Esta no es la entrada que hubiese querido escribir hace pocos días. En mi mente, quería empezar esta semana centrándome en uno de los puntos positivos de la comunicación gubernamental de Guillermo Lasso, un aspecto de su comunicación donde han encontrado su deficiencia y han empezado a tomar correctivos. Quería que el tono de esta entrada fuese conciliador y optimista, pero la tragedia de Ibarra cambió esa perspectiva y desnudó, una vez más, a un equipo de comunicación que comete demasiados errores en situaciones convulsas.
Esta semana iba a hablar sobre cómo el presidente ha intentado mejorar su cualidad de “hombre de pueblo” y la imagen que proyecta cuando se encuentra en territorio. Cuando el presidente salió a la calle a comer pollo frito en las incómodas mesas de un centro comercial, se buscó un photo op que transmita la imágen de que Lasso es como cualquier otro ecuatoriano; sus detractores, y el público en general sintieron que el presidente no estaba siendo genuino y que no se encontraba cómodo en un espacio así. Parecía pez fuera del agua.
Esta semana, tenía pensado hablar sobre cómo, después de ese esfuerzo comunicacional fallido, se ha trabajado en la imagen de Lasso en espacios populares. Iba a hablar sobre las fotografías de Lasso en barrios de clase baja de Esmeraldas o visitando Sayausí tras el trágico deslave; iba a hacer mención a que su discurso y su postura corporal transmitían la sensación de un hombre más a gusto en sectores populares y ya no parecía más perdido que pechuga de pollo en fanesca.
Sin embargo, ninguna mejora en aspectos comunicacionales puede borrar el bochorno, repetido constantemente además, que significa para la comunicación del Gobierno cada vez que ocurre una crisis que convulsiona al país. Casi 11 meses después de asumir el poder, y tras múltiples acontecimientos de inseguridad y tragedias naturales que han acaparado la atención del país y frente a las que se espera gestión presidencial, Lasso todavía no sabe cómo comunicar en situaciones de crisis.
En esta ocasión específica, hago referencia al silencio presidencial que ha habido tras el asesinato ocurrido en un cajero automático de Ibarra y que nos removió como país por las imágenes del hijo de la víctima llorando sobre el cadáver de su padre. Nos golpeó, y más de uno no ha podido sacudir la