“Quisiera tener una metralleta –una de esas que disparan varios proyectiles al mismo tiempo–. Les apuntaría de esta forma –Doña Susana se ubica corporalmente como si estuviera sosteniendo y apuntando con sus brazos un arma de fuego portátil– y luego les dispararía. Con una pala me pusiera a cavar un hueco, tan hondo como para que entren todos esos niños. Pero si de hecho llegaran a salir de algún modo, me los comería a toditos.” Así se expresa Doña Susana, cuando recuerda a un grupo de adolescentes de nuestro barrio que se juntaban en horas de la tarde para ‘hacer travesuras’”.
Doña Susana es mi vecina. Ella sería considerada como una típica asustaniños. Se trata de una mujer mayor –tiene 72 años, aunque parezca tener muchísimos años más–. Es una mujer muy delgada. Su rostro es alargado, bastante consumido y lleno de arrugas. Su voz es grave, tajante, masculina. Sus dientes son grandes y están superpuestos. Su cabello es corto, de color gris, sin brillo. Se viste con ropa sencilla, modesta y de colores oscuros. Doña Susana vive sola en una casa que se encuentra a pocas cuadras de la mía.
Todos los vecinos conocen a Doña Susana porque tiene algo de loca, de bruja, de asustaniños. Susana siempre paga la renta de la casa a su debido tiempo, es decir, en esto tiene de vecina modelo; pero también es la única que se queja abiertamente de que los conserjes no están en su puesto de trabajo, que no le ayudan a regar las plantas, que la señora de la limpieza no ha pasado la escoba justo a la entrada de su casa, que los vecinos parqueen sus vehículos en las veredas, que los dueños de los perros no tengan la precaución de pasear a sus mascotas con los implementos de limpieza, que los padres no controlen las actividades que sus hijos realizan en los espacios verdes, que los árboles no reciban un adecuado mantenimiento, que no se cuide las flores de los jardines, que los vecinos dejen sonar las alarmas de sus vehículos por largo tiempo, que hayan jovencitas que no saluden, y un largo etc. En definitiva, en el barrio se ha construido una imagen problemática de Doña Susana.
Pero son sobre todo los niños, niñas y adolescentes del barrio quienes han desarrollado una particular percepción respecto de ella. Varias de las ideas que tienen de Susana con seguridad habrán sido influenciadas por sus padres. Sin embargo, también las ideas que los niños y niñas tienen de Susana se sustentan en sus propias experiencias. En efecto, los niños y niñas que alguna vez merodearon por detrás de la casa de Susana y se asomaron por la ventana para descubrir qué secretos esconde este personaje, recibieron de ella reclamos sobre el respeto al espacio privado de las personas. Quienes, en alguna ocasión, con o sin intención, pisaron las plantas del jardín de Susana, obtuvieron un largo sermón sobre el esfuerzo, el tiempo y el dinero que destinó para arreglar este espacio. Quienes alguna vez dejaron de saludarla, recibieron una reprimenda respecto del saludo como señal de (buena) educación.
Doña Susana siempre está al tanto de los asuntos del barrio –quienes llegan a horas no debidas y en qué condiciones, de quiénes son los vehículos que se estacionan en lugares no autorizados, a quién “le dejó” el marido, etc.–. Es decir, Susana sería la típica persona entrometida, la que está al tanto de todos chismes del lugar, la que se mete en la vida de los demás. Las personas adultas se ponen nerviosas cuando la ven en el espacio público –cuando regresa a su casa luego de realizar compras breves en la tienda del barrio o cuando simplemente está fumando–. Si no son del agrado de Susana, posiblemente pasarán sin establecer contacto alguno con ella; únicamente apresurarán el paso. Si Susana los considera como amigos, seguramente serán detenidos por ella para conversar –los tomará firmemente del brazo durante la conversación, como si estuviera asegurando que no puedan escapar–. Aun cuando se trate de amigos, estos estarán preocupados de que Susana les quite su tiempo. Y es que en un mundo tan agitado como el nuestro, donde las personas siempre están corriendo, en donde existe la percepción de que el tiempo debe emplearse para asuntos “importantes”, encontrarse con Susana significa “perder el tiempo” en una de sus largas conversaciones.
Los niños y niñas que ya tienen algún tiempo viviendo en el barrio o huyen de ella –si tienen conciencia de haber hecho algo indebido, como espiar por la ventana de su casa– o la saludan mostrando mucho respeto. Es seguro que todos ellos habrán sido interrogados de algún modo por Doña Susana. Los niños y niñas se dan cuenta de que se trata de un personaje especial, pues su presencia, su figura y su voz se alejan de la imagen de la abuelita tradicional. Es más, la contradicen. Ciertamente, su figura, su falta de feminidad, su notable soledad y permanente presencia en el espacio público son todos elementos que hacen de ella un personaje temido por adultos y niños.
