Resulta interesante y llama la atención que Platón use el término terapia para referirse no sólo al ámbito de la salud- enfermedad, como generalmente acontece hoy, sino también en otros contextos muy diferentes. Así por ejemplo, además de referirse a la “terapia de los enfermos”, también lo hace a la “terapia de los dioses” pero igualmente, y de manera singular, a la “terapia de los pasteles”, y de aquello que nos interesa, de la “terapia de la ciudad”.
Nos enfocamos en la terapia de la ciudad, de la polis, que hemos de entender en el ámbito concreto de la política, cuyo ejecutor principal es el gobernante, siendo que el pensamiento político de Platón es menos descriptivo y más normativo, le importa y le preocupa más, saber cómo los hombres que ejercen el poder, deberían gobernar.
Así en La República, Platón se muestra preocupado por la política bien conducida y el ideal del gobernante perfecto. El gobernante ideal es aquel que ejerce terapia política sobre la ciudad, y no es otro que el filósofo. ¿Cuál es la razón de tal necesidad?
En el Diálogo Platónico el Gorgias, se hace una comparación entre el estadista, gobernante con el médico. Mientras el médico mediante la terapia logra el bienestar físico de sus pacientes, el gobernante a través del ejercicio de su oficio y ejecutando su terapia se ocupa del bienestar de la polis o ciudad en su conjunto. De manera directa Platón plantea que el gobernante debe procurar y afanarse por el mejoramiento moral de sus ciudadanos, de tal modo que quién o quiénes gobiernan y por lo tanto, tienen el poder, cumplen una función educadora.
Al hilo de esta comparación, el médico puede ejercer una terapia pues posee una techne, es decir un arte, un saber confiable que va más allá de la simple experiencia cotidiana, una techne que es fruto de un proceso de racionalización y que además, obedece a una finalidad concreta. En la misma medida, el gobernante, el político, que poseyendo una techne, es capaz de basar su quehacer en conocimientos, pues sin episteme, esto es sin conocimiento, no es posible ninguna clase techne, ni siquiera la del pastelero. De tal modo que, el conocimiento verdadero y fundado y no la creencia, además de la búsqueda de determinada meta, son los requisitos indispensables para un buen gobernante.
La meta, la finalidad concreta a la que tiende toda techne y con ella toda terapia es la de vigilar siempre por lo mejor, es decir, que la meta de la terapia política es el bien del alma de los ciudadanos y para ello, el gobernante necesariamente debe tener ciertos conocimientos verdaderos y fiables que tienen que ver fundamentalmente con valores morales, que el gobernante llega a conocer en su calidad de filósofo, amante del saber.
Sin embargo, existen psesudo-terapeutas políticos, incapaces y malos gobernantes, pues no buscan el bien real de los ciudadanos, y es que no pueden hacerlo pues no poseen el conocimiento de este bien. La pseudo-terapia política no es, por tanto, de ningún modo una techne, como tampoco un arte, pues al no poseer el conocimiento adecuado, no sabe cómo obrar, y en lugar de hacer mejores ciudadanos, hace peores a quienes se encuentran a su cuidado.
Platón, en La República, muestra por lo menos tres características que posee la terapia. En primer lugar, la terapia no se ofrece de manera indistinta e indiscriminada, sino sólo en aquellos casos que realmente pueden ser exitosos. La terapia cuida del alma y del cuerpo, pero solo deben ser aplicada a aquellos ciudadanos que tienen una buena naturaleza, es decir, que tienen naturalmente la capacidad de beneficiarse y aprovechar de los cuidados terapéuticos que le permiten y le conducen a ser mejores ciudadanos.
En segundo lugar, la ciudad o la polis necesita ser construída y mantenida, de tal modo que, necesita de campesinos, albañiles, tejedores, zapateros y otra suerte de oficios que se ocupen de las necesidades inmediatas de la ciudad. Estas personas son también terapeutas pues, conociendo y teniendo el arte de su oficio, sirven al buen funcionamiento de la polis.
En tercer lugar, la terapia que se aplica al alma es la que participa en mayor grado del conocimiento, de la verdad y del ser, por lo tanto tiene un estatus superior a la terapia que se usa para el cuidado del cuerpo.
