La derecha mundial, desde el Consenso de Washington y las recomendaciones económicas neoliberales (1989), empezó a distanciarse de los postulados liberales originarios; luego, a partir de las migraciones mundiales del 2010, inició un giro hacia el nacionalismo y populismo conservador autoritario, el mismo que se acelera con el ascenso de Trump al poder (2017-2021) y su segundo periodo presidencial desde el 20 de enero del 2025.
Hoy, a nivel internacional, vive una guerra cultural retrógrada neofascista desatada por los sectores políticos más recalcitrantes de la derecha mundial. Se trata de un proyecto histórico hegemónico global, ideado por un conglomerado de corporaciones capitalistas, redes mundiales de información y comunicación, fundaciones e intelectuales orgánicos vinculados a esa tendencia política, que contempla estrategias económicas, sociales, políticas con énfasis en el dominio ideológico cultural para alcanzar el consenso y legitimación social de su programa.
Este proyecto incorpora entre otros elementos ideológicos, el hipermercantilismo de las relaciones sociales y de las relaciones con la naturaleza, la obsesión por los beneficios individuales, nacionalismo anti migrante, populismo y patriotismo imperialista, racismo (supremacismo blanco), “antiglobalismo” selectivo, conservadurismo y patriarcalismo en temas de familia, sexualidad, matrimonio y género, autoritarismo. cultura totalitaria y fóbica frente a la academia autónoma, el pensamiento y la intelectualidad crítica, recelo y desprecio a la verdad científica y apología del “sentido común”, las élites, darwinismo social, la eficiencia de la fuerza y el desprecio a la democracia participativa y deliberativa.
En el ámbito jurídico la guerra cultural de la extrema derecha, incluye el concepto de la extraterritorialidad del derecho nacional imperial, relativización del derecho internacional, reducción de las relaciones internacionales a relaciones de fuerza, y del Estado de Derecho a la mera formalidad jurídica, y, por tanto, utilización del marco legal no para limitar el poder, sino como herramienta para fines políticos o de control, ignorando los derechos fundamentales que deben proteger.
Es en este marco, en el que se inscribe la consigna central de Trump de “Hacer que América [EE.UU] vuelva a ser grande”, con lo que se relanza al imperio norteamericano apelando al nacionalismo imperial, y se replantea un nuevo orden de dominio planetario en base al rediseño de las relaciones internacionales, la redistribución geoestratégica del poder mundial y la continuidad de la línea hegemonista, expansionista y neocolonial del Estado Norteamericano expresadas en diversas políticas y estrategias, como la “Doctrina Monroe”(1823): “América para los Americanos”, que ha sido retomada por Trump para reservar el continente Americano para el dominio de EE. UU, cuidando su influencia e intereses en el “patio trasero”, que es como ha considerado EE.UU a América Latina. Paralelamente extiende la guerra cultural contra Europa cuyos valores como la democracia liberal, el globalismo y las relaciones multilaterales bajo derecho, no coincide con los ideales extremistas de Trump.
Así, la guerra cultural de extrema derecha, deja atrás los ideales del liberalismo democrático que la burguesía emergente enarboló en su lucha contra del absolutismo monárquico para instaurar la forma republicana de gobierno, por lo que incluso hoy en el día, con recelos y sospechas fuertes, esa doctrina originaria, es ubicada por la extrema derecha, dentro de las tendencias políticas de izquierda. Si el propio liberalismo democrático se coloca como un adversario de la guerra cultural neofascista, que decir de las doctrinas socialambientalistas, reformistas, socialdemócratas y socialistas.
No caben en el programa de la guerra cultural los valores del humanismo y la tolerancia ideológica, la libertad e igualdad material, el pluralismo, el cosmopolitismo, la democracia participativa, deliberativa y sustancial, el respeto a la soberanía nacional e igualdad de los Estados, la colaboración y multilateralismo bajo reglas legales, la humanización de las penas y más valores que forman parte del patrimonio cultural democrático de la humanidad.
Por el contrario, los “valores” del fascismo como ultranacionalismo, anticomunismo, antiliberalismo, antiparlamentarismo, condena de los valores de la “ilustración”, autoritarismo, elitismo, racismo, nacionalismo religioso, culto del líder, del poder y la fuerza, anti igualitarismo y totalitarismo, militarismo e imperialismo, mística del heroísmo, de la acción y la violencia y el corporativismo, son plenamente compatibles dentro del ideario de la guerra cultural retrógrada y neofascista.
Ante esta ofensiva cultural de la extrema derecha neofascista, los sectores ciudadanos democráticos deben emprender en una lucha ideológica y cultural tenaz y permanente, con programas de información, educación y formación humanista y democrática de las nuevas generaciones para prevenir la amenaza del avance de la bestia fascista en el mundo.
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Asesor jurídico, articulista de “El Mercurio”. Participa en algunas organizaciones ciudadanas como el Cabildo del Agua de Cuenca, el Foro por el Bicentenario de Cuenca y en una comisión especial para elaborar el Sistema Nacional Anticorrupción.