Introducción
Uno de los problemas de trascendencia política en el desarrollo del pensamiento político, constituye la tergiversación que se hizo del marxismo, con el determinismo económico de los procesos sociales que reduce las expresiones jurídico políticas e ideológico culturales a epifenómenos de la economía, esto es, simples reflejos de lo que acontece en la base económica de una sociedad, lo que conduce a interpretaciones erróneas de la realidad social con repercusiones graves a la hora de definir una estrategia y conducta política.
La tesis marxista materia de la tergiversación
Es conocido que para el marxismo la contradicción fundamental que subyace en la historia es entre el hombre y la naturaleza, ya que, para subsistir, el hombre tiene que transformar la naturaleza para obtener productos para satisfacer sus necesidades, lo que le transforma a si mismo al adquirir conocimientos que a su vez permiten mejorar los procesos e instrumentos de trabajo, esto es, las fuerzas productivas, con lo que crece en forma incesante la producción material y el conocimiento humano.
El nivel de desarrollo de las fuerzas productivas determina la forma como los hombres se relacionan entre sí y con la naturaleza para la producción social, es decir, las relaciones de producción, por lo que esos dos elementos constituyen la matriz económica de un modo de producción. A la matriz económica le corresponde (se levanta) una superestructura social constituida por los ámbitos jurídico político e ideológico cultural
En virtud de que las fuerzas productivas crecen constantemente y no así las relaciones de producción, se produce una contradicción que se expresa en forma de lucha de clases sociales, factor determinante para la transición de un modo de producción a otro, que se manifiesta como una revolución social al pasar el poder político de manos de una clase social a otra.
Al instaurarse un nuevo modo de producción, persisten los rezagos del anterior, lo que explica que en la realidad histórica se entrelacen diversos modos de producción con la hegemonía de uno dominante, a cuya ley de acumulación económica se someten todas los coexistentes, hasta que el ulterior desarrollo va extinguiendo las relaciones de producción anteriores y con ellas las viejas clases sociales. Este entrelazamiento de diversos modos de producción con dominio de uno de ellos conforma una formación social o formación económica social cuya sucesión constituye la historia real de la humanidad.
Ahora bien, entre la infraestructura económica y la superestructura social se opera una interacción dialéctica, pues las transformaciones económicas de la sociedad inciden en el sistema jurídico y político y las representaciones ideológicas culturales, y viceversa, aunque en última instancia las raíces de los cambios sociales hay encontrarlas en la economía de la época.
Al respecto F. Engels en una carta a W. Borgius, del 25 de enero de 1894, señala que:
“El desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., descansa en el desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los unos sobre los otros y sobre su base económica. No es que la situación económica sea la causa, lo único activo, y todo lo demás efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia… (…) … No es, pues, como de vez en cuando, por razones de comodidad, se quiere imaginar, que la situación económica ejerza un efecto automático; no, son los mismos hombres los que hacen la historia, aunque dentro de un medio dado que los condiciona, y a base de las relaciones efectivas con que se encuentran, entre las cuales las decisivas, en última instancia,…son las económicas, por mucho que en ellas puedan influir, a su vez, las demás, las políticas e ideológicas”1.
Es precisamente en la forma como se concibe esta interacción entre la estructura económica y la superestructura social, que se opera la tergiversación del marxismo en una doble dirección:
- Concebir que la “determinación en última instancia” de los fenómenos superestructurales por parte de la economía de una sociedad, se da en forma automática; y,
- No considerar la autonomía relativa de la superestructura jurídica política e ideológica cultural con su dinámica propia y formas específicas que inciden en la base económica de la sociedad.
Por lo tanto, la tergiversación del marxismo en esta materia desemboca en un reduccionismo economicista que no permite una correcta interpretación de la realidad política.
Economicismo y política
La visión economicista de los procesos y cambios sociales, minusvalora la acción de los seres humanos conscientes de la realidad, como la de concebir el inevitable derrumbe del capitalismo por sus solas contradicciones internas, o la existencia de sociedades “maduras” o “inmaduras” (por su economía) para el cambio, o pretender que la sola transformación económica de una sociedad conduce a la transformación cultural y por lo tanto el desprecio de la necesidad de un cambio cultural profundo de una sociedad para la transformación social y la renovación del ser humano.
Pero la consecuencia más grave del determinismo o reduccionismo economicista en el análisis de los procesos sociales y en la definición de una conducta política, es despreciar o minimizar la importancia de los factores culturales para la transformación social y la incidencia en el dominio y hegemonía política de un bloque social.
Cuando se habla de fuerzas productivas y relaciones de producción, se está hablando de seres humanos históricamente determinados, con un nivel específico de saberes, conocimientos, habilidades, destrezas, experiencia, ciencia, técnica, tecnología, instrumentos, herramientas y máquinas, así como determinadas formas de propiedad de los medios de producción y de organización de la producción social.
