“Si para gobernar la República fuese necesario traspasar los mandamientos
de la Iglesia, hoy mismo me retiraría a la vida privada”.
Esta frase pronunciada por Gabriel García Moreno, jefe del estado ecuatoriano durante varios años en la segunda mitad decimonónica, es muestra fehaciente de su cosmovisión, la cual plasmó en su constitucióndenominada, de forma coloquial, como Carta Negra. En apariencia, dicha sentencia luce, totalmente, anacrónica para nuestra temporalidad, pero después de ciertas acciones de los candidatos a la presidencia del País del Sol Recto parecería de lo más actual. En este sentido, los dos contendientes han generado una polarización, sin precedentes, debido a sus posturas antagónicas, pero, a pesar de esto, ambos sí confluyen en lo relativo a que no apoyarán al movimiento transexual; si bien enfatizan entorno a la niñez, entrelíneas el discurso inmiscuye a todas las personas con disforia de género.
En su retórica aluden a esta condición como una tendencia, como si decidir cambiar de sexo fuese una moda; el que exista visibilidad ahora, no quiere decir que estén buscando que todo el mundo se someta a una operación de reasignación genital. No debería ser tan complicado entender que alguien trans nació así y alguien que no, también. Por tanto, la apertura respecto a esto, no va a influir para que ahora todos los niños busquen una transición. Realmente, este discurso, de tintes medievales, pondera la preeminente mentalidad mítico religiosa que pulula en el Ecuador y como todavía hay una creencia generalizada rededor de que alguien LGBTIQ+++ no nace sino se hace, lo que pone al descubierto la barroca historicidad de nuestro contexto.
No obstante, sin ánimo de posicionar más a uno de los presidenciables, debo subrayar que la candidata en la publicación, de su Instagram personal, que hace sobre este tópico, está usando un accesorio alrededor de su cuello que tiene por dije una cruz, aparentemente algo que parece inofensivo, pero, considero, que en la realidad ecuatorianatiene muchas implicancias. Así, el empleo de dicho elemento iconográfico, propio de la cristiandad, justo al hablar de esta temática me parece una jugada maestra y, por ende, algo de gran utilidad en una nación como la nuestra, compuesta por una sociedad que, en su mayoría, es poco instruida y no entiende mucho de temas políticos y económicos, pero sí posee un fuerte bagaje mítico-religioso, donde la imaginería cultual como crucifijos y vírgenes han tenido, históricamente, un papel estelar y gran impronta, siendo dichos elementos evocaciones de lo que equivale al bien.
Esto lo hablo como alguien dedicado a la investigación histórica y que ha analizado la influencia de las artes visuales y la iconografía religiosa en la mente de los humanos; en este sentido, la Historia de las mentalidades es una rama que consiente patentizar cómo funcionaban las conciencias de los sujetos en el pasado y de qué manera este particular se puede ver reflejado en el presente. De forma concluyente, desde mi perspectiva, quiero hacer hincapié que alguien extremadamente religioso no es apto para gobernar un país, más aún, que se jacta de ser laico; lo considero una incongruencia y hasta peligroso, ya que es muestra patente de una mente dogmatizada, que no supo desarrollar el sentido reflexivoy crítico en base a metodologías cientificistas.

Humano curioso, observador y pensador innato. Amante de la historia, cultura y geografía. Licenciado en Gestión Cultural por la Universidad de Los Hemisferios (Quito); máster en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla (Sevilla); especialista en Gestión de Museos y Centros Culturales por la Universidad del Azuay (Cuenca). Se dedica a la investigación de manera independiente y su área principal de indagación está centrada en la historia arquitectónica, social y cultural de la capital azuaya y sus alrededores.