La vida de los seres humanos se relaciona con el territorio en el que habita, del cual depende biológica y culturalmente. La adaptación al territorio incluso es genética; existe un aprendizaje milenario que viene impreso en nuestros genes, aprendizaje fundamental para adaptarse al entorno natural y social. La psiquis humana se integra y se alimenta de una identidad social que recoge una historia milenaria; podríamos decir que existe una memoria del comportamiento humano de millones de años que se ha ido interiorizando casi inconscientemente.
Uno no solo es lo que es sino también lo que no es, lo que no sabe. La memoria se transmite en los hábitos y a través de viejos arquetipos, prototipos y prejuicios que actúan y que eventualmente salen a la superficie. Y es que formamos parte de una continuidad histórica que nos hereda saberes, haceres, afectos y desafectos de la vida cotidiana y terminan siendo parte constitutiva de lo que hoy pensamos y hacemos. Esta continuidad genética genera características de una comunidad de individuos que comparten el aprendizaje de usos, costumbres e imaginarios, que vienen dados por una matriz cultural que transmite los valores, los juicios y prejuicios de esa comunidad.
Un elemento evidente de la vida en sociedad, es que los seres humanos respondemos a modelos que influyen en nuestra mentalidad y tienen mucho peso sobre la concepción acerca de cómo funciona el mundo y la forma en que nos relacionamos con los otros. Tomás Villasante afirma que nuestra historia personal, familiar y grupal suele tener unos contenidos heredados de diversas tradiciones que bloquean en nuestra mente; así como también hay tradiciones que nos estimulan a ser más emancipados y a atrevernos a crear y no sólo a creer.
Lamentablemente, a la educación tradicional, así como a muchos medios masivos de comunicación, no les interesa cuestionar las ideas dominantes y menos promover el respeto a las diferencias, por lo que nuestros modelos mentales rara vez son verificados, se vuelven invisibles para nosotros mismos, y se naturalizan. Quien no ejercita el pensamiento reflexivo tiene dificultad para oír lo que dicen los demás, asumiendo que su pensamiento o sus creencias son las mejores o las verdaderas. Hoy vemos como el nivel de confrontación entre grupos de diferentes posiciones, han perdido el limite y la capacidad argumentativa basada en sus razones para recurrir al insulto, a la difamación, y a la desclasificación de quienes no piensan igual que ellos, y esto ocurre no solo en el ámbito de la política o la religión, sino el múltiples otros temas como la migración, el empleo, la justicia, igualdad, el uso del espacio público, el patrimonio, el enfoque de género, o la cultura.
La ética, es un elemento emancipador de la conciencia, capaz de liberarnos del miedo y de la comodidad. La ética cuestiona nuestras certidumbres, nos exige abrir la mente para revisar nuestras ideas, asumir nuestra responsabilidad sobre lo que decidimos y queremos. La ética implica una cultura de reconocimiento de nuestras diferencias. Joaquín Herrera alude a la capacidad humana de reaccionar en un proceso de liberación ética que nos convierta en sujetos sociales, vivimos en sociedades cada vez más divididas, fragmentadas y proclives al conflicto debido a la incapacidad para entender y manejar las diferencias. La ética implica superar el hedonismo y la vanidad de pensar que siempre tenemos la razón, actitud que no hace más que acrecentar los localismos, los odios y las polarizaciones, generando confrontación e intolerancias extremas para terminar viviendo en una sociedad sin respeto recíproco.
En la medida en que se vaya construyendo un orden de convivencia que opte por la ética como el arte de construir una vida digna de todos y todas, lograremos convertirnos en comunidades de paz y solidaridad. Necesitamos comprometernos en un nuevo pacto social. En este sentido, la ética es un ejercicio cotidiano de convivencia basada en el respeto y el reconocimiento del otro.
Ex directora y docente de Sociología de la Universidad de Cuenca. Master en Psicología Organizacional por la Universidad Católica de Lovaina-Bélgica. Master en investigación Social Participativa por la Universidad Complutense de Madrid. Activista por la defensa de los derechos colectivos, Miembro del colectivo ciudadano “Cuenca ciudad para vivir”, y del Cabildo por la Defensa del Agua. Investigadora en temas de Derecho a la ciudad, Sociología Urbana, Sociología Política y Género.