Quien sube un video, un meme o un twitt, llega, potencialmente, prácticamente a la mitad del electorado, en segundos… es el momento de la propaganda gris y negra, de los espontáneos y de los trolls, los seres más peligrosos de esta guerra propagandística…..
Los ecuatorianos nos enfrentamos a la campaña electoral más anómala de la historia: ante el temor de un contagio mortal por la pandemia no habrá mitines, no habrá marchas y recorridos, la televisión importará poco. Será una campaña de propaganda de cuatro semanas aunque en realidad empezó hace mucho tiempo en las redes sociales, el nuevo campo de batalla de la comunicación, tan volátil y tan potencialmente impactante, especialmente entre la población joven que es ahora mayoría.
La campaña ha abandonado los recursos del “márketing político” y recurrido a los más agresivos de la propaganda y contrapropaganda, concentrada en que los candidatos se muestren por las redes y prometan hasta regalar 1.000 dólares a cada ciudadano o se ataque acerbamente al rival que cada uno ven con mayor posibilidad de voto. De los que no tienen opciones no se ocupan, por eso nadie habla de Isidro Romero, de Paúl Carrasco, Ximena Peña o Carlos Sagñay, pues, electoralmente, son inexistentes.
“Ley del enemigo único” le llamó a eso Jean Marie Domenach, primero de los teóricos de la propaganda como materia de estudio y es de esperar que, en los próximos días, los ataques arrecien contra quienes más posibilidades tengan. Será una guerra de lenguajes digitales: memes, insultos, achaques y, sobre todo, mentiras, esas que el lenguaje milenial de hoy llaman “fake news”, creerlas será ingenuo, más ingenuo que creer en promesas tontas de los candidatos.
Por eso al recibir el mensaje de un meme, de un tik tok, de un twitter, no se debe analizar qué es lo dice, sino cuáles son sus intenciones y además quién está detrás de ese mensaje porque puede ser ficticio.
Hoy, como nunca, está patente la clasificación clásica de la propaganda y sería ideal que el elector pueda distinguirla: es propaganda blanca cuando el emisor del mensaje da la cara directamente; gris, cuando da el mensaje pero el emisor se oculta y no se sabe quién lo emite, la intención es crear incertidumbre en la opinión pública; la otra es la propaganda negra, cuando el emisor del mensaje firma con otro nombre, frecuentemente para desacreditar al adversario y crear hacia él un sentimiento negativo en la opinión pública. Es verdad que, salvo en los años 1980, Ecuador tradicionalmente no ha votado por principios sino por emotividad, por eso ganó Correa varias veces, incluso vota por animadversión si es que no por odio y por eso ganó Bucaram en 1996. Ahora, con la fuerza de propaganda por las redes, predominará como nunca la emotividad de los mensajes, tanto que el presidente del colegio de abogados de Pichincha, Ramiro García, plantea que ganará la elección el que menos meta la pata por las redes.
En efecto, el mayor poder de influencia, la capacidad de penetración en el público ya no está en los medios de comunicación impresos, ni en los radiales e incluso, ni siquiera en los televisivos, sino en los digitales que se transmiten a los teléfonos inteligentes, de manera directa y personal.
Según cifras del Ministerio de Telecomunicaciones -que ya están superadas-, se ha calculado en el país hay más de 14 millones de teléfonos celulares, la mitad de los cuales son inteligentes, esto significa que quien sube un video, hace un meme o publica un twitt, puede llegar, potencialmente, prácticamente a la mitad del electorado con un mínimo coste, en segundos.
La posibilidad de influir con un mensaje por las redes es, en consecuencia, enorme; la de atacar al adversario, igual; pero también el riesgo de perderse. Muchas críticas le costó a Yaku Pérez la foto con el oso de peluche, lo mismo a Guillermo Lasso el “ya qué chuccha” o a Aráuz intervenciones como la de extraer el oro de los celulares para recuperar la economía.
Los candidatos tendrán, pues, que ser muy tinosos para no meter la pata y al mismo tiempo aprovechar la fuerza de las redes para divulgar su mensaje en forma certera en los cortos instantes que les posibilita un tweet o un tik tok, y así dar respuesta a inquietudes populares vitales a las que no se han referido pero que pesan en millones de ciudadanos: la recuperación del empleo, la inmediata activación de la economía, la rebaja de los intereses de los créditos bancarios especialmente hipotecarios en bien de quienes perdieron su trabajo.
De lo contrario, las cuatro semanas que restan serán una campaña reducida a ataques y chistes en las que el plan y propuesta de gobierno serán irrelevantes. No ganará la mejor propuesta económica, social, ni política, ni siquiera la que haya sido dicha de manera atractiva, si no quien haya levantado menos antipatías, sumado a quien menos haya metido la pata y aquel de quien menos se hayan burlado.
Súmese a que esta campaña ha sido tan extraña, que a cinco semanas de la fecha prevista para las elecciones no está definida ni la papeleta de votación, peor, ni siquiera se sabe cuántos candidatos están habilitados. Son 16 y podrían ser 17, tantos como los jugadores de un equipo de fútbol entero incluidos los emergentes, tantos que es imposible memorizar sus nombres, mucho menos el de sus partidos…
Creativos, espontáneos y trolls
En esta campaña novísima y extraña tendrán capital trabajo los creadores de mensajes en favor de sus candidatos, impactarán, como siempre, los mensajes cortos, contundentes, atractivos, con dosis de humor, aunque es de suponer que predominará en ellos la forma por sobre el contenido.
Además, la facilidad de manejar, producir y editar medios digitales ha hecho que decenas de espontáneos produzcan mensajes, twits, videos, audios, podcast, a favor de su candidato o en contra de los adversarios, frecuentemente fuera del control de quienes dirigen la campaña. Esta situación puede apoyar a sus campañas pero también las puede dañar si se hacen sin prever efectos negativos, dado que se hacen fuera del plan de campaña.
De lo que el elector debe cuidarse es de los trolls, personajes siniestros pagados y provistos de ingentes recursos para hacer propaganda negra, porque aparecen con un nombre pero hay otros que están detrás de ellos que, incluso, firman con nombres falsos.
No faltaran en la campaña los sabotajes, los ataques, las cuentas falsas de las redes sociales a cargo del ejército de trolls al servicio de una candidatura. La falta de transparencia los convierte en los actores más peligrosos de la guerra de propaganda.
Periodista, comunicador social, abogado. Hoy, independiente. Laboré 27 años en medios locales como editor, redactor y reportero. Diarios El Mercurio, La Tarde y El Tiempo; revista Tres de Noviembre del Concejo Cantonal de Cuenca; radios El Mercurio, Cuenca y América.