Cada 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer y en los últimos años, en nuestro país, se han incrementado, exponencialmente, las marchas que buscan reivindicar esta fecha haciendo patente que las sociedades occidentales, aunque han desnaturalizado, en parte, el patriarcado, todavía tienen un largo y arduo camino por recorrer. En este sentido, hubo dos hechos a nivel nacional que me dejaron perplejo y reafirmaron mi convicción de que es necesario congregarse y salir a la calle.
El primero y más grave tomó lugar en la capital azuaya, cuando las manifestantes en su legítimo derecho a protestar se dirigieron hacia la intersección de las avenidas 12 de Abril y Federico Malo; en ese instante, las gendarmes les lanzaron gases lacrimógenos e intimidaron a empujones. Según el testimonio de una de las participantes, todo se estaba efectuando dentro de los mejores términos, pero alguien se quejó de que estaban invadiendo vía y demandó retirarlas, entonces en ese instante las policías empezaron a actuar de manera desmedida.
El siguiente caso acaeció en Quito y aunque fue de un matiz menos grotesco, las opiniones que generó dan cuenta de la mentalidad tan obtusa que impera en nuestro medio. Así, sobre la pared más austral de la iglesia de la Compañía de Jesús se grafitearon unas cuantas frases alusivas a esta lucha, que parece interminable, y varios de los carteles con las consignas fueron acomodados sobre este mismo paramento a manera de altar; sin embargo, dicha acción fue de lo más reprochada y unos cuantos se golpearon el pecho por el precioso patrimonio quiteño, es decir, o por lo menos a mí me suena que, UN MURO de color blanco tiene más valía que las 321 víctimas de femicidio registradas en 2023.
Todas estas eventualidades y las consiguientes acérrimas críticas nos permiten panear en torno a la incidencia patriarcal en Ecuador y que su eliminación se ha vuelto algo de gran dificultad, quizás porque este modus essendi ha calado hasta lo más profundo debido a que es un constante desde tiempos inmemoriales y, por ende, se ha normalizado. Así, en mi condición de historiador he tenido acceso a documentos que patentizan esta aseveración; por ejemplo, recuerdo uno del siglo XVIII que hallé en el archivo histórico de la Curia Arquidiocesana en el expediente llamado Paccha y signado con el número 02. Aquí se evidencia, cabalmente, el cruento escenario y que ni una mujer de cierto rango social estaba o ¿está? exenta de padecer dicha suerte de idiosincrasia.
Esta historia tiene como principal protagonista a la cacica de Paccha, Antonia Pauta, indígena casada con Joseph Pacurucu; en dicha relación, ella comentó que hace más de 10 años su esposo la había repudiado y por esto estaba presa en el recogimiento de Santa Marta “…padeciendo increíbles hambres y necesidades…”. Además, enfatizó que carecía de persona que le subministre un bocado y que sus dos hijitos menores estaban separados de su cuidado y manutención.
Agregó, “…habiendo ingresado al estado matrimonial, involuntariamente, por sólo la compulsión y violencia con que procedió Doña Margarita Matute…” su madre legítima, no quiso “…acceder a la consumación del matrimonio hasta el término de un año y más, al cabo del cual…” Joseph la “…violentó y tuvo propagación con fracción del claustro virginal …”. Como si esto no fuera suficiente, ya que en términos contemporáneos lo que la cacica sufrió no fue otra cosa que una violación, ella añadió que él anduvo desacreditándola públicamente y vociferando a viva voz que la “…había hallado corrupta y movido solamente por su voracidad y mala decencia…” la entregó como si hubiera sido su esclava en la casa del Doctor Felipe Nieto Polo para que en ella sirviera de nodriza de una criatura.
Según Antonia, el sueldo que ella devengaba en este lugar, Joseph se lo atajaba y gastaba en comprar trago y hacer sus “…picardías…”. Sin embargo, lo peor todavía no había acaecido y la cacica agregó que cierta “…noche pretendió quitarle la vida con un puñal …” y que si no hubiese sido por sus “…gritos y clamores…” que alertaron a su madre y padrastro Marcial Faicán, ya difunto al momento que ella hizo esta relación, quienes lograron evitar el homicidio o más femicidio (este último entendido desde las nociones y conciencia actuales).
Finalmente, acotó que después de haberla tenido repudiada por una década, Joseph pretendía juntarse con ella “…en el consorcio matrimonial, tal vez con el diabólico designio…” de quitarle la vida; por esto, era el motivo de la misiva para suplicar al obispo que interceda ante el Señor Gobernador en desmedro de las pretensiones de Pacurucu.
Aunque no hallé la conclusión del pleito, esta pequeña relación, bien detallada, consiente hacerse una idea de la magnitud del patriarcado y la necesidad del feminismo; por eso cuando alguien desacredite dicho movimiento y justifique las acciones policiales de Cuenca o el “vandalismo” que se ocasionó contra la pared austral de la iglesia quiteña de los jesuitas procuremos generar reflexión, haciendo énfasis en que esta lucha no ha acabado, porque el machismo tiene su sustrato desde milenios atrás, lo que ha permitido su consolidación e instauración en las mentalidades como una normalidad.
Para terminar, quisiera enfocarme en lo ocurrido en Quito y los comentarios vertidos contra la suerte de altar que se hizo apilando los carteles; respecto a esto he de mencionar que, en Cuenca, en el antiguo puente Mariano Moreno, hoy “Vivas Nos Queremos”, hicieron algo semejante, espacio que, lamentablemente, en ciertas ocasiones ha sido vandalizado con diatribas como se puede observar en la fotografía que ilustra esta nota y publicada en el medio digital “Pie de Página”. En este contexto, espero que dicha forma de manifestarse sienta un precedente y, a pesar de los alardes de ciertos grupos, en esa intersección quiteña (calles Sucre y García Moreno) se realice algo similar, como un hito que solemnice esta espeluznante realidad y la lucha de unos cuantos grupos por erradicarla.
Humano curioso, observador y pensador innato. Amante de la historia, cultura y geografía. Licenciado en Gestión Cultural por la Universidad de Los Hemisferios (Quito); máster en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla (Sevilla); especialista en Gestión de Museos y Centros Culturales por la Universidad del Azuay (Cuenca). Se dedica a la investigación de manera independiente y su área principal de indagación está centrada en la historia arquitectónica, social y cultural de la capital azuaya y sus alrededores.