La urbanización sin ciudad es hoy una política común
de los gobiernos y de los organismos internacionales
al servicio de la economía especulativa (Borja).
Quienes habitamos Cuenca, vemos cómo la ciudad ha ido paulatinamente transformándose con nuevos modelos urbanísticos que crecen y se multiplican por todas partes, sin detenernos a pensar hacia dónde vamos y cuál es la ciudad en la que queremos vivir. Estamos frente al riesgo de dejarnos llevar por la corriente de la urbanización globalizadora, donde la identidad local se relativiza y la esencia de la ciudad se banaliza. El desarrollo de las ciudades y la modernización urbana constituyen un poderoso proceso de homogenización que licua las diferencias, sometiéndolas a un funcionamiento marcado por la lógica del mercado, a través del cual las ciudades se expanden indefinidamente, adquiriendo nuevas morfologías y estilos de vida.
Jordi Borja, advierte que las ciudades viven dinámicas autodestructoras, bajo un uso depredador del patrimonio natural, social y cultural. Esta dinámica provoca la desconfianza, la inseguridad y el miedo; por lo que el márquetin urbano oferta proyectos cuya mejor cualidad es la seguridad. Espacios asilados y herméticos, ciudadelas con grandes muros donde solo pueden ingresar sus propietarios, edificios con circuitos inteligentes de seguridad, guardias privados y un sin número de medidas que refuerza la percepción de desconfianza y al temor al otro. El diseño de la ciudad se vuelve excluyente, la especulación prioriza el valor de cambio sobre el valor de uso, la arquitectura de los objetos sustituye al urbanismo integrador (Borja 2010).
La corriente globalizadora promueve estos modelos y también la competencia entre las ciudades, utilizando estrategias publicitarias que ubican a las ciudades en un ranking según su presencia internacional y utilizando etiquetas llamadas “la marca ciudad”, sin reparar que cuando la ciudad se convierte en mercancía deja de ser ciudad (Brenner,PecK y Nik, 2009). Eslóganes como: Ciudad Patrimonio, Ciudad ideal para el retiro, Ciudad mejor destino turístico, entre otros; son la oferta que presenta el mercado inmobiliario transnacional, cuyo objetivo es la inversión económica en determinadas ciudades identificadas como territorios negociables cuyas consecuencias son el encarecimiento del suelo y de los servicios en general. La municipalidad de Cuenca está empeñada en la internacionalización de la ciudad y al mismo tiempo, en ponerle una marca. Resulta difícil entender la insistencia de convertir a la ciudad en una mercancía para ponerla en la vitrina internacional. El alcalde, como buen empresario, ha declarado que busca impulsar iniciativas propias de las empresas privadas favorable al márquetin territorial, sobre el cual parece conocer muy poco. En un mundo donde predomina la internacionalización de la economía, las nuevas exigencias de los mercados internacionales repercuten en la relocalización de los capitales transnacionales allí donde las condiciones favorezcan sus ventajas competitivas y comparativas, esto es lo que se propone la municipalidad al ponerle una etiqueta a la ciudad, una marca como si fuera un producto en venta. Esta lógica, es parte de una redefinición del papel de los desequilibrios socioeconómicos entre regiones que impone a los territorios el reto de definir y gestionar un espacio propio para posicionarse en el mercado global con lo cual, los beneficios económicos no se quedan en el territorio, y los propios recursos y capacidades regionales son subvalorados. La condición obligada para posicionarse internacionalmente es contar con una marca que visibilice a las ciudades en el circuito de la urbanización globalizadora, que exige a las ciudades posicionarse ventajosamente respecto a la competencia.
Cabe señalar que no se trata de oponerse al turismo y a la inversión privada; sin embargo, es claro que estas no pueden ser prioritarias en la gestión del crecimiento de una ciudad. Para Fernando Carrión: estos modelos son resultado de la crisis de planificación que se expresó en un momento determinado, planificaciones pensadas en el lucro y la ganancia antes que, en la pertinencia social e histórica de los lugares, imponiéndose el valor de cambio sobre el valor de uso, (Carrión, 2016). Por supuesto que es vital impulsar el desarrollo productivo del sector privado, pero también es claro que las inversiones en infraestructuras orientadas a mejorar la posición competitiva de una ciudad y las prestaciones económicas con las que se pretende atraer empresas o retenerlas en las ciudades son una forma de subvención. Se espera que grandes cadenas internacionales vengan con sus productos y se posicionen en Cuenca en libre competencia con la oferta local. Bien sabemos que la competencia espacial es siempre desigual entre empresas poderosas y los habitantes de una ciudad. En este modelo, las ciudades son, básicamente, unidades de organización del consumo y si se quiere ser más contundente, unidades de reproducción simple y ampliada de la fuerza de trabajo, (Castells, 1974). Es alrededor de la categoría consumo colectivo que se define la problemática urbana.
Cuenca ha ingresado al circuito de la urbanización global, los ojos de muchas empresas transnacionales se han posado sobre ella como un territorio bueno para la expansión de sus capitales, sobre todo las empresas mineras. Las cadenas de hoteles, comida rápida, y marcas famosas de ropa y restaurantes, han entrado en el paisaje de nuestra ciudad y en nuestros estilos de vida. La ciudad se diluye ante los espejismos de la modernización, sin la posibilidad de detener el ritmo desenfrenado de una sociedad que va perdiendo el sentido de comunidad, de vecindad, de cohesión y poco a poco va olvidando las claves del pasado. Es posible que Cuenca esté perdiendo las diferencias y pronto sea una ciudad llena de edificios, que nos impidan ver el horizonte y las montañas que nos rodean, donde nadie se salude, donde se camine sin vernos uno al otro, en donde ya no se hable con los otros, donde triunfe la indiferencia y la desconfianza (Salazar, 2014). Para enfrentar este riesgo, debemos identificar los procesos condicionantes de nuestro pensamiento, y salir del secuestro que nos provoca el márquetin de la globalización. Las ciudades son un bien común, necesitamos recuperar su naturaleza rescatándola de la lógica mercantil y retomando su valor de uso en beneficio de los habitantes, por encima de cualquier otra justificación.
Ex directora y docente de Sociología de la Universidad de Cuenca. Master en Psicología Organizacional por la Universidad Católica de Lovaina-Bélgica. Master en investigación Social Participativa por la Universidad Complutense de Madrid. Activista por la defensa de los derechos colectivos, Miembro del colectivo ciudadano “Cuenca ciudad para vivir”, y del Cabildo por la Defensa del Agua. Investigadora en temas de Derecho a la ciudad, Sociología Urbana, Sociología Política y Género.