Según la tradición andina, ayamarkay killay es el mes dedicado a los antepasados, a aquellos que se “nos adelantaron”. El paradigma del “ciclo vital andino” tiene cuatro fases, uno de ellas es el espacio del crecimiento que es la matriz de maduración de la vida. Espacio que tiene que ver con la materialidad presente, surgida desde y en la tierra; desde el momento que nacemos, la tierra es como una matriz que nos cría y desarrolla. Y este proceso se cumple en el tiempo y espacio de hoy –Kay Pacha– que es el que legitima y fundamenta los otros mundos –Uku Pacha o Mankapacha y el Alax Pacha o Jawa Pacha– y que están interconectados. La vida es un ciclo de luz que se origina al nacer, y la muerte uno obscuridad y descanso. Unos dicen que entre vida muerte hay un puente, un dispositivo de relación que se transita en dos direcciones (Martínez Luna, 2019, 64) para que los mundos diferentes que están a uno y otro lado puedan visitarse sin destruirse.
Vilca (2019) nos recuerda que “la vida y la muerte son dos caras de la misma moneda. La vida es el reverso de la muerte, y ésta de la vida”; las dos son necesarias y están íntimamente relacionados. En cumplimiento de esta Ley, la muerte es dejar el cuerpo físico. Escuchemos lo que dice una ancestra: “Nuestro origen es la Madre Tierra y el Padre Sol”. Nuestras yachaks y curanderas nos han dicho siempre que somos parte del Gran Cosmos y por eso tenemos en cada cuerpo los cuatro elementos sagrados que son el fuego, el aire, el agua y la tierra. En nuestra cosmovisión somos seres sagrados porque “somos Tierra, Cosmos y Gran Espíritu”.
Desde este punto entonces, la muerte no es muerte es únicamente salirnos de esa inmensa matriz para nacer en otra realidad de vida. Bajo este concepto las culturas andinas venimos viviendo y explicando que entre el Kay Pacha y el Hawa Pacha existe un puente abierto en dos direcciones para el tránsito de vivos y los antepasados muertos. Es importante analizar de dónde surge esta idea de “puente de re-encuentro de vivos y muertos”? Con la lectura de la obra de Sullivan y del cronista Murúa pensamos que su fundamento es la Vía Láctea; para los incas la Vía Láctea fue de suma importancia porque se consideraba un puente que conectaba el mundo celeste con el mundo terrestre. En el solsticio de junio el sol salía sobre la Vía Láctea y establecía el puente hacia las tierras de los dioses.
En cambio, en el solsticio de diciembre al salir por la Vía Láctea el sol abría la puerta de los antepasados, permitiendo que los vivos consultasen a los muertos (William Sullivan, 1999). La Vía Láctea es un camino hacia el mundo de los ancestros y los dioses que al darse el Pachakutik de la oscuridad y el fin del Tawantisnuyu habría de cerrarse para siempre. Sin embargo, la obligación de los vivos con los muertos era tan clara que hasta ahora las familias se reúnen en los sepulcros para agasajar a sus difuntos con la comida, las bebidas y la conversación (Sullivan, 1999). No podemos olvidarnos de los que se han ido antes porque sin conocer a ellxs no podemos saber quiénes somos; el respeto entre vivos y muertos, entre el hombre y la naturaleza básica del mundo andino. Pese a la indiferencia del mundo contemporáneo respecto al pasado y a la desvalorización de los conocimientos de los pueblos originarios y andinos, aún se mantiene esta visión al que hemos llamado el re-encuentro entre los vivos y los muertos que se realiza en noviembre. Es la posibilidad de restaurar un significativo grado de cohesión al reunirse para conmemorar la memoria de su antepasado.
Muchas personas nos cuentan “cuando una persona va a morir va a recoger los pasos por donde caminó, a despedirse de las personas amadas”. Así, hay veces que las personas la ven corriendo, sudando; otros pueden verla demacrada, con un rostro cadavérico. De igual forma al morir las personas, el alma caminará una larga distancia en la cual puede tener hambre, sed, frío, quizás camine en forma solitaria o acompañada de muchos otros. Las almas no se marchan de manera inmediata a la otra dimensión de la vida, ellas permanecen en el Kay Pacha durante tres años, no abandonan a la familia y sus seres queridos. Luego de los tres años son despedidos, pero no son olvidados. De ahí que, cada ayamarkay killa nos reunimos en el cementerio y cumplimos aspectos espirituales y ceremoniales aunque en forma sincretizada con aspectos de las diferentes religiones.
Portada: Guamán Poma de Ayala.
Nativa de Saraguro. pertenece a la nacionalidad Kichwa. Estudió en Zamora en la Escuela de Líderes. Cursó estudios universitarios en Cuenca. Es abogada, tiene estudios en lengua y literatura, es magister de Estudios de la Cultura y un Diplomado en Educación Intercultural Bilingüe. Maestra de secundaria y educación superior, investigadora. Ha publicado varias obras, así como artículos en revistas y periódicos. Ha desempeñado varios cargos vinculados a Educación Bilingüe. Es conductora del programa Ñukanchik llata Kashpa (Nuestra identidad) en la Radio comunitaria de Saraguro “KIPA RADIO”, FM 91.3.