El punto neurálgico para los que nos dedicamos a la historiografía es el análisis de fuentes primarias; gracias a ellas podemos abordar el pasado desde distintas aristas y, así, comprender con mayor claridad el modus vivendi de tiempos pretéritos.
Durante época virreinal existieron escribanías, a las cuales las personas acudían para formalizar y autentificar diversidad de transacciones o disposiciones; por ejemplo, aquí se oficializaba la venta de un inmueble, se otorgaban poderes, se validaba un testamento, etcétera.
En el caso ecuatoriano, el Gobierno nacional mediante decreto supremo, desde 1937 les dio, a dichos espacios, la denominación de notarías; en este contexto, el otro día me hallaba revisando documentación dieciochesca, en la sede cuencana del Archivo Nacional de Historia del Ecuador, cuando me topé con unas curiosas ilustraciones de simple trazo, pero bastante interesantes.
Sin embargo, más cautivante fue ver que en otras páginas se habían compuesto una especie de versos; evidentemente, estos fueron realizadas por el escribano de aquel entonces y dicha peculiaridad delata su afición por la poesía y su romántica personalidad.
Los sonetos, datados de algún punto entre 1743 y 1745, se pueden observar sobre la columna izquierda de la fotografía que ilustra esta nota y se transcriben a continuación:
“En aquella soledad lloro el bien que no poseo, pues sin libertad me veo en lo mejor de mi edad”.
“Te quiero y te he de querer aún después de muerto, porque el alma que te adora no muere, aunque el cuerpo muera”.
“Todavía yo recuerdo de aquellos tiempos pasados, tiempos en que fui feliz, instantes afortunados/ Guarde Dios muchos años a mi señor Don Pedro Estrada.”
Hecho este preámbulo, creo que al lector le queda claro que los archivos históricos encierran información maravillosa y muchas curiosidades; decididamente, cabe afirmar que en ellos yace la historia escrita de los distintos pueblos alrededor del mundo.
Así, desde mi perspectiva, la Historia es una asignatura que, al ser parte de las Humanidades, destaca por poder emplearse de manera actual y, sobre todo, de forma práctica; no obstante, de continúo nos la enseñan sólo focalizando la atención en los hechos pasados, tal cual fueran una recitación de calibre dogmático y no se nos invita a cuestionarnos esos eventos, a verlos desde una dimensión reflexiva, para generar una conciencia crítica.
En realidad, es necesario cambiar el modus operandi y la perspectiva rededor de la ciencia histórica, porque en la urbe aún hay muchas cosas por investigar, verdades que se han contado desde la visión hegemónica que, consuetudinariamente, es la que se ha ocupado de generar el relato oficial.
Ergo, el único modo de hacerlo es acercándonos a los archivos históricos, sino es para obtener nuevos datos para, por lo menos, hacer revisionismos sobre lo que ya se ha contado y generar nuevas y/o renovadas narrativas que nos consientan conocer la otra cara de la historia, la de los excluidos y menos favorecidos.
Hasta aquí, en apariencia, sólo faltaría impulsar a las nuevas generaciones en este sendero, cuestión que es un poco más compleja que eso y, por ende, debería abordarse en otra nota; sin embargo, al día de hoy miembros de la Casa de la Cultura firmaron un convenio con la empresa Family Search, para digitalizar todo el archivo. Esto, superficialmente, suena bien, ya que, sin duda, la función de la tecnología es facilitarnos la vida.
Lamentablemente, en este caso no es como se lo pinta, ya que la manipulación de libros tan antiguos, debido a que muchos de ellos datan del siglo XVI, requiere de ciertos tecnicismos y, por tanto, sólo deben confiarse a gente especialista en el área de la archivística y al uso de escáneres de última generación.
Por otro lado, el acuerdo con dicha empresa posee vacíos legales garrafales que podrían ir en contra de los que quieran acceder a estos fondos digitales; además, considero -siendo este punto el que más me inquieta- que no hay una conciencia generalizada de lo que implican estos “vetustos” libros, que para los que desconocen, que asumo serán la mayoría, le proporcionaron a Cuenca otra presea UNESCO, la de Memoria del Mundo.
Para concluir, quisiera enfatizar que, como asiduo investigador histórico, he repasado no una sino muchísimas veces los antedichos libros notariales y en algunos casos el empaste dificultará el escaneo completo del documento, por lo que si alguien requiere consultar sobre un tópico determinado se topará que en los archivos digitales se pierden ciertas palabras y, necesariamente, tendrá que recurrir al texto físico.
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Humano curioso, observador y pensador innato. Amante de la historia, cultura y geografía. Licenciado en Gestión Cultural por la Universidad de Los Hemisferios (Quito); máster en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla (Sevilla); especialista en Gestión de Museos y Centros Culturales por la Universidad del Azuay (Cuenca). Se dedica a la investigación de manera independiente y su área principal de indagación está centrada en la historia arquitectónica, social y cultural de la capital azuaya y sus alrededores.