El acto litúrgico de la Iglesia de Cuenca y la posterior peregrinación a Quimsacocha, realizado el sábado 19 de julio del 2025, fueron manifestaciones de testimonio de fe y solidaridad con el pueblo azuayo y cuencano, que resiste a que se haga explotación minera en el páramo de Quimsacocha donde nacen los ríos Tarqui, Yanuncay, Rircay y Girón, cuyas aguas sirven a diversas comunidades, recintos, parroquias, cantones y la ciudad de Cuenca.
La Iglesia cuencana ha continuado con la línea evangélica de defensa de la naturaleza y la vida, los bienes comunes de la humanidad y dentro de ellos el agua para el consumo humano, la sustentación de las especies animales y vegetales y la producción de alimentos.
Ya desde la antigüedad se valoró la naturaleza como fuente y reguladora de vida y su relación armónica con los seres humanos, como lo concibió la filosofía estoica, representada entre otros, por Zenón de Chipre, Cleantes, Crisipo, Panecio, Posidonio, Séneca, Epícteto y Marco Aurelio, para quienes la virtud del bien consiste en vivir conforme la naturaleza racional de los seres humanos, que fundamentó aquella idea de lo justo por naturaleza.
Con el advenimiento del cristianismo, se produjo una transformación profunda en la concepción sobre el mundo, la vida, el ser humano y la comunidad, dado que la prédica del amor al prójimo, la libertad, igualdad y trascendencia del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, trajo profundas repercusiones en todos los órdenes de la vida de la humanidad.
Bajo esta concepción del cristiano, la Patrística o Doctrina de los Padres de la Iglesia, conformada por los padres griegos (Orígenes, Clemente de Alejandría, San Basilio y San Juan Crisóstomo) y los padres latinos (San Ambrosio, San Agustín, Tertuliano, Lactancio, San Hilario de Poitiers y San Jerónimo), coincidieron en señalar que Dios ha destinado todos los bienes de la tierra para todos y cada uno de los hombres; la comunidad de bienes como el principio básico del orden socio económico de la creación; los bienes como un patrimonio común y solidario de la entera familia humana; todos y cada uno de los seres humanos poseen un derecho fundamental y solidario sobre el conjunto de dichos bienes; y, la admisión de la propiedad privada pero no absoluta, sino limitada a lo necesario, a lo suficiente, razón por la que condenaron el lujo y el despilfarro.
Con el advenimiento del capitalismo, la naturaleza y el propio ser humano, se convierten en mercancía, y la motivación del lucro, la acumulación de riqueza y la convicción del crecimiento ilimitado, llevó al agotamiento de la naturaleza, la alienación y la más vil cosificación de las relaciones sociales.
La Iglesia reaccionó con la doctrina social expresada en múltiples encíclicas, mensajes y cartas pastorales, uniéndose a la exigencia de un nuevo orden social mundial para erradicar la pobreza y las calamidades civilizatorias del capitalismo y el constante deterioro medioambiental vinculado al calentamiento global que amenaza la existencia de toda forma de vida.
Así se fortaleció la lucha de la ciencia, los movimientos sociales, ambientales y humanísticos que advierten sobre las consecuencias catastróficas de seguir en el mismo rumbo civilizatorio, frente a los afanes demenciales de la acumulación de la riqueza a costa de la depredación de la naturaleza, de las empresas transnacionales que tienen el dominio planetario.
Pero fue el Papa Francisco quien en su encíclica “Laudato Si” (25-V-2015) sobre la base de las investigaciones científicas, quien sentó en forma más precisa, la posición de la Iglesia frente al “cuidado de la casa común”, la contaminación medioambiental, el cambio climático. la devastación de la naturaleza y la pérdida de la biodiversidad, línea de pastoral ambiental y social de defensa de la vida planetaria, que luego fue evaluada en la Exhortación Apostólica “Laudato Deum” del mismo Papa Francisco. (4-X-2023).
Esta misma posición se expresó en la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos bajo la gestión del papa Francisco; y, por el Sínodo de los Obispos de América Latina frente a los impactos de la minería en la región, el acompañamiento a las comunidades afectadas y la defensa de la justicia social y ecológica.
Esta línea apostólica, ha continuado con el actual Papa León XIV, quien ha enfatizado en la importancia de la justicia ambiental, ha instado a la conversión y a la acción para proteger la “casa común”, renovar el diálogo sobre cómo construir el futuro del planeta, y, a unirse en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral pasando de las palabras a la acción.
En este marco doctrinal, la Iglesia de Cuenca, ha sido coherente y consecuente con la postura cristiana, y sus pastores se han sintonizado con el pueblo amenazado en su derecho al agua.
Cuenca no es mercancía de la bolsa de valores de Toronto, Canadá, ofertada por una transnacional minera, ni objeto de convenios internacionales a espaldas de la voluntad inteligente de un pueblo digno. Cuenca, ya decidió, ¡Kimsakocha no se toca!
Portada: foto de Johnny Zhañay

Asesor jurídico, articulista de “El Mercurio”. Participa en algunas organizaciones ciudadanas como el Cabildo del Agua de Cuenca, el Foro por el Bicentenario de Cuenca y en una comisión especial para elaborar el Sistema Nacional Anticorrupción.