Y es que la producción social de asustaniños reales se asienta sobre la categorización estereotípica de ciertos individuos marginales o marginalizados, bajo unos pocos arquetipos de anormalidad (Del Campo Tejedor y Ruiz Morales, 2015). En nuestro caso, Susana encarna los rasgos de la bruja, la loca, pero también de la persona que no ocupa su lugar, pues uno de los elementos que la caracterizan es su presencia en el espacio público. Como señalan Del Campo Tejedor y Ruiz Morales, los discursos sobre estos asustaniños y el universo simbólico en torno a ellos, no solo puede ser rastreable en leyendas, cuentos, supersticiones, chismes y otros relatos, sino también en las experiencias cotidianas de la gente, en este caso, de los adultos y niños del barrio que conocen y se relacionan con Susana. Se comprende así cómo se gestan las ambivalentes imágenes sobre quienes sin dejar de ser considerados extraños y temibles, también son cercanos, familiares y despiertan tanto el rechazo como la curiosidad y la fascinación, viviendo en las márgenes de nuestra cotidianeidad.
El asustaniños se construye bajo una lógica que estereotipa, deforma y envilece al personaje en cuestión, enfatizando su aspecto y comportamiento maligno y tenebroso, con el fin de provocar el miedo en los niños y niñas, de tal manera que se someta a las directrices de los adultos. Es así un protagonista involuntario del control social infantil; sus actos y su aspecto son el material del que se moldea su imagen. Doña Susana no solo cumple este rol respecto de los niños y niñas del barrio; lo hace también respecto de las conductas de los adultos. En efecto, en el barrio los adultos hemos sido clasificados por ella como buenos o malos ciudadanos. Es muy probable que varios de nosotros nos hayamos visto animados a comportarnos de cierta manera, a obedecer determinadas normas, precisamente, debido a la influencia de Susana.
El asustaniños muestra lo que la sociedad da por supuesto sobre un determinado tipo de gente. Sin embargo, Del Campo y Ruiz Morales sostienen que el miedo y el rechazo no son los únicos sentimientos que suscitan estos personajes. En los niños y niñas se despierta también la curiosidad, incluso la atracción. Y esto es así porque el proceso mediante el cual se construye a este tipo de personajes nunca es lineal, ni cerrado, ni susceptible de ser dirigido únicamente por el poder. Así, los asustaniños reales muestran en el fondo la ambivalencia con que el mundo adulto acoge lo diferente, lo imprevisible, lo inseguro, incluso lo sorpresivo y contradictorio.
Hemos construido como “anormales” a quienes no quieren o no pueden vivir en un lugar estable; en esta categoría se encuentran a quienes se suele denominar como “vagabundos, mendigos e indigentes”. Algunos de ellos han sido convertidos en asustaniños por quienes pretenden impedir que sus hijos se mezclen con extraños que han vivido al margen de las convenciones sociales. En otros casos, es el aspecto externo de la gente el que se aleja de los referentes de normalidad y seguridad; en esta condición se ha ubicado, por ejemplo, a quienes lucen atuendos “andrajosos”.
Otra categoría de asustaniños estaría constituida por vendedores ambulantes, migrantes de otros países o migrantes nacionales de las zonas más pobres, quienes son colocados en los escalafones más bajos de la sociedad. Y es que históricamente lo “foráneo” ha sido visto con suspicacia. El “extranjero” ha sido particularmente construido desde el estigma; es “el otro”, el enemigo, el arquetipo contrario al buen ciudadano.
De acuerdo con Del Campo y Ruiz Morales, el miedo al “loco” forma parte del imaginario social. A nivel popular, el “loco” es simplemente quien se aparta de ciertas convenciones sociales, especialmente las maneras institucionalizadas de presentación y comportamiento en público, sin que se excluya aquí una relación con la creatividad, incluso la genialidad. El “loco” vive en los márgenes de la sociedad, tanto físicos como simbólicos. Vive en los límites de la comunidad, fuera de lo seguro y conocido.
El estigma corporal también ha sido interpretado como un signo del mal. Los seres “incompletos”, “deformes”, “grotescos” han sido objeto tanto de compasión, como de burla. Estos personajes transgreden simultáneamente los estándares de la apariencia, la salud, el pacto social y de lo que se considera “natural”. Ciertas partes del cuerpo –como los dientes– parecen ser especialmente propicias para suscitar el temor infantil.
Uno de los rasgos físicos más frecuentemente identificado entre los asustaniños, tanto reales como ficticios, es su ancianidad, especialmente en los personajes femeninos. Bajo la influencia de la idea de la bruja, ciertas mujeres ancianas y solitarias, conocidas en el pueblo o el barrio, han sido convertidas en supuestas devoraniños. En ocasiones estas mujeres ancianas son tildadas de locas. Los personajes femeninos no despiertan tanto el terror por su agresividad, sino por sus “malas artes”, vinculadas a la hechicería.
Para Del Campo Tejedor y Ruiz Morales todos los asustaniños son sujetos marginalizados y tomados como “anormales”. Son parte de un mundo caracterizado por la inestabilidad, la sospecha, la inseguridad. No forman parte ni del sistema productivo legitimado, ni del sistema de valores hegemónico; mucho menos son sus prácticas convencionales. Constituyen, en conjunto, no solo lo diferente, sino lo desviado, a veces lo extraño, y, por tanto, lo criticable y rechazable. En los asustaniños reales, el anómalo no es siempre otro distante, sino aquello que la comunidad pretende ocultar: la vejez, la miseria, la soledad…
Los marginales son necesarios, precisamente, para enseñar a los niños los límites de lo infranqueable, los anti-ejemplos de hombres y mujeres. Doña Susana nos recuerda el lugar que deben ocupar los niños en la sociedad: los niños deben permanecer dentro de casa. No son buenos niños quienes permanecen largas jornadas fuera de ella, pues seguramente su tiempo lo estarán empleando en planificar y cometer travesuras. No son buenos niños quienes no saludan a los mayores. Correlativamente, no son buenos padres –y más precisamente, no son buenas madres– quienes omiten su deber de cuidado, control y enseñanza de (buenos) modales.
Pero lo extraño también despierta la curiosidad. Es frecuente que los niños se diviertan provocando a estos “seres antisociales”, poniendo a prueba la veracidad de los relatos que sus padres han transmitido acerca de ellos. Alguna ocasión, “el líder de una pandilla” –en palabras de Doña Susana–, que constantemente la molestaba tocando el timbre de su casa, se encontró con un mensaje que decía: “Querido enano: métase el dedo en el pupo; no timbre.”
En efecto, al tiempo que Susana asusta a los niños –por su imagen, por su voz, por sus reproches–, también los atrae. Solo donde Doña Susana pudo haber acudido un grupo de niños que encontró un gato herido en la calle, a pedirle ayuda. Los niños suplicaron a Susana que acogiera al gato y le brindara leche caliente. Según nos contó Doña Susana, “mandó al gato a la calle junto con los mocosos”. Pero se sabe que Susana sí se hizo cargo del gato, al menos por esa noche. Susana es conocida por entrometerse en la vida de los otros; por esa misma razón es que fue la única persona del barrio que pudo conversar durante varios días con un adolescente que se encontraba muy triste debido a la separación de sus padres. Susana y el chico fueron vistos conversando, por largas jornadas, en la vereda de su casa.
Doña Susana se caracteriza porque tiene tiempo para invitar a quienes considera amigos a su casa, prepararles un café y conversar por horas. Al principio, ellos acuden a regañadientes; después, extrañan las invitaciones de Susana. Doña Susana tiene tiempo para tejer rodapiés que regala a una vecina que aprecia, para que sean colocados en la entrada de su casa en tiempos de lluvia. Ella tiene paciencia para elaborar las manualidades que obsequia a la única adolescente “educada” que sí le saluda. Susana prepara y comparte con una vecina el dulce de los higos que nadie tiene tiempo de cosechar. Y solo Susana es capaz de hacer gestiones para traer al agrónomo que logra diagnosticar la dolencia del árbol que está junto a su casa.
En un mundo caracterizado por la falta de tiempo, por el individualismo, por el culto a la imagen, por el miedo a lo diferente y al extraño, por esa misma razón –por emplear el tiempo en “lo intrascendente”–, sea que Doña Susana nos asusta y nos fascina, al mismo tiempo, a muchas de las personas que la conocemos y la queremos.
Del Campo Tejedor, A. y Ruiz Morales F. C. (2015), “Galería de asustaniños de carne y hueso. Miedo y fascinación en torno a las categorías de la anormalidad en Andalucía”, Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, LXX, 2.
Doctora en Jurisprudencia por la Universidad de Cuenca. Obtuvo un Maestría en Género y Desarrollo en la misma universidad. Posee un Doctorado (Phd) en Derecho por la Universidad Andina Simón Bolívar. Fue Directora del Instituto Nacional de la Niñez y la Familia, en Azuay, Cañar y Morona Santiago. Secretaria Ejecutiva del Concejo Cantonal de la Niñez y Adolescencia de Cuenca. Se desempeñó también como Jueza Provincial de Familia, Mujer, Niñez y Adolescencia del Azuay. Laboró en el Municipio de Cuenca y en el Gobierno Provincial del Azuay. Autora de artículos y libros sobre derechos y género. Ha participado como ponente y coordinadora en seminarios nacionales e internacionales vinculados a su campo de estudio e investigación