Resulta ilustrativo el lúcido análisis del filósofo Byung-Chul Han en su ensayo El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse (2020), sobre el que tomamos algunas ideas, para pensar la actual percepción del tiempo y de la temporalidad, la pérdida de horizonte de sentido y el imperativo de recuperar el ocio, la demora y la necesaria contemplación.
La idea del tiempo y de la temporalidad ha sido distinta a lo largo de la historia. En la Grecia Clásica, por ejemplo, el mundo se encuentra lleno de significado, y de sentido del que le dota las narraciones mitológicas, donde los dioses y los acontecimientos se encuentra ligados. El mundo puede ser leído como una imagen dentro de un orden que es razonable, dado que hay un cosmos, un ordenamiento en donde cada cosa ocupa su lugar, tal como la idea de justicia y de equilibrio, que de hecho pertenecen tanto al mundo natural como humano, así el desequilibrio en la naturaleza o en la salud de las personas, produce la injusticia. La idea de tiempo se expresa como el eterno retorno.
En tanto, la idea del tiempo histórico se presenta como una línea ininterrumpida de acontecimientos encadenados que transcurren linealmente, causalmente y con sentido. La oportunidad del cambio, es lo que dota de sentido la vida. La idea de progreso, cambio, proceso, desarrollo se manifiestan como una dirección proyectada que provee de significación a la acción humana. En esta concepción el presente, no es duradero, es tan solo un punto de transición, pues todo se transforma, todo se convierte en un nuevo acontecimiento, y el cambio es precisamente, lo que genera un nuevo orden y un nuevo sentido. El tiempo tiene sentido en la medida en que se conduce y progresa hacia una meta determinada.
Sin embargo, el tiempo puede perder su significado histórico, su sentido, su horizonte cuando el futuro se ve vaciado de significado. Esto ocurre en la percepción de un tiempo discontinuo, sin ligaduras de acontecimientos a futuro. En nuestro mundo actual ocurre, por ejemplo, que algunas de las circunstancias o configuraciones sociales han perdido solidez, duración, las mismas que antes nos producían seguridad por su continuidad y duración. De este modo, prácticas tales como la fidelidad, la lealtad, la promesa y su cumplimiento, el compromiso con alguien, con algo, que crean lazos de futuro significativo y delimitan un horizonte de sentido produciendo una duración, pierden solidez y dejan de tener importancia. Esta percepción produce una experiencia de aceleración del tiempo, de discontinuidad y de aislamiento importantes.
Cuando el presente se reduce a pura actualidad, y cuando la vida se convierte en un corto plazo acelerado, perdiendo prácticas tales como la promesa, la lealtad o el compromiso que implican lazos de futuro y continuidad entre presente y futuro, generando continuidad temporal que produce al mismo tiempo estabilidad, el corto plazo acelerado ocasiona angustia o inquietud, dado que la discontinuidad temporal destruye la experiencia de la continuidad. “El mundo queda sin tiempo”. (21) La angustia de la aceleración temporal produce también insomnio. “El tiempo, sin ningún apoyo ni centro de gravedad sobre el que sostenerse, se precipita, transcurre imparable…convierte la noche en una duración vacía. Sin sujeción alguna en la duración vacía es imposible dormir” (21) La duración vacía, no es otra cosa que un tiempo desarticulado y desorientado.
Todos nosotros en algún momento, hemos tenido la sensación de que el tiempo pasa mucho mas rápido que antes, se ha convertido ya en una queja constante y esta sensación compartida nos deja perplejos. La percepción de que el tiempo se acelera, que se hace corto, que se vive con rapidez, en el mundo de hoy, corresponde al síntoma de una evidente dispersión temporal. Byung-Chul Han conceptualiza esta situación como una disincronía, esto es, la percepción de un tiempo, que además de acelerado, va de tumbo en tumbo, sin rumbo cierto ni definido, frente a un horizonte difuso, desdibujado y casi inexistente. El tiempo entonces se atomiza, se dispersa, se diluye perdiendo la capacidad de generación de sentido y de ordenamiento.
En esta disincronía, la vida se pierde de un orden, de una estructura que guía, que produce seguridad y genera el sentido de la duración y de perdurabilidad. La dispersión temporal, reprime, oculta vuelve invisible la experiencia de la duración y, por tanto, todo parece desde aquí, tan pasajero y efímero.
