Hace poco más de una semana atrás, escribí un artículo en el que analizaba los distintos tipos de acervo cultural que existen en la capital azuaya; sin embargo, teniendo en cuenta que el patrimonio edificado, por sus particularidades, es el que más atención recibe, lo que procuré fue buscar sus correspondencias con los demás para demostrar que cada uno de ellos están relacionados entre sí y, por ende, la preservación de uno depende del otro.
Hecho este preámbulo debo traer a colación a la eudaimonía, término griego, que en la filosofía aristotélica equivale a la frase “el mayor bienestar humano”; es decir, es una actitud que invita a investigar, reflexionar y practicar determinadas actitudes para la consecución de dicho fin. Así, una de las zonas cuencanas que más llaman la atención es el casco antiguo, aquí se patentizan bellos ejemplares arquitectónicos, una oferta gastronómica variada, comercios para todo tipo de gustos y economías, y sobre todo la centralidad que facilita prescindir del auto.
En los últimos años, la tendencia de retornar al centro histórico ha ido en aumento, pero con esto, también se ha disparado el precio del metro cuadrado, situación, un tanto, entendible en base al concepto económico de la oferta y la demanda. No obstante, es menester afirmar que la carencia de políticas y directrices claras rededor de este panorama está ocasionando que muchos residentes tradicionales vayan, de a poco, saliendo de este emblemático sector e ingresen los que tienen el capital para costearse un inmueble, particular conocido como gentrificación.
Aparte de esto, la falta de un plan que ayude a que todos los tipos de acervo tanto material como inmaterial sean precautelados, está ocasionando un rápido deterioro del centro, el cual, de continuar así podría quedarse sin “alma”, hablando en metáfora. Respecto a esto es imperioso tener en cuenta que el patrimonio sin personas está condenado a morir, por lo que, necesariamente, el orden de prelación debe ser siempre dando la ventaja a los seres humanos, no al revés.
Para ejemplificar, de mejor manera, este punto, supongamos que soy propietario de una vivienda en la cual existe una habitación muy pequeña, pero la cual está formada en su totalidad por paredes de adobe. Con seguridad, la lógica preservacionista apelaría a que esa recámara diminuta se mantenga tal cual está, pero en un área demasiado estrecha las condiciones de vida, sin temor a equivocaciones, resultará poco apta. Todo esto desemboca en el silogismo: con tal preeminencia del patrimonio cultural y la poca valía que se presta al concepto de habitar, mejor no retornar al área antigua de la ciudad.
En este contexto, cabe enfatizar que cualquier carta o recomendación de la UNESCO, en torno al patrimonio cultural, siempre se subraya la importancia de cohesionarlo con la eudaimonía. Esto pone sobre la palestra una cuestión axiomática la cual infiere a que al momento de gestionar el acervo es imprescindible reflexionarlo con gran escrupulosidad de manera que su conservación implique una armonización con las cuestiones de habitabilidad.
Dicho esto, invito al lector a imaginarse por un minuto que, gracias a un plan de gestión bien cavilado y aplicado en las áreas históricas de Cuenca, la armonía es la nota por excelencia en ese sector de la ciudad. Por lo tanto, la descripción que a continuación haré, pone de relieve una ciudad que parece utópica, pero que se puede conseguir y sería ejemplo a nivel regional.
Así, en el barrio El Vado todos sus artesanos, a pesar de la demanda de vivienda, permanecen afincados, destaca el sahumador, quien continúa blanqueando sombreros necesarios contra el sol ecuatorial o el hojalatero con gran habilidad desarrolla objetos de uso habitual. De hecho, gracias a este modus operandi muchos jóvenes que ahora habitan aquí se han interesado en aprender dichos oficios.
Por otro lado, se han logrado recuperar varios huertos en todas las barriadas y, por ende, unos tantos centros de manzana, los cuales sirven de espacio verde para que los moradores acudan allí a esparcirse y a cosechar distintos productos, que con esmero ellos mismos se encargan de cultivar. Interesante es que, debido a esta iniciativa, se ha incidido positivamente en la población y muchos con problemas de alcoholismo y drogadicción se han reinsertado en la sociedad gracias a dicha acción.
Además, la heterogeneidad de los habitantes ha facilitado contrarrestar el proceso de gentrificación, por lo que a más de las unidades educativas públicas varias escuelas y colegios particulares funcionan en la zona antigua de la ciudad, lo que ha contribuido a una mayor interrelación entre clases socioeconómicas, a aprender los unos de otros y gracias a esta sinergia fomentar la empatía y, por tanto, el sumak kawsay.
El tráfico también se ha regulado con parqueaderos de borde en sitios estratégicos; hay veredas un poco más amplias que facilitan el tránsito de las personas con capacidades reducidas por lo que la integración es integral y todos los ciudadanos tienen cabida aquí. El Paseo Tres de Noviembre más que un boulevard ahora fugue como parque lineal, lo que invita a que sea transitado con más regularidad.
Los procesos de restauración de inmuebles se han reflexionado con esmero, por lo que la recuperación de un edificio no es engorrosa, sino que hasta resulta placentera, ya que, partiendo de su entendimiento desde la dimensión historiográfica e interrelacionando esto con los requerimientos de quienes lo habitaran, se ha conseguido rehabilitaciones sin parangón en todo el Ecuador. De paso, este repoblamiento ha favorecido que la sapiencia de tejeros y adoberos no se pierda, ya que ambos elementos son imprescindibles el trabajar sobre muchos bienes inventariados.
Todo lo que describo es posible, sin embargo, este tipo de procesos pocas veces reciben la importancia que ameritan, pero, definitivamente, todo esto se puede lograr, sólo basta unirse en pro de una mejor ciudad y entendiendo al patrimonio cultural y su necesidad de cohesionar con la contemporaneidad.
Humano curioso, observador y pensador innato. Amante de la historia, cultura y geografía. Licenciado en Gestión Cultural por la Universidad de Los Hemisferios (Quito); máster en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla (Sevilla); especialista en Gestión de Museos y Centros Culturales por la Universidad del Azuay (Cuenca). Se dedica a la investigación de manera independiente y su área principal de indagación está centrada en la historia arquitectónica, social y cultural de la capital azuaya y sus alrededores.