Muchas veces la percepción sobredimensiona algunos hechos de la realidad a partir de situaciones que no siempre tienen una base objetiva. No vamos a negar los graves problemas de violencia que se han tomado algunas ciudades y zonas del país. Ese no es el caso de Cuenca ni de la mayor parte del territorio ecuatoriano. Sin embargo, por acción de las redes y los noticieros, se está construyendo una percepción exacerbada de la violencia, cuyos efectos han ocasionado que el mundo nos vea como un país invivible y fracasado. Si hacemos una rápida revisión de otros lados, inclusive EEUU y Europa, podremos ver que en una misma ciudad conviven zonas de comercio, moda y finanzas consideradas seguras, con gigantescos barrios periféricos donde la policía ni siquiera puede entrar, barrios sometidos al tráfico, la drogadicción y a la violencia, exactamente igual que en nuestro país.
La percepción sobre los niveles de violencia se basa tanto en los hechos como en una construcción social. Esta doble fuente tiene líneas difusas de diferenciación que exaltan sentimientos del miedo ocasionando conductas que atentan contra la construcción de relaciones de confianza, la convivencia pacífica y solidaria y el fortalecimiento del tejido social. La percepción exacerbada de inseguridad afecta las actividades cotidianas de la gente y justifica actitudes como la discriminación, el racismo, la xenofobia y desconfianza hacia el otro, generando una tendencia que asocia a los pobres con la delincuencia.
Las redes, los medios de comunicación y la crónica roja estigmatizan sectores, barrios, calles, parques y grupos sociales profundizando los prejuicios. Todo desconocido es visto como sospechoso, lo que provoca una población atemorizada e inmovilizada que deja de salir de sus casas, deja de ir parque, deja de ir a pasear o hacer deporte en los espacios públicos, deja de encontrarse con sus vecinos, se llena de odio, empieza a querer hacer justicia por mano propia y coloca carteles que rezan: delincuente atrapado será linchado, apaleado, ajusticiado.
La producción social del miedo suele tener algunos beneficiarios. Por ejemplo, las empresas de seguridad, de venta de armas, cámaras, gases, cercas eléctricas, circuititos cerrados etc. También, las inmobiliarias encuentran un nicho de mercado en escenarios de miedo e incertidumbre y aprovechan para convertir el espacio urbano en una mercancía. El amurallamiento de ciudadelas se naturaliza como medida de seguridad, los espacios que se aíslan constituyen expresiones de prestigio, estatus y distinción. Las urbanizaciones cerradas y la gentrificación, generan segregación espacial y se convierten en estructuras no solo físicas sino también sociales.
Otro sector que aprovecha los escenarios del miedo, es el comercio. El márquetin ofrece un estilo de vida en el que la gente termine optando por ir a las grandes cadenas de supermercados en lugar de los pequeños mercados. Se promueve una idea del espacio bajo una concepción ordenada y estética, que se reserva a la “gente decente”, así la solución para superar la inseguridad consiste en “limpiar” los espacios comerciales y en general los espacios colectivos, de las otredades; o, dejar de consumir en pequeños negocios, tiendas, bazares o pequeños mercaditos estigmatizados como peligrosos. La etiqueta de lugares como espacios del miedo expresa la ausencia de un Estado que garantice las condiciones de seguridad.
Otro sector beneficiario de la percepción de inseguridad y su consecuente efecto de temor, es el de los políticos inescrupulosos, sobre todo en coyunturas de crisis política como la que vivimos en el país. En tiempos de incertidumbre, la construcción social del miedo es utilizada por ciertos políticos, algunos relacionados con paraísos fiscales, lavado de dinero, negocios ilícitos e incluso financiados por mafias internacionales que se aprovechan del miedo que siente la población para ofrecer un discurso de “seguridad y progreso”. El temor ha sido siempre uno de los aliados más fieles del poder que utiliza todos los medios para crear esas atmósferas de miedo al tiempo de promover figuras que buscan tomarse el poder político y la administración de las instituciones del país, de manera especial, la justicia. El miedo se convierte en eje central para la creación de políticas que llevan a pensar que no se puede concebir el concepto de seguridad sin miedo. Se elaboran estrategias, mecanismos y leyes que reducen las libertades y los derechos, como son los estados de excepción. El miedo somete a los ciudadanos, quebranta la resistencia y paraliza la acción colectiva impidiendo de manera automática la agencia y la iniciativa social. Este es quizá, uno de los peores efectos de crear una cultura del miedo.
La alternativa a estas amenazas, no está en poner en la presidencia al que ofrece luchar contra la violencia con más violencia. Todo lo contrario, para recuperar la paz y la convivencia, necesitamos fortalecer la vida comunitaria y la vecindad en los barrios, pero sobre todo exigir a este gobierno y al próximo, eliminar la corrupción y la impunidad, garantizar la seguridad ciudadana con el suficiente apoyo técnico y tecnológico a la policía, impulsar el empleo, la educación, la salud, además de fortalecer la institucionalidad del Estado. Todo esto en el marco de la ética pública y el respeto a los derechos colectivos, será sin duda, la mejor forma de enfrentar la situación social que vive el Ecuador. Una cultura solidaria e incluyente, es la clave para construir territorios de paz y justicia.
Ex directora y docente de Sociología de la Universidad de Cuenca. Master en Psicología Organizacional por la Universidad Católica de Lovaina-Bélgica. Master en investigación Social Participativa por la Universidad Complutense de Madrid. Activista por la defensa de los derechos colectivos, Miembro del colectivo ciudadano “Cuenca ciudad para vivir”, y del Cabildo por la Defensa del Agua. Investigadora en temas de Derecho a la ciudad, Sociología Urbana, Sociología Política y Género.