“El dolor es el más terrible de los lenguajes del cuerpo. Una gramática de gritos. Un ay convertido en único sonido”, así lo plantea Alberto Barrera Tyszka, en su novela La enfermedad.
Me encontré con este título en mi biblioteca. Leí la novela en el año 2007, cuando convivía –como cuidadora- con las consecuencias de una enfermedad que trastocó por completo la dinámica de nuestra vida familiar.
He dicho antes, que los libros nos encuentran, pero no sólo para que los leamos por primera vez, sino también cuando los necesitamos para que nos ayuden a decir aquello para lo que no encontramos las palabras, o para apoyar las ideas que revolotean en nuestra cabeza.
La enfermedad en general y más la que padecen personas a las que queremos, nos recuerda la fragilidad de la vida y hace que valoremos inmensamente la salud, ese bien que damos por sentado hasta que lo perdemos -como todo lo trascendental en nuestra vida-.
En la historia que narra, Barrera Tyszka dice -palabras más, palabras menos- que la enfermedad en abstracto no existe, sino que existen los enfermos, las personas que la padecen.
Andrés Miranda, el protagonista de la historia, es un médico que muchas veces habrá dado la mala noticia a sus pacientes, pero cuando debe dársela a su padre, no encuentra cómo hacerlo “Las palabras son casi una agrura física en su interior. Puede sentir cómo hay vocales que raspan su esófago, consonantes que se precipitan hacia su paladar. Es inevitable. Ya no puede hacer nada…cuando ya no lo esperaba, cuando ya no quedan mejores momentos…las palabras se pronuncian solas, hablan por su cuenta…En voz baja. Porque hay cosas que sólo pueden decirse en voz baja”.
Cuántas veces nos habrá pasado que lo impensable, lo tremendo, lo aterrador, lo doloroso, al verbalizarlo lo hacemos en voz baja, con la esperanza quizá de que desaparezca o al menos pierda fuerza.
Cuando nos ha tocado de cerca, habremos pensado igual que Andrés que “La voracidad de algunas enfermedades es repugnante”, porque no sólo atacan al enfermo provocándole dolor y mutilaciones de distinto tipo, sino también a su entorno, familiares y amigos cercanos que no siempre saben cómo gestionar la incuestionable realidad.
La enfermedad está indefectiblemente ligada a los hospitales, espacios en los que a diario se reproducen “cejas dobladas hacia abajo, bocas graves, gestos sobrios: puras señales de resignación…Los hospitales son lugares de paso: templos para el adiós, grandes monumentos a las despedidas.” Aunque también en ellos cada día se celebra la vida, se brindan sonrisas, abrazos, felicitaciones. Donde se nace y también se muere, donde se encuentra alivio y en otros casos se asume que no hay remedio, que se puede calmar el dolor pero no salvar la vida.
¿Por qué hablar de estos temas?, pues porque ahí están, acechándonos o de plano atacándonos. Hay enfermedades que causan muchísimo dolor, malestar físico y emocional. Hay enfermedades que se curan, otras dejan secuelas y otras resultan fatales y definitivas, provocan la muerte y esas “…arruinan la oportunidad de morir como si no pasara nada, o como si realmente estuviera ocurriendo otra cosa.” A esas es a las que más miedo tenemos, porque una vez que aparecen el desenlace fatal es la primera opción.
Una persona muy querida padece desde hace unos días de una grave enfermedad, y como si fuera casualidad me reencuentro con el libro que les comparto, un libro en el que se abordan temas a veces tabú, sin embargo creo que debemos acercarnos a ellos, normalizarlos, porque son parte de la vida, porque tarde o temprano los tendremos de frente.
En La enfermedad, se relata bien, se hace notar el poder del silencio –el silencio individual y el compartido-, el de la palabra, se habla de la ciencia, de la medicina occidental y otros saberes, de la espiritualidad y la intuición. Nos hace pensar –como lo descubrimos al compartir impresiones sobre el libro- que el silencio del cuerpo también existe y es bueno porque, el cuerpo sano es el cuerpo silencioso, se deja escuchar a través del dolor, esto lo saben los profesionales de la salud.
El estado de salud de una persona es un asunto confidencial entre el personal de salud que interviene en el caso y el paciente. Sin embargo he pensado que muchas veces ocultamos la enfermedad no porque sea en esencia un tema privado, sino por vergüenza –aunque no entendemos porqué sentimos vergüenza- y en otros -quizá la mayoría de las veces- porque no queremos exponernos a la compasión.
Creo que nunca se está preparado para afrontar la enfermedad o la muerte, pero ignorarlas lo hace más difícil aún.
Parafraseando al autor ¿por qué pensar en lo peor? “Porque, a veces, lo peor también sucede.“
Portada tomada de: https://www.anagrama-ed.es/autor/barrera-tyszka-alberto-1183
Mujer estudiosa y analítica, lectora atenta y escritora novel. Doctora en Jurisprudencia y Abogada – Universidad de Cuenca, Máster en Gestión de Centros y Servicios de Salud – Universidad de Barcelona, Diplomado Superior en Economía de la Salud y Gestión de la Reforma – Universidad Central del Ecuador. Docente de maestría en temas de políticas públicas y legislación sanitaria –Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; en el área de vinculación con la sociedad, legislación relacionada con el adulto mayor – Universidad del Adulto Mayor. Profesional con amplia experiencia en los sectores público y privado, con énfasis en los ámbitos de legislación, normativa y gestión pública.