La arquitectura vernácula destaca por su nobleza con el medio ambiente, su capacidad de mimetizarse al entorno y la simpleza en sus formas siendo en la actualidad, una de las metodologías constructivas que más interés suscitan. Dicha premisa pone al descubierto que, de a poco, los seres humanos vamos adquiriendo mayores niveles de conciencia. Así, para el lector desconocedor, lo vernáculo alude al uso de materiales propios de una zona y a las formas que adquirirá la edificación, las cuales le permiten adaptarse con más facilidad a las condiciones climáticas e inclusive geográficas que le rodean; respecto a la fotografía que ilustra esta nota se muestran tres viviendas que se adhieren al estilo que la historiografía de la arquitectura ecuatoriana denomina “vernáculo”.
Años atrás en el medio académico, dicha técnica poseía un papel secundario; no obstante, paulatinamente, va cobrando estelaridad e incrementado su valoración, al punto de que es catalogada como un notable prototipo del patrimonio tanto material e inmaterial y existen varias cartas que abogan por su preservación. Respecto de este último punto y utilizando de ejemplo las construcciones fotografiadas, las mismas son muestra tangible del mestizaje ocurrido en el Ecuador, donde se mixturaron los saberes traídos por los españoles con los desarrollados por las distintas etnias nativas que habitaron dicho sector.
Esta breve sinopsis conduce a reflexionar que la tendencia de recuperar este tipo de edificaciones aumentará en un futuro, lo que de cierta manera consiente entrever que existe una creciente inclinación por retornar a lo “primitivo” o “básico” en desmedro de lo contemporáneo, sin despreciar este último género que también es producto del ingenio humano. Lo interesante de dicho reposicionamiento sugiere que el modus operandi en nuestra especie propende a lo cíclico, aseveración sustentada en el hecho, de que estamos en un momento donde la tecnología ha permitido desarrollar construcciones que hace 50 años eran inimaginables, pero de forma simultánea, cada vez aparecen más adeptos a los saberes y técnicas ancestrales, lo cual evidencia una reconexión con la episteme atávica y, por ende, que el leitmotiv que podría reinar en un futuro es el de la plena unión de los humanos con la naturaleza y su convivencia armónica.
En Ecuador existen distintas tradiciones constructivas y una de las más destacables es la vernácula del Austro; en este sentido, es común confundir dicho epíteto con un estilo, cuando este más bien alude a una praxis que implica el uso de materiales autóctonos del sector donde se está construyendo. Por tanto, en Cuenca y sus alrededores, la ingente presencia de suelos arcillosos ocasionó una marcada disposición a preferir el barro al momento de erigir.
El empleo de este elemento natural ha estado presente en varios sectores del globo y no se puede aseverar que en el caso ecuatoriano su uso empezó con la conquista ibérica, basta recordar que las piezas de cerámica americana más antiguas corresponden a la cultura Valdivia (4400-1450 a.C.), lo que lleva a presuponer su utilización desde tiempos inmemoriales.
No obstante, el estilo de las viviendas catalogadas como vernáculas sí poseen una inspiración netamente virreinal. Así, la historia del arte colonial hispanoamericano, proverbialmente, ha imputado que el influjo más significativo provino de la zona suroeste de España, premisa fundamentada en la presencia del patio andaluz. Sin embargo, desde mi perspectiva y después de un minucioso análisis comparativo, los símiles morfológicos de más realce son con la arquitectura popular de Tierra de Campos, comarca natural que abarca varias provincias de la comunidad autónoma española de Castilla y León. Aquí y al igual que en la zona meridional de los Andes ecuatorianos, las casas son de planta cuadrada o rectangular, con uno o dos pisos (máximo), en ciertos casos hay soportales y balcón, las ventanas son pequeñas y las cubiertas siempre a dos aguas y de poca inclinación con el vértice paralelo a la fachada generando un alero voladizo.
De forma análoga se pondera el uso del barro mezclado con paja, porque, idiosincráticamente, hay una creencia generalizada sobre su función aislante. En el caso ibérico se acostumbra a usar paja de centeno o trigo, mientras que en el ecuatoriano se estila a emplear paja de monte. A manera de conclusión, se puede colegir que este sistema constructivo a más de ser amigable con el medio ambiente posee en sí una fuerte carga histórica y de sabiduría ancestral, que al ser aplicado apelará por el desarrollo sostenible y, por consiguiente, forjar un mundo mejor.
Humano curioso, observador y pensador innato. Amante de la historia, cultura y geografía. Licenciado en Gestión Cultural por la Universidad de Los Hemisferios (Quito); máster en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla (Sevilla); especialista en Gestión de Museos y Centros Culturales por la Universidad del Azuay (Cuenca). Se dedica a la investigación de manera independiente y su área principal de indagación está centrada en la historia arquitectónica, social y cultural de la capital azuaya y sus alrededores.