Por lo tanto, no se debe considerar a las fuerzas productivas y las relaciones de producción, las ideas, representaciones, normas e instituciones jurídicas, relaciones y organizaciones políticas al margen de los seres humanos que son sus portadores históricos. La economía, el Estado y el derecho, las expresiones espirituales y culturales y las ideologías son, al fin de cuentas, producciones humanas.
Y como se señala en la misma carta de F. Engels, ya referida,” Los hombres hacen ellos mismos su historia, pero hasta ahora no con una voluntad colectiva y con arreglo a un plan colectivo, ni siquiera dentro de una sociedad dada y circunscrita. Sus aspiraciones se entrecruzan; por eso en todas estas sociedades impera la necesidad, cuyo complemento y forma de manifestarse es la casualidad”2.
En consecuencia, mistificar los procesos económicos como si tuviesen vida propia al margen de la principal fuerza productiva, el ser humano, actor y autor de la historia, no permite comprender en su integralidad los cambios en la historia.
Es necesario rescatar la voluntad, la libre decisión de los seres humanos como el centro del que hacer histórico, romper con todo tipo de fatalismo o ataduras deterministas de cualquier tipo, las concepciones mecanicistas o naturalistas vulgares, volver a considerar a los seres humanos como los sujetos centrales de la historia.
La voluntad no como voluntarismo o arbitrariedad, sino como “conciencia del fin, que, a su vez, significa noción exacta de la propia potencia y de los medios para expresarla mediante la acción3.
Transformación cultural y transformación social
Al analizar las grandes transformaciones en la historia de la humanidad, se puede colegir que los grandes cambios sociales son precedidos por modificaciones culturales profundas que preparan al espíritu humano para la renovación, para el surgimiento y consolidación de nuevas formas de ser, sentir, percibir, vivir, actuar y pensar. Los sacudones y mutaciones culturales preceden a los cambios políticos.
Como lo señala Garín, “Toda revolución ha sido precedida por un esfuerzo intenso de crítica, de penetración cultural, de permeación de ideas en grupos de hombres, que al principio son refractarios, que solo piensan resolver día a día, hora a hora, su propio problema político y económico, sin solidarizarse con los que se encuentran en las mismas condiciones”4.
En consecuencia es necesario incidir en el cambio cultural de la sociedad como una condición necesaria para lograr su transformación, lo que implica la necesidad de incentivar la capacidad crítica de la realidad con una educación de calidad, la formación de nuevas generaciones de lideres sociales con capacidad autocrítica, compromiso y convicción, una actividad cultural creativa que incorpore las identidades y la interculturalidad, la investigación de nuevos fenómenos sociales, el debate permanente de los problemas locales, nacionales y mundiales.
Es necesario una nueva actitud cultural y política, donde no cabe el dogma, sino la apertura a la discusión de los problemas. Como dice Gramsci: “No existe nada, ni en la historia ni en la vida social, que sea fijo, rígido, definitivo. Y nunca existirá. Nuevas verdades acrecientan el patrimonio de la sabiduría; nuevas necesidades, más elevadas cada vez, se suscitan en las nuevas condiciones de vida; nuevas curiosidades intelectuales y morales acicatan el espíritu y le obligan a renovarse, a mejorarse, a cambiar las formas lingüísticas de expresión…”5.
Si este concepto de Gramsci fue formulado entre 1929 y 1935, qué podríamos decir en la época contemporánea de la globalización y del capitalismo planetario, donde los cambios son más vertiginosos y complejos.
De lo anotado, se desprende la importancia de la actividad cultural creativa y critica de los diversos actores culturales y en general la lucha contra la alienación cultural en el seno de la ciudadanía como elemento fundamental para enfrentar el dominio político y hegemónico.
Finalmente en la praxis social de renovación cultural es de trascendental importancia el papel de los intelectuales comprometidos con la transformación social, para dar la batalla ideológica y cultural frente al ocultamiento de las realidades del sistema social o la tergiversación de la verdad desde el poder de turno, más aún en momentos en que en nuestra sociedad reina la corrupción en todas sus formas, la violencia estructural y delincuencial y la narco política en el marco de un régimen neoliberal que ahonda las desigualdades y la miseria social.
1 https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e25-i-94.htm [Consulta: 12-XII-2022]
2 Ídem.
3 Garin, E. (1977) Política y Cultura en Gramsci. En Fernández Buey (Ed). Actualidad del Pensamiento Político de Gramsci”. Barcelona-Buenos Aires- México DF: Editorial Grijalbo.111-147.
4Ídem..
5 Ídem.
Asesor jurídico, articulista de “El Mercurio”. Participa en algunas organizaciones ciudadanas como el Cabildo del Agua de Cuenca, el Foro por el Bicentenario de Cuenca y en una comisión especial para elaborar el Sistema Nacional Anticorrupción.