La atomización de la vida produce también una atomización de la identidad, causando ella sensación de que, solo se tiene a sí mismo, Esta situación provoca el sentimiento de una pérdida radical del espacio, del tiempo, del ser. Internado en nuestros propios cuerpos, en nuestro sí mismo, por ejemplo, se vuelve prioritario y urgente mantener a toda costa la salud, pues de lo contrario, nos quedamos en una nada, en una falta de perdurabilidad.
Parecería, que las cosas envejecieran mucho más rápido que antes, convirtiéndose instantáneamente en pasado y, por lo tanto, dejando de captar la atención. El presente dura poco, es pura actualidad, un presente muy puntual y sin conciencia histórica y no obedece a la percepción de la aceleración del tiempo, sino a su falta de direccionalidad.
La falsa idea de que la aceleración de la vida hace que las oportunidades aumenten y se aproximen a la idea de una vida plena, confunde ingenuamente la consumación con la abundancia. Sin embargo, la vida plena puede explicarse en función de la cantidad, pues no es el resultado de la consumación de oportunidades que se produzcan en la aceleración del presente, tampoco será el resultado de la suma de acontecimientos, parece ser más bien que se trata del sentido, tal como el sentido de nuestra existencia, el sentido que proyecta el horizonte y la misma experiencia de la temporalidad, es decir la posibilidad de concluirse, esto es, una unidad de sentido.
La vida hoy en día se debate en el diario ajetreo y nerviosismo que incita a empezar una y otra vez, tal como nos ocurre con el cambio continuo y acelerado de un canal televisivo a otro, o los cambios veloces y vertiginosos en nuestros celulares, es decir llegar al final de una posibilidad ya no es el objetivo. Pensar que la aceleración de la vida nos conduce a vivirla al máximo, es un error. Al contrario, la aceleración de la vida se plasma en una enorme inquietud y nerviosismo, pues va de una posibilidad a otra sin detenerse ni profundizar en un mar de superficie, quedando muy lejos la tranquilidad, y junto a ella un final o lo que es lo mismo, un término definitorio.
La percepción de la aceleración de la vida no es otra cosa que esa impresión, dado que tenemos más inquietud, desorientación, confusión, perdiéndose la fuerza ordenadora, la vida pierde sus momentos mas decisivos y significativos. “El tiempo de vida ya no se estructura en cortes, finales, umbrales ni transiciones. La gente se apresura, mas bien, de un presente a otro. Así es como uno envejece sin hacerse mayor. Y, por último, ex-pira a destiempo. Por eso la muerte, hoy en día es más Difícil.” (37)
Ante tal situación es imperativo entender la necesidad del respiro sosegado en la duración temporal que dota de sentido a la vida, tomarse el tiempo necesario para crear relaciones de afinidad, amistad, familia, es decir, el tiempo durable de relación y de proximidad que nos vuelve más reales. En la veloz sucesión de acontecimientos, no es posible, por ejemplo, el goce estético de lo bello, pues lo bello requiere de duración, de una contemplación; solo es posible cuando nos recogemos y nos detenemos a contemplar.
La vida contemplativa se entiende como cierto descanso, reposo necesario, como ocio que es capaz de activar lo propiamente humano. Para Aristóteles la vida contemplativa es un acto del intelecto y también de la percepción sensorial. La felicidad, como felicidad contemplativa, es una activad posible solo en la vigilia, al estar despiertos y cuando no nos encontramos en momentos de apetitos y pasiones, sino en contacto con la realidad interna y externa. Lograr la contemplación es algo parecido a percibir que vemos cuando vemos, percibir que escuchamos cuando escuchamos, percibir que pensamos cuando pensamos y percibir que existimos cuando percibimos que percibimos y que pensamos.
Revitalizar la vida contemplativa, recuperar el lugar de la posibilidad de la vida en su propia cotidianidad, es necesario, frente al imperativo del trabajo, la velocidad, la absolutización de la vida activa que elimina la necesidad de la demora necesaria para la contemplación, se pierde el mundo y se pierde el tiempo. La vida activa debe acoger nuevamente la vida contemplativa.
Máster en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en Estudios Culturales por la Universidad del Azuay. Licenciada en Filosofía, Sociología y Economía por la Universidad de Cuenca. Ha ocupado altos cargos académicos en la Universidad de Cuenca como la Dirección de Posgrado, del Departamento de Humanidades de la Facultad de Filosofía, de la Junta Académica de la Carrera de Filosofía, fue profesora e investigadora de la Facultad de Filosofía; fue miembro del Consejo Académico de la Universidad. Actúo también como Directora de la Delegación Provincial Electoral del Azuay. Miembro del Colectivo Cuenca Ciudad para Vivir. Competencias académicas, ética, estética, filosofía de la cultura.