La sociedad no quiere un periodismo imparcial. Aunque quisiéramos creer que es de otra forma, al final del día la gente acudirá la mayoría de las veces a aquellas voces que le dicen lo que quiere escuchar; y, cuando un o una periodista presenta una visión contraria a lo que una persona piensa, esta tiende a reaccionar con incredulidad e incluso ira con quien presentó la visión diferente. Muchas veces, llegado este punto, las personas desacreditan al periodista, lo tildan de un sinfín de adjetivos calificativos y se prometen nunca volver a consumir el contenido que dicho medio genera.
Uno de los ejemplos más visibles en el Ecuador, hoy en día, es la caricaturista Vilma Vargas, conocida como Vilmatraca en Twitter. Ella, desde sus dibujos políticos diarios, presenta una mordaz crítica a diferentes aspectos del gobierno de turno, siempre con una visión interseccional y reivindicando los derechos de grupos históricamente vulnerados.
Vilma Vargas se ha mostrado crítica con el poder, sin importar quién lo ostente. Sin embargo, en cada uno de sus tuits, no faltan los comentarios que la acusan de caricaturista sesgada, fanática de tal o cual político y le recomiendan mayor imparcialidad en sus dibujos. Hoy, la acusan de correista borrega porque sus dibujos critican al gobierno de Guillermo Lasso; hace cuatro años, era una opositora odiadora porque pinchaba en las falencias del expresidente Rafael Correa.
Más allá de la izquierda o la derecha, Vilma Vargas usa su capacidad de comunicación para cumplir uno de los roles fundamentales de los medios: ser un espacio de conversación, crítica y revisión del actuar de los poderes gubernamentales sobre el estado. Vilmatraca intenta hacerlo, pero casi en ningún lado se puede aceptarlo.
¿Por qué, como sociedad, nos negamos a aceptar a los periodistas que cumplen este rol crítico y nos quedamos con aquellos que replican, cual perifoneo en altoparlante, las posturas que concuerdan conmigo? La respuesta a esa pregunta es amplia, tomaría más de una entrada al blog para responderla, y hoy apenas revisaremos una de las aristas que nos ayudan a entender esta incógnita.
La arista a la que se hace mención es la diversidad de contenido y la posibilidad de hiper-personalización que nos han dado las redes sociales. Hoy estamos acostumbrados a consumir el contenido que queremos en redes, a lo hora que lo deseemos y durante el tiempo que lo consideremos necesario. Hace poco más de una década, no era así; había tres o cuatro noticieros, un par de periódicos y dos radios que pasaban noticias, así que todos escuchaban, más o menos, el mismo mensaje y la misma realidad.
Con la llegada de las redes sociales, eso cambió abruptamente. Ahora, hay infinidad de medios de comunicación, periódicos digitales, podcasts y demás, que hacen que para un medio sea muy fácil perderse entre la bruma virtual, convertirse en una más de las 100 actualizaciones que nos llegan por minuto y, eventualmente, perecer. Frente a eso, los medios deben buscar un nicho de mercado donde establecerse, asegurar un público.
Desde un punto de vista de mercado, lo entiendo. Los medios apuntan a un público objetivo, un seguro que consumirá su contenido, y como tal, sus necesidades y deseos deben ser satisfechos. Pero, desde un punto de vista ético, ¿hasta qué punto se puede renunciar a la búsqueda de la objetividad en beneficio de asegurar mi nicho del mercado? Si mi público odia a cierto político, ¿hasta qué punto está bien que todo mi contenido gire en torno a hablar mal de dicho político, solapando los errores de sus rivales y renunciando a hacer crítica a cualquiera que no sea el político que mis seguidores odian? Cuidado, porque hacer un periodismo más subjetivo jamás debe significar entregar impunidad a una figura pública, aunque mis consumidores lo pidan a gritos.
Para cerrar, solo quiero recalcar en el hecho de que los medios no deben renunciar a su rol de espacio crítico. Sobre esto, y en una realidad como la ecuatoriana, aún queda mucha tela por cortar…
Portada: Foto de brotiN biswaS en Pexels
Comunicador Social graduado por la Universidad del Azuay en el año 2020; apasionado desde pequeño por el periodismo, la política y las temáticas sociales. Orgullosamente latino, ha tenido la oportunidad de vivir en países como Brasil y Chile, además de su natal Ecuador. Inquisitivo y crítico, gusta de hacer trabajo periodístico que combina la fotografía y la escritura.