Sin conocimiento o episteme no es posible la techne y por tanto, tampoco será posible la terapia. El gobernante debe pertenecer a aquellos que conocen verdaderamente. Pero, ¿qué tipo de conocimiento debería tener el gobernante? Para Platón el conocimiento podría dividirse en dos tipos. El primero sería un conocimiento meramente cognitivo o teórico que quiere conocimientos sin que implique ninguna acción manual, un ejemplo de este tipo de conocimiento es la aritmética. El segundo refiere a un conocimiento práctico cuyos conocimientos se muestran en acciones produciendo cosas que antes no existían, la arquitectura, por ejemplo.
El gobernante deberá dominar el arte de la política y éste conocimiento es de tipo teórico. El estadista puede lograr mucho por el bien de la ciudad poseyendo una alma inteligente, fuerte y virtuosa, más que con sus manos. El político debe tener conocimiento de cómo gobernar a los hombres, pero este conocimiento es muy difícil de adquirir y requiere de un muy largo proceso, de tal modo que muy pocos lo poseerán. El que tiene el conocimiento es quién debe gobernar o aconsejar a quién gobierna.
El gobernante como terapeuta político, además de tener un conocimiento de tipo teórico y no manual, debe conocer ciertos valores morales que le dirán qué es lo que debe hacer en la polis. En la realización de estos valores consiste el hacer del gobernante.
¿De qué qué valores se trata? El gobernante deberá realizar ante todo los valores de lo bueno, lo bello y lo justo de los que estarán dotados los gobernados, así los ciudadanos serán mejores moralmente. Es muy interesante el convencimiento de Platón de que el político tiene la doble tarea complementaria y necesaria, la de ser educador y terapeuta de la ciudad que gobierna.
El arte político, como cualquier otro arte implica un arte de medir. El verdadero arte apela siempre al “justo medio”, es decir, lo que conviene, lo que debe ser, lo apropiado. Esta idea es de suma importancia, pues considera que el justo medio y ningún extremo se corresponde a la perfección de la que somos capaces, es la exacta cualidad que no permite ni más ni menos, ni el exceso, ni la deficiencia, y esto en todos los órdenes de la vida del individuo y la de la ciudad.
Quién gobierna debe ser un conocer del justo medio y del mismo modo, debe conocer con la mayor exactitud posible lo que es justo, bello y bueno, pues éstos valores, que son correlativos y se implican mutuamente, son la guía fundamental e indiscutible de la conducción de la ciudad.
Existiendo distintos tipos de arte, entendido arte como la capacidad de hacer algo bien pues se conoce lo que se hace, el gobernante no es quién hace la guerra, ni administra la ley, ni predica; le corresponde más bien saber que ley debe dictaminar, qué guerra debe hacerse, que retórica debe usarse o no, y este es el verdadero arte, el arte político, pues implica aspectos normativos. El buen gobernante sabe por tanto, cómo debe manejarse la ciudad y cómo deben ser coordinadas las actividades que son necesarias al funcionamiento de la polis.
En definitiva, el hacer del político consiste en coordinar las actividades de la ciudad según los valores morales que conoce. Y este hacer específico no es otra cosa, que la construcción del estado perfecto.
El político deberá poseer andreia es decir, valentía, sophrosyne o moderación. Los valientes se inclinan a la acción , son fuertes, rápidos y temerarios. Los moderados son sensatos, tranquilos y calmados. Estos son dos temperamentos, con los que se teje la ciudad, en el entramado de la trama y urdimbre del tejido.
Es pues la virtud del quehacer del gobernante en la polis la que es indispensable para conseguir un estado perfecto y una excelencia moral. Así el experto en política es necesariamente un terapeuta y toda política bien conducida debe, por necesidad ser una terapia.
Máster en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en Estudios Culturales por la Universidad del Azuay. Licenciada en Filosofía, Sociología y Economía por la Universidad de Cuenca. Ha ocupado altos cargos académicos en la Universidad de Cuenca como la Dirección de Posgrado, del Departamento de Humanidades de la Facultad de Filosofía, de la Junta Académica de la Carrera de Filosofía, fue profesora e investigadora de la Facultad de Filosofía; fue miembro del Consejo Académico de la Universidad. Actúo también como Directora de la Delegación Provincial Electoral del Azuay. Miembro del Colectivo Cuenca Ciudad para Vivir. Competencias académicas, ética, estética, filosofía de la cultura.