Hablar del “Día de la Mujer” nos muestra tres aspectos: poder, dominación y liberación. El poder de dominación ha sido permeado a través de símbolos. El poder simbólico posee la función de legitimar y encubrir la dominación que ejerce una clase sobre otra, el hombre hacia la mujer, lo que en palabras de Max Weber podría ser llamado “domesticación de los dominados” (Abel Somohano 2018, p.20). Sin embargo, este poder no puede ejercerse sin el apoyo de aquellos que lo sufren, o sea la violencia simbólica del sistema patriarcal cuenta con el apoyo inconsciente de los afectados y afectadas (Somohano 2018, p. 19) haciendo que la domesticación se vuelva normal.
En un universo androcéntrico de un sistema patriarcal, clasista, racista y machista nuestras luchas son milenarias, pues nacen desde nuestras ancestras, desde el espacio doméstico y se expanden hacia otros como lo público, cargados de todos los estereotipos. Son innumerables las fronteras en las que presentamos batalla trascendiendo leyes en lo local y avanzando hacia lo global de las naciones, no solo por las mujeres sino por el derecho a la vida de todos los seres humanos y, en estos últimos años, ante la crisis climática para defender la salud y la vida de la Madre Tierra. El cambio climático afecta más a las mujeres y las niñas porque pone en peligro la vida y los medios de subsistencia, los recursos naturales de los cuales dependemos. La crisis sanitaria ahondó más esta situación porque se incrementó la pobreza, la violencia y los femicidios; el 80% de pobres en el mundo son mujeres (ONU).
En esta situación cada vez más profunda, estamos al pie de la batalla, sosteniendo la economía real e informal, las mujeres llevamos los alimentos a las ciudades consolidando la familia, un 83% de mujeres están dedicadas al cuidado de las personas, al cuidado de la tierra y de las semillas, trabajo invisibilizado e ignorado para que las fuerzas vitales sean posibles. En este contexto, la mujer nativa y rural tiene una sobrecarga laboral y una doble lucha: pelear por sus derechos como mujer tanto fuera como dentro de su organización o movimiento y, además, luchar por las causas colectivas fundamentales de los pueblos nativos como es la defensa de los territorios, el agua, como guardiana de la identidad cultural y la educación bilingüe. No obstante, en muchas comunidades y nacionalidades, bajo el discurso de complementariedad y dualidad, se invisibiliza la violencia y desigualdad de género que alcanza a un 60% (INEC, 2019).
Un sistema codificado en masculino, capitalista, opresor y colonialista ha impuesto normas basadas en las desigualdades y ha sembrado el miedo y la obediencia. Este sometimiento nos ha hecho sentir culpables de todo y de castigo conforme a la cultura judeocristiana. Simbologías que permitieron interiorizar los sufrimientos hasta el punto de “poner la otra mejilla” antes que quejarse, o ante la violencia de pareja que sutilmente la llaman “incomprensiones” nos decían “el amor todo lo puede”. Expresiones que constituyen formas simbólicas, conformadas por “las acciones, objetos y enunciados significativos de varios tipos, en relación con contextos socialmente estructurados e históricamente específicos” (A. Somohano 2018).
De ahí, el 8 de marzo no es festejar, no es regalar ni recibir flores, es un día para conmemorar las vidas perdidas. Es seguir en la resistencia, es exigir derechos, económicos, sociales y culturales, es exigir reparación integral por los daños causados por los femicidios, no más impunidad contra nuestras compañeras defensoras de la vida y del territorio que son desplazadas.
Para nosotras cada 8 de marzo significa una identidad recuperada, tejiendo manos, corazones y pensamientos, “es lucha librada y por librar, es cambios conseguidos y por conseguir. Es el día de voz en alto, sincera y revolucionaria” (Leira Collaso Palomo 2022). Cada 8 de marzo viene a nuestra mente quiénes ya no están pero que nos dejaron un camino y una tarea a seguir, sin la lucha de las valientes mujeres obreras en las fábricas textiles (1848), no tuviéramos derechos y aún los hombres no disfrutaran de la jornada de ocho horas diarias de trabajo. Por eso estamos aquí, en este trayecto, porque hemos caminado y cruzado fronteras. En este sentido, el día de la mujer es un día de reflexión sobre los logros alcanzados y un llamado al cambio, un llamado que hace la ONU este 8 de marzo y señala que la “igualdad de mujeres hoy para un mañana sostenible” porque la mujer está más relacionada con la crisis climática.
Desde este ángulo, son muchas las heridas desde las que nos resignificamos, adentrándose en la carne de millones de mujeres que, durante siglos, hemos sido objetivisadas como han dictado las normas del sistema imperante. Es urgente visibilizar el trabajo informal y agrícola de las mujeres, eso implica que tanto hombres, mujeres y jóvenes de las urbes tomen conciencia y apoyen consumiendo lo local. Las mujeres están liderando propuestas de trabajo como artesanas, agricultoras organizadas impulsando microempresas en varios campos; como defensoras del medio ambiente están empeñadas en mejorar los cultivos, realizar banco de semillas, cajas solidarias; en salud están recuperando las plantas nativas y extrayendo medicamentos naturales para contrarrestar el alto costo de los medicamentos farmacéuticos-tóxicos; en las artes y artesanías con textilerías, tejidos, bordados, pinturas, etc. Es tiempo, entonces, de reconocer el trabajo de las mamas, hermanas, hijas, nietas, trabajadoras que no se rindieron jamás y que nos dan vida y luchan para que este mundo sea más perfecto.
Termino mis ideas con un llamado a la construcción de la unidad desde la diversidad para liberar tensiones que existen entre las mismas mujeres. Nos unimos y luchamos juntxs para vencer el patriarcalismo en pos de reafirmar nuestra liberación y la soberanía de la Madre Tierra o si no estaremos condenados a la autodestrucción. Sigamos caminando con un pensamiento positivo que nosotras somos más fuertes de lo que nosotras mismas creemos. Tenemos que creer en nosotras mismas que somos valientes, soñadoras, creadoras y transformadoras. Y bajo este sueño vamos a seguir trabajando, luchando, organizándonos, sumando intereses con sentido colectivo para continuar con nuestra lucha, paso a paso hasta alcanzar los derechos para todas y todos; alcanzar nuestra autonomía y conseguir cumplir con el imaginario de un mundo más humano, sostenible, lleno de amor y paz, justicia social y autonomía, sin discriminación ni feminización de la pobreza.
Ya somos el inicio de algo nuevo y por eso en este 8 de marzo 2022
“Ni sumisa, ni obediente
Mujer fuerte, insurgente
Independiente y valiente”
Anita Tijoux
Nativa de Saraguro. pertenece a la nacionalidad Kichwa. Estudió en Zamora en la Escuela de Líderes. Cursó estudios universitarios en Cuenca. Es abogada, tiene estudios en lengua y literatura, es magister de Estudios de la Cultura y un Diplomado en Educación Intercultural Bilingüe. Maestra de secundaria y educación superior, investigadora. Ha publicado varias obras, así como artículos en revistas y periódicos. Ha desempeñado varios cargos vinculados a Educación Bilingüe. Es conductora del programa Ñukanchik llata Kashpa (Nuestra identidad) en la Radio comunitaria de Saraguro “KIPA RADIO”, FM 91.3.