Con frecuencia se escucha clamar al alcalde, a algunos legisladores, a personajes públicos y sociales. El clamor es que la cárcel de Cuenca debería ser regional, sin que esté muy claro qué significa eso, aunque se supondría una prisión para chicos malos del Austro.
Eso se supone y de alguna forma la oposición, por ahora verbal y bullanguera ha dado cierto resultado. Pero se sucede que la cárcel de Cuenca tiene una capacidad para 2.700 presos y los realmente recluidos no pasan de 1.400. Es decir, aún hay espacio para otros 1.300, mientras las restantes prisiones grandes del país están sobrepobladas.
En un mal momento se planificó la cárcel de Turi como una prisión mayor, lo que de por sí hace inviable que se haga de ella, por sí misma, una cárcel regional, bajo los criterios actuales de la administración de las prisiones.
Algunos criminólogos ya han observado el equivocado sistema como se dirigen las cárceles, divididas en pabellones de mínima, media y máxima seguridad y donde apenas divididos por un endeble tabique (y aunque fuere fuerte lo derrocan con taladro neumático), coexisten contraventores de tránsito y asesinos seriales; deudores de pensiones alimenticias y desequilibrados capaces de decapitar a otros presos y patear sus cabezas.
El caso es que a los presos los agrupan de acuerdo a la duración de su condena, pero no según sus perfiles sicológicos. Alguien pudo cometer un crimen en un arrebato de cólera y otro, tentado por la tentación o la amenaza, aceptó transportar un cargamento de droga; y aunque ambos sean regularmente cuerdos compartirán patio, celda y litera con un violador serial.
El régimen de la correa, que pretendía inventar hasta el agua potable, tiró abajo a la Dirección Nacional de Rehabilitación Social y la reemplazó por los tecnócratas del Servicio de Atención a Privados de Libertad (SNAI), que erráticos, obnubilados, sin conocimientos y desamparados por las leyes llevaron a las cárceles a la deriva. Luego vinieron Lasso y Noboa y entregaron las cárceles a los soldados, que pretendieron manejarlas como cuarteles.
Y entonces… No hay que ser PhD para adoptar un par de resoluciones sensatas que mitigarían el hacinamiento, violencia y desgobierno de las prisiones. Para comenzar, al frente de las mismas y del SNAI deberían estar criminólogos y su política de administración deberían determinarla ellos; después, los presos deben clasificarse por su peligrosidad, determinada por su perfil criminológico.
Entonces, sí. No habría problema que la cárcel de Turi, dado su tamaño, sea una cárcel nacional, pero –y eso debemos exigirlo como sociedad cuencana– sólo para sujetos de instintos moderados. Qué distantes están los tiempos de la vieja cárcel, hoy Parque de La Libertad, cuando su directora, la doctora Elizabeth Campaña (+) llamaba a sus presos “Mis malcriados”… Y claro, esos de hace quince o veinte años, comparados con los de ahora que antes de cumplir 18 ya se han cargado una docena de prójimos, solo tendrían la condición de malcriados… (O)
Portada: foto tomada de: radiocentro.com.ec
Periodista, comunicador social, abogado. Hoy, independiente. Laboré 27 años en medios locales como editor, redactor y reportero. Diarios El Mercurio, La Tarde y El Tiempo; revista Tres de Noviembre del Concejo Cantonal de Cuenca; radios El Mercurio, Cuenca y América.