“El horror es un dolor que fascina” afirma Aldous Huxley y lo comprobamos en estos tiempos del desprecio puesto que el Ecuador se ha convertido en un país distópico por excelencia.
Las cárceles y los carteles tienen en vilo a la sociedad civil cuyos estamentos mantienen una economía social perversa; la deshumanización sumada a la peste del coronavirus y otros desastres geopolíticos, ambientales y de carácter educacional integran un panorama desolador y en crisis permanente; es decir la distopía como presencia irrefutable de aquello que no queremos ver, sentir y asumir.
El colapso moral que se ha generado luego de los fracasos de los gobiernos anteriores posesiona a la mafia como consecuencia de un estado totalitario que creó las condiciones indispensables para que el narcotráfico hunda sus garras en la piel de un paisito desarmado intelectual y orgánicamente. La escalada de terror ha ido en paralelo con la indefensión de un pueblo que contempla atónito, sin entender todavía, el estreno de los más crueles escenarios de la muerte.
Violaciones a mujeres y hombres, sin reparar en que sean policías, masacres y suicidios clandestinos, desapariciones y torturas se suceden dentro de una sociedad conformista que opta por mirar las redes sociales. La ausencia de claridad en cuanto al manejo de las cárceles en el país (salubridad, alimentación, rehabilitación y otros) indica una supuesta industria que se oculta, si a ello sumamos el hacinamiento y la presencia de todo tipo de armas y droga, nos encontramos con un polvorín que explota cada cierto tiempo.
Los expertos señalan que las protomafias se están moviendo hacia nuestras fronteras; el Ecuador, debido a sus condiciones de dolarización y su tamaño territorial además de su situación en el mapa mundial sería un punto clave para la distribución de la droga sin contar, por supuesto, las pandillas y los carteles que ya se encuentran establecidos.
La corrupción de los guardias y demás involucrados en la seguridad del sistema penitenciario es otra clave dentro de esta catástrofe; sin necesidad de acudir a la ciencia ficción que prevalece en la distopía literaria podemos afirmar que vivimos una situación cercana a todo aquello que, hasta ahora, hemos aprendido a través de la lectura o el cine.
Sin embargo, esta realidad es urgente; las medidas coercitivas tomadas por el mandatario son el termómetro de que nuestro país está al borde del colapso. Una sociedad polarizada además de inducida a la banalidad provoca un caldo de cultivo en el que la corrupción, el delito y los crímenes son parte de la trama de aquello que designamos como distopía.
Poeta. Gestora cultural. Articulista de opinión. Ha recibido varios premios de poesía y al mérito laboral. Ha sido jurado en diversos certámenes nacionales e internacionales. Ha publicado diversas obras, así como Literatura infantil, Sus textos han sido traducidos a varios idiomas y figuran en diversas antologías nacionales y extranjeras.