“Mi primer contacto con la literatura fue con la lectura en voz alta…Si alguien lee para ti, desea tu placer; es un acto de amor y un armisticio en medio de los combates de la vida… Nunca olvidarás a quien te contó un buen cuento en la penumbra de una noche”. Encontrarme con estas frases –en El infinito en un junco de Irene Vallejo-, me transportó a mi infancia, cuando mi abuela materna – sus nietos la llamábamos Mamá, Mamamía o Chochi- nos leía en voz alta, en el pórtico de su casa de campo, alumbrados por la luz que emanaba de la lámpara de kerosene o de una vela, un tiempo maravilloso, en el que todos los nietos presentes en absoluta quietud escuchábamos embelesados y emocionados esas historias magníficas, conjugadas con las extraordinarias de su propia vida.
Esos actos de amor son imprescindibles, abuelos y abuelas, padres, madres, hermanas, amigos, profesores, autores y lectores que lean en voz alta, en espacios privados y públicos, motivando y contagiando a los escuchas con la emoción que se aporta a las palabras pronunciadas, con el ímpetu y el sosiego que provocan, con las cadencias que les son propias. Leer para que escuchen otros permite sembrar la curiosidad, crear la necesidad de oír en voz ajena o propia los relatos que nos prestan los autores para hacerlos nuestros, porque cada quien hace su propia lectura, va a su ritmo, escucha lo que puede comprender.
La enseñanza por parte de los maestros o maestras que se dedican a su labor con vocación y compromiso es también un acto de amor, esos maestros que creen firmemente que los alumnos merecen saber, no sólo aprender a hacer lo que se les pide, sino saber, pues para enseñar de verdad no se puede ser egoísta ni tirano, “hace falta querer a tus alumnos para desnudar ante ellos lo que amas” –IBIDEM-. Mi homenaje a mis maestras de escuela, a muchos del colegio y otros tantos de la universidad.
Escribir es otro acto de amor, compartir con otros lo que a veces resulta de esos desnudamientos del alma, de la imaginación que vuela o de la investigación, transformados en poemas, cuentos, novelas, ensayos, historias fantásticas o verosímiles, para ser disfrutados por los más diversos lectores, porque “los libros nos ayudan a sobrevivir en las grandes catástrofes históricas y en las pequeñas tragedias de nuestra vida” – IBIDEM-
Crear bibliotecas que se conviertan en espacios de disfrute, aprendizaje, reconciliación y encuentro, es también un acto de amor, pues se da la posibilidad a todos de acercarse a los libros sin importar condición social o económica. ¡Cuánta falta nos hacen bibliotecas públicas y de acceso público, que convoquen y acojan!
El regalo de los libros es siempre un acto de amor, quien te quiere busca, piensa en la persona y le regala un compañero que puede ser temporal o permanente, pues hay libros que no se van más de nuestro lado, a los que volvemos insistentemente buscando su prosa, su poesía, su gracia, su contundencia o simplemente por el placer – parafraseando a Irene Vallejo- de acariciar las palabras con los ojos, de hacer que ellas despierten y nos digan. “Recomendar y entregar a otro una lectura elegida es un poderoso gesto de acercamiento, de comunicación, de intimidad… A pesar del empuje de la mercadotecnia, los blogs y las críticas, las cosas más bellas que hemos leído se las debemos casi siempre a un ser querido –o a un librero convertido en amigo-. Los libros nos siguen uniendo y anudando de una forma misteriosa”.
Reincido en apoyarme en El infinito en un junco, que llegó gracias a la recomendación de dos amigas / hermanas, parte de la familia elegida y del Club del Libro Biblos al que pertenecemos -conformado hace 23 años-, en el que nos regalamos la posibilidad hermosa de compartir al menos diez libros por año, otro acto de amor que recomiendo sin ninguna duda, pues intercambiar las impresiones y sentires que nos provocan las lecturas es una de las experiencias más gratificantes y enriquecedoras.
En medio de la vorágine particular y colectiva de la vida, ojalá podamos producir y reproducir estos u otros actos de amor.
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Mujer estudiosa y analítica, lectora atenta y escritora novel. Doctora en Jurisprudencia y Abogada – Universidad de Cuenca, Máster en Gestión de Centros y Servicios de Salud – Universidad de Barcelona, Diplomado Superior en Economía de la Salud y Gestión de la Reforma – Universidad Central del Ecuador. Docente de maestría en temas de políticas públicas y legislación sanitaria –Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; en el área de vinculación con la sociedad, legislación relacionada con el adulto mayor – Universidad del Adulto Mayor. Profesional con amplia experiencia en los sectores público y privado, con énfasis en los ámbitos de legislación, normativa y gestión pública.