Cuando era niña, hablo de la década del setenta, venía con mi familia a pasar vacaciones en Cuenca. Mi tío y mis primos vivían en Cuenca. Mi abuelita materna era cuencana y por las noches me contaba historias increíbles de su infancia en esta ciudad. Todos mis ancestros de la familia de mi mami eran cuencanos. Debajo de la mesa del comedor de mi casa y en esa madera rústica miraba y sentía el frío, el sabor del café con leche y pan de horno de leña, los riachuelos de Misicata, el paisaje de Charasol… mi alma en ese cuerpo de niña, sin darme cuenta, decidió vivir en Cuenca. Mis hijos son cuencanos. Ahora estoy abierta a vivir en el lugar en el que me toque con la misma contemplación y conciencia que tengo de vivir en Cuenca, con el entendimiento de que esas razones no se terminan de construir nunca: bastan mis sentidos, una noticia, alguna problemática, un acto de corrupción, nuevas propuestas para poner en alerta mis antenas de ciudadana y, sobre todo, bastan mis actos, lo que digo y lo que pienso.
Soy profesora y con mis estudiantes hace veinticinco años tratábamos de comprender en qué consistía ser una ciudad Patrimonio de la Humanidad. Fueron algunos años en los que la idea de patrimonio cruzaba transversalmente por los planes anuales. Yo daba la materia de Lengua y Literatura, y junto a mis compañeros de las otras materias escuchábamos y nos adaptábamos a la propuesta del área de Sociales. Hicimos tantas actividades lindas, muy vívidas y auténticas como: la fiesta de compadres y comadres (propuesta por el área de Sociales) con escuelas del sector y haciéndole madrina, alguna vez, a Catalina Sojos con una guagüita de dulce; habían exposiciones (área de arte), se servía la yaguana; en mi materia, si tenían que escribir les entregaba una rodilla de cristo, hierbas aromáticas, una tacita de chocolate caliente para que describieran las texturas, las formas, los aromas de Cuenca, no con la intención de aprender sobre “patrimonio”, es que el patrimonio corría por la cotidianidad; íbamos al Parque Calderón a pintar y a degustar el parque o al Cañar a interrelacionarnos con niños del Cañar después de haber leído una novela, o al puente de Misicata que ya no existe; invitarle a Eliécer Cárdenas y escucharle Polvo y Ceniza de sus propios labios… por decir algunas actividades, no sé si ellos se acuerdan, pero yo sí. Solo puedo hablar desde mi práctica de profesora y desde mi rol de madre de familia. Ahora hago lo mismo con los estudiantes extranjeros a los que enseño español…
Durante los últimos quince años que tienen que ver con la edad de mi última hija me he dedicado con esfuerzo, con paciencia, con enfoque, con responsabilidad, poniendo en primer lugar a Cuenca, llevándole a eventos culturales que brinda la ciudad, porque patrimonio es la Sinfónica de la ciudad y la Sinfónica de la Universidad, la Bienal, el encuentro de literatura “Alfonso Carrasco Vintimilla”, el festival de La Lira, el festival de Títeres, Escenarios del Mundo, cada exposición de arte, cada recital, cada presentación de un libro, cada manifestación de danza de La Casa de la Cultura, de los museos y de otras organizaciones privadas. Patrimonio es saber la historia de la ciudad que se forjó con los cañaris, los incas, los españoles y los ciudadanos modernos; patrimonio es saber de las montañas y los ríos y las calles y su toponimia tan distinta, por ejemplo, a la de Quito o a la de Loja; patrimonio es comprar en los mercados y plazas como La Rotary y disfrutar de tanta variedad de sabor y color, de su gente y de su habladito; patrimonio es saber de los artistas y artesanos; patrimonio es caminar hasta el centro y mucho más, y contemplar la rivera de los ríos y el barranco… pero patrimonio también es criticar la basura, el ruido, la mala educación, la contaminación visual… las cosas que simplemente no están bien y destruyen la paz a la que estábamos acostumbrados, paz por la que viene gente de otros lados porque no la encuentran más en sus ciudades, porque ya no la tienen, y nosotros, paradójicamente, nos empeñamos en perderla.
El colectivo: Cuenca, ciudad para vivir, ha invitado a la ciudadanía en tres ocasiones para escuchar a la gente todas las inquietudes posibles. Como ciudadana he participado, he dicho alguna cosa, pero, sobre todo, he escuchado y he pensado en lo que dice tanta diversidad, tanta gente formada sobre la ciudad que verdaderamente es una alegría saber que Cuenca, por encima de cualquier autoridad municipal o gubernamental, es de los cuencanos, sin embargo, se necesita de la presencia de todos los sectores para comprender las necesidades y los cambios que deberíamos adoptar en Cuenca. Entre las preguntas que nos hacían está: ¿Qué es Patrimonio?
Patrimonio es atrevernos a soñar una ciudad que dure, así como es por muchos años más. Me encantaría una Cuenca de verdad limpia, con producción más limpia desde la industria, sin necesidad de barrenderos, hombres y mujeres que recogen a diario lo que botamos, con un tratamiento sincero de la basura, que sepamos reciclar y sacar provecho de ella, que sea la primera ciudad en abandonar el plástico.
Me encantaría una Cuenca culta en el trato, que se implante una escuela de choferes porque son forjadores de cultura, respetando la velocidad, sin frenar donde les da la gana, que esperen a que nos sentemos o nos bajemos, especialmente a los niños, las mujeres embarazadas y los ancianos; que nos pongan música amigable con el volumen justo; que respeten las señales de tránsito y no piten; que nos cuenten de la historia de la ciudad; que sean protectores de la niñez y la adolescencia, y que a la vez se sientan con derecho a decirnos que hay cosas que no podemos hacer.
Me gustaría que en los mercados y otros lugares haya bibliotecas y espacios para los niños. Que los ancianos compartan con la comunidad todos los días su experiencia de vida, que nos enseñen, es decir, que Cuenca sea una ciudad para aprender.
Me gustaría que alcancemos al valor del sostenimiento, sin botar ni dañar y arreglando lo que creemos perdido, que no abandonemos nuestras casas y barrios por “quítame estas pajas”, que vislumbremos nuestras casas, jardines y barrios como Cuenca misma.
Me gustaría que las autoridades de los colegios estén presentes en estos eventos que ofrece la ciudad y los colectivos, que compartan con sus docentes, estudiantes y padres de familia para que hablemos el mismo idioma sin especificar la edad, que estemos conectados en preservar la ciudad y que los turistas también se unan a esta protección. No somos los cuencanos quienes debemos entregar en bandeja de oro la ciudad, son los turistas quienes tienen que venir con la conciencia de saber que Cuenca es un tesoro y que, como tal, deben hacerse a nuestras reglas.
Me gustaría que las autoridades y ciudadanos estemos claros en saber si Cuenca es sostenible para los ciudadanos y extranjeros que vienen a vivir en ella, que no seamos oportunistas en recibir el dinero que traen sin estar conscientes de que necesitarán asilos, clínicas, cementerios… porque la mayoría son de la tercera edad: ¿cómo son los asilos?, ¿quiénes les asesoran?, ¿quiénes protegen sus finanzas?, ¿cómo son las comunidades extranjeras que viven en Cuenca, se hacen a Cuenca?; o seamos despreciativos con los que vienen en situaciones de vulnerabilidad por las políticas crueles de sus países, nos haría un poco cínicos el pretender decir que Cuenca está abierta a todos. Pero que los que vengan de donde vengan, y compren casas y terrenos, estén libres de narcotráfico y criminalidad.
Me gustaría que desaparezcan los femicidios. Que no tengamos que pintar otro puente con otros nombres porque ya no caben el puente de Las Escalinatas.
Pero, sobre todo, me gustaría que comprendamos y preservemos el macizo del Cajas. Que no se hagan “cumbres» en las que nos utilicen como ciudad protocolaria y de buen gusto, entregando en sacrificio la vida de esta generación y de las futuras, no solo de los cuencanos sino del Ecuador. Siempre hemos votado en contra de la minería y hasta ahora no se ha cumplido con el clamor de los cuencanos: Sin agua, sin el cuidado del páramo y del agua no tiene sentido ser una ciudad patrimonial.
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