Así se llaman entre ellas y seguramente, quienes las vimos en escena, las identificaremos con ese apelativo durante mucho tiempo. Son las actrices aficionadas con las que Juana Estrella, montó “La casa de Bernanda Alba” de Federico García Lorca.
Todo comenzó con un taller de teatro, la actriz, directora y productora Juana Estrella lo convocó en la ciudad de Cuenca, se inscribieron algo más de veinte personas, alguna había incursionado en la actuación, otras tuvieron papeles en obras estudiantiles y la mayoría hasta entonces solamente espectadoras. El taller fue interrumpido abruptamente en su dinámica por la pandemia, vino el confinamiento, la distancia social, la precaución responsable y la obligada. Sin embargo no se acabó la ilusión y no se apagaron las ganas de seguir. La Juana maestra, vio potencial, tanteó el terreno, y les propuso montar una obra, les planteó el desafío. Como a la usanza antigua ella arrojó el guante y nueve mujeres lo recogieron, asumieron el reto.
La tarea no era fácil, no sólo porque ninguna de ellas se dedicaba a la actuación, sino por las circunstancias. El primer impacto seguramente fue la obra que les propuso –se me ocurre que pensaron que representar a Lorca era sin duda palabras mayores-, los ensayos debían hacerse de manera virtual, la expectativa de poner la obra en escena quizá podía no concretarse, en fin, lo hicieron, se comprometieron. Una vez asignados los papeles cada una debe haberse mimetizado con su personaje y encarado en individual y colectivo el desafío personal y grupal de rendir honor al autor, a la confianza de la directora, a todas y cada una de ellas y al público que se acercaría a mirarlas, aplaudirlas y criticarlas.
Quienes tuvimos la oportunidad de verlas en escena, disfrutamos enormemente de su trabajo, nos sentimos respetados como público, vimos actrices en acción. Jorge Dávila escribió en su columna de Diario El Mercurio el 22 de abril “…Tres de esas aficionadas resultaron impresionantes: Nina Neira Alvarado, que parece nacida para mandar y gobernar, como Bernarda, poderosa y temible; Sonia Pazos, una Poncia inolvidable, murmuradora, humana, dotada de estupendo sentido del humor y Catalina Cedeño, versátil, en tres papeles remarcables… Dicen que hablar bien de los de uno es vituperio, pero no puedo dejar de mencionar a mi jovencísima nieta María Sol, que hace una Martirio impecable, y, con sus 18 años, carga sobre sí uno de los papeles dramáticos más bellos e intensos…”. No podemos estar más de acuerdo con la opinión del maestro, él es voz autorizada.
Resalto con orgullo enorme la actuación de mi hermana, en el papel de Bernarda, mi Bernarda como le decía María Josefa. De Amelia (Alejandra Tobar), me gustó su sencillez, su inocencia e ingenuidad; Adela (Carolina López) su rebeldía y estupendo manejo del cuerpo; Angustias (Anita Merchán), muy metida en su rol de la pobre niña rica; Magdalena (Mónica Velasco), la que borda y espera; la Criada (Eulalia Veliz), encargada de limpiar, esconder y callar.
Buenas caracterizaciones, buenas actuaciones.
A riesgo de que se me tilde de chauvinista, creo en la importancia de resaltar y reconocer el talento local y nacional, debemos valorarnos y valorar lo que hacemos y aplaudir cuando se lo hace bien. Estoy convencida de la necesidad de hablar de lo bueno, que en este nuestro país hay mucho, no podemos permitir que nos desmoralicen las malas y por desgracia abundantes noticias de cada día.
La literatura, el teatro, nos desafían, nos permiten inmiscuirnos en historias y situaciones ante las que reaccionamos de distinta manera; en este caso, cada espectador habrá mirado la obra desde una perspectiva diferente, que no tiene que ver sólo con el lugar en el que estaba ubicado, sino con lo que le impactó, con lo que le removió o sobresaltó –tampoco me refiero a la voz altisonante de Bernarda o al golpe de su báculo-, sino a aquello que le hizo ver más allá de lo que se ponía en escena.
Me viene constantemente a la memoria esa frase que Bernarda espeta a Poncia: ¡calla esa lengua atormentadora! y pienso en todo lo que antes y ahora se quiere ocultar, en lo que no se podía o debía decir; en todo lo que se pretende desaparezca si no se lo nombra, si no se lo enfrenta, como cuando al final Bernarda decreta, en medio del llanto que la humaniza, que su hija a muerto virgen.
Las mujeres en la iglesia no pueden mirar a otro hombre que el cura y eso porque usa falda, virar la cara es llamar al pecado, dice Bernarda a sus hijas, a esas a las que va a condenar -como hicieron con ella otras veces- a ocho años de duelo y encierro por la muerte del padre, como correspondía a mujeres de su posición, porque así lo mandaba la costumbre, porque lo que los demás piensan importa, porque hay que guardar las apariencias.
Esos pasajes y otros nos muestran la actualidad de obras como está, cambia la escena, cambian los motivos, pero callar, ocultar, mentir, aparentar sigue estando de moda…
El público que asistió a las cinco presentaciones (Teatro Sucre, Sala Alfonso Carrasco (3) y Teatro Pumapungo), pudo emocionarse, conmoverse hasta las lágrimas, reír y disfrutar al máximo de una puesta en escena estupenda.
Gracias Juana Estrella, gracias Bernardas por su arte y su entrega.
Portada: elapuntador.net
Mujer estudiosa y analítica, lectora atenta y escritora novel. Doctora en Jurisprudencia y Abogada – Universidad de Cuenca, Máster en Gestión de Centros y Servicios de Salud – Universidad de Barcelona, Diplomado Superior en Economía de la Salud y Gestión de la Reforma – Universidad Central del Ecuador. Docente de maestría en temas de políticas públicas y legislación sanitaria –Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; en el área de vinculación con la sociedad, legislación relacionada con el adulto mayor – Universidad del Adulto Mayor. Profesional con amplia experiencia en los sectores público y privado, con énfasis en los ámbitos de legislación, normativa y gestión pública.