999. En este contexto, estoy seguro que muchos quiteños y cuencanos, en particular, y ecuatorianos, en general, se sienten muy orgullosos por dicha distinción, pero será que realmente comprendemos todo lo que engloba el patrimonio cultural.
En relación al caso cuencano, según el criterio que se expone en la página de la UNESCO, su declaratoria se dio porque la urbe ilustra la implantación exitosa de los principios de la planificación urbana renacentista en América, esto quiere decir que su traza está basada en el plano hipodámico o de damero, situación concomitante al resto de urbes iberoamericanas establecidas en época virreinal.
Otro criterio que se tomó en cuenta es que es un ejemplo sobresaliente de ciudad colonial española planificada en tierra adentro. Finalmente, y quizás el estandarte que más sobresale es su categoría como muestra plausible de la fusión exitosa de diferentes sociedades y culturas en América Latina, lo cual se vislumbra de forma vívida por su diseño y paisaje urbano.
Esto pone sobre la palestra que en Cuenca se pueden palpar sus distintas etapas históricas a través de los diversos hitos edificados que la componen; así, las ruinas arqueológicas de Pumapungo insertas en el límite oriental del centro histórico se posicionan como el referente de época precolombina y remiten a la presencia de la cultura cañari y su mítica ciudad de Guapondélig, la cual al ser conquistada por el Imperio Inca pasó a llamarse Tumipampa y se posicionó como la segunda urbe más importante de dicho imperio, tras el Cuzco. Esto alude al interés de precautelar el patrimonio arqueológico.
Por otro lado, ya en el mero centro del casco antiguo se yerguen gran variedad de inmuebles, unos pocos de época de los virreinatos siendo mayoría los pertenecientes a era independentista. En este sentido, destacan los dos monasterios femeninos y la Catedral Vieja, pero en una sinfonía bien orquestada de edificios que a manera de un libro de historia muestran las distintas etapas de la urbe aparecen ejemplos de significativo interés arquitectónico, donde se entremezclan el academicismo francés, el neogótico, el neorrománico, el internacional, el art decó, entre otras claves; dando como resultado una ciudad de notable raigambre ecléctica.
Sin duda, al ser la dimensión arquitectónica la que se ve es la que, consuetudinariamente, ha tenido más realce y, por ende, ha sido objeto de más atención por parte de las autoridades. Pero existen otros acervos tan importantes como este, en algunos casos interconectados con el patrimonio edificado, que pasan desapercibidos y por su naturaleza están sometidos a un inminente desvanecimiento. Para abordarlos he considerado pertinente utilizar el ejemplo de los inmuebles inventariados y su relación con ellos para poner sobre la palestra el siguiente axioma: la poca cautela sobre ellos influye en la ulterior destrucción de los inmuebles que son vigilados con mucho celo.
Así, las casonas que tanto deslumbran la mirada de propios y extraños poseen ciertas peculiaridades que les dotan de un “alma” y he ahí su unicidad; sin embargo, para entenderlas es necesario deshilvanar esa historicidad y la única manera de hacerlo es a través del uso de documentación de fuentes primarias, es decir, aquellos insumos que reposan en los archivos históricos y que se conoce como patrimonio documental. Por ejemplo, con ese tipo de datos podemos entender la espacialidad con que se concibió el bien y gratamente inferir que la huerta es de mediados del siglo XVII, mientras que los latones, que por sus particularidades suelen resultar mucho más vistosos, datan circa 1930. Así, el orden de prelación entre lo que es más antiguo y, por tanto, susceptible de conservación, técnicamente, cambiaría.
En esta misma línea, una de las señas de identidad cuencanas son las pinturas murales que decoran las viviendas, mayormente, las señoriales, aunque existen unas más austeras que también las poseen; este tipo de acervo que se engarza en lo que se conoce como patrimonio mueble muchas veces se desestima y no es priorizado en algún proyecto de rehabilitación si se coteja con la fachada del inmueble o los antedichos latones, siendo que su manufactura es local y evidencia la pericia de los artífices de la capital azuaya.
Así, llegamos al patrimonio inmaterial que es aquel que alude a los saberes y técnicas, algo que yace en la categoría mental, pero que se expresa de manera tangible en elementos que podemos ver y tocar. Respecto a esto debe hacerse hincapié en los adoberos y tejeros, quienes, con ese conocimiento ancestral que ahora está en peligro de extinción por toda la tecnificación, han sido los responsables de que se puedan erigir y techar los inmuebles que tanto gustan y que atraen todas las miradas.
En conclusión, ese patrimonio del que están tan orgullosos los ciudadanos abarca más allá que las simples edificaciones; aquí he dado unos pocos ejemplos superficiales, sólo para introducir en el tópico, ya que este tema es mucho más profundo y, por ende, requiere de una reflexión más concienzuda por parte de todos, para, así, fomentar una sinergia y conseguir que los trabajos de preservación y/o rehabilitación que se hagan engloben todas las aristas, pero a su vez procuren el buen vivir; es decir, que los que habitan el casco antiguo o poseen propiedades en él tengan todas las facilidades para intervenirlos, situación que vale la pena desarrollar más escrupulosamente y se lo hará en una próxima nota.
Humano curioso, observador y pensador innato. Amante de la historia, cultura y geografía. Licenciado en Gestión Cultural por la Universidad de Los Hemisferios (Quito); máster en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla (Sevilla); especialista en Gestión de Museos y Centros Culturales por la Universidad del Azuay (Cuenca). Se dedica a la investigación de manera independiente y su área principal de indagación está centrada en la historia arquitectónica, social y cultural de la capital azuaya y sus alrededores.