Hace pocos días, varias voces lamentamos la muerte de Don Juan Tenezaca, uno de los mejores artesanos de la provincia de Cañar y del país entero. Tuve la suerte de conocerlo hace más de 20 años, cuando yo trabajaba en el Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares (CIDAP); él llegaba cada cierto tiempo a entregar sus productos y siempre se quedaba en la conversa. Más adelante, cuando fui Subsecretaria de Patrimonio, se lo nombró Portador de Saberes Tradicionales, motivo por el cual lo visitamos en su comunidad y pudimos compartir y dialogar en medio de una pequeña celebración.
Juan Tenezaca Aguaiza era un tejedor quichwa cañari, oriundo de la comunidad Manzanapata, ubicada en la parroquia Chorocopte de la Provincia de Cañar. Con seguridad elaboraba las mejores y más finas fajas o chumbis del país. Destacaban en su producción las fajas doble cara, o doble faz, tejidas con hilo mercerizado. Los motivos eran diversos, propios de la rica simbología de la cultura cañari, vinculando animales importantes de la cosmovisión andina (lobos, llamas, venados, aves) con elementos de la influencia hispana (toros, corderos, gallos, espigas de trigo y copones de la eucaristía). También era experto en tejer otras prendas de la indumentaria indígena de Cañar, como ponchos o cushmas, al igual que bayetas. Decía que sabía tejer trece tipos de ponchos. Él mismo conservaba intacta la vestimenta de su pueblo: camisa bordada en cuello y puños, cushma, faja, sombrero de lana abatanada, pantalones de bayeta y oshotas.
Tayta Juan no trabajaba solo, sino que sus tareas eran compartidas con su esposa, Doña Baltazara, quien se encargaba de la preparación de la lana, sobre todo el hilado, el torcido y el urdido; aunque también Doña Baltazara aprendió a tejer, actividad que en Cañar ha sido tradicionalmente de los varones. En muchas ocasiones, viajaban juntos a Cuenca o a Quito a entregar sus productos, mismos que eran vendidos en los locales más prestigiosos del país y en donde se cumplía con altos estándares de calidad, como Kinara, Olga Fisch o la antigua tienda El Barranco del CIDAP.
Don Juan, al morir, bordeaba los ochenta años de edad; aprendió el oficio a los siete años, por enseñanza de su padre. Decía que aprendió a tejer a la fuerza; pues su padre incluso lo castigaba, golpeándolo con la beta, para que aprendiera. Su niñez fue dura, como lo fue para la mayoría de indígenas -y no solo de su generación-. En uno de nuestros encuentros, narró que cuando era niño le obligaron a cortarse el guango o trenza, elemento identitario de su pueblo. El corte del guango en los colegios era una de las tantas expresiones de un país que, en ese entonces, ni siquiera se reconocía como diverso y pluriétnico y que, en la actualidad, mucho le falta para alcanzar la interculturalidad. Decía que los maltratos de los patrones en la hacienda y el corte de su cabello en la escuela constituían para él un dolor que nunca se había ido.
Juan Tenezaca dominaba el telar de cintura o maki awana, aunque también usaba el telar de pedal para la elaboración de bayetas. Conocía bien el manejo de tintes naturales; conjugaba saberes aprendidos con su padre y otros que obtuviera en los años setenta en un intercambio con los artesanos textiles de Imbabura. Usaba el escancel, el sangorache y la remolacha para las tonalidades rosadas; retama para el amarillo; nogal para el café; cunguna mesclada con ortiga para el verde; y contaba que había plantas que estaban desapareciendo y que solo se las conseguía en los cerros. En algunos ponchos aplicaba la tradicional técnica del ikat. Tenía una amplia variedad de herramientas, elaboradas con materiales diversos; así, decía que las calluas, usadas para estrechar el hilo, eran de arrayán de cerro para el tejido fino, y de guayacán para las macanas.
La última ocasión que lo vi, contó que, de sus hijos, solo uno había aprendido a tejer; sin embargo, como cientos de artesanos o hijos de artesanos, este había migrado a Estados Unidos. Tenía la esperanza en que su yerno, quien también tejía, conserve el oficio. Decía que los “renacientes ya no quieren aprender”.
En el año 2013 fue uno de los doce ganadores del Concurso Nacional “Reconocimiento a Portadores de Saberes Tradicionales”, proyecto de la Subsecretaría de Patrimonio del Ministerio de Cultura y Patrimonio que, tras un proceso de postulación desde grupos o comunidades, otorgaba, además del reconocimiento simbólico, un rubro económico de entrega única. Se aspiraba que ese proceso se institucionalice, a fin de llenar el vacío existente en el Premio Nacional Eugenio Espejo, en el cual hasta la fecha no consta el nombre de ningún artesano o portador de saberes tradicionales. Lamentablemente, como es común en el país, junto con los cambios de autoridades viene el archivo de propuestas y, una y otra vez, el ánimo de reinventar las instituciones.
Juan Tenezaca también había recibido otros reconocimientos, sobre todo de carácter simbólico. Su imagen fue usada múltiples veces en materiales promocionales de carácter turístico. En más de una ocasión se habló de Tayta Juan como el último tejedor de fajas cañaris. No sé si efectivamente fue el último tejedor cañari ¡ojalá no! Lo que sí sé es que su nombre pasó menos desapercibido que el de muchos otros artesanos, que mueren sin reconocimiento y sin nombre, puesto que el anonimato ha caracterizado al quehacer artesanal, y no por su razón de ser, sino debido al peso que han tenido las manifestaciones de la cultura hegemónica sobre los saberes tradicionales. El anonimato aparece así como la metáfora de la invisibilización del artesano.
Tayta Juan murió habiendo dejado huella con su obra y con su nombre. Hace pocos días, el Director del Complejo Arqueológico de Ingapirca indicaba que una de las salas del museo llevará el nombre de este maestro artesano. No es la suerte de la mayoría de artesanos, menos aún de los artesanos campesinos o indígenas. Sin embargo, en el balance, si miramos la situación de vulnerabilidad en la que murió Tayta Juan y en la que a diario nos dejan los maestros artesanos, podemos decir que el Estado ha hecho poco o nada para generar condiciones dignas de vida para los portadores de saberes tradicionales, y lo hecho ha sido aislado e insuficiente ¿Cuánto tiempo más pasará para que los artesanos sean visibilizados en el país? ¿Cuánto tiempo pasará para que el Estado asuma su responsabilidad con los artesanos? ¿Cuánto tiempo pasará para que hablemos más de los artesanos que de las artesanías? ¿Cuántos artesanos más morirán en condiciones de vulnerabilidad?
La partida de Tayta Juan Tenezaca debería ser una alerta más, de las muchas que ya hemos tenido, sobre la importancia de políticas públicas que amparen al sector artesanal. Cuando muere un artesano se pierden saberes y conocimientos… cuando muere un artesano, se va parte de la memoria de nuestros pueblos.
Antropóloga, Doctora en Sociedad y Cultura por la Universidad de Barcelona, Máster en Estudios de la Cultura con Mención en Patrimonio, Técnica en Promoción Sociocultural. Docente-investigadora de la Universidad del Azuay. Ha investigado, por varios años, temas de patrimonio cultural, patrimonio inmaterial y usos de la ciudad. Su interés por los temas del patrimonio cultural se conjuga con los de la antropología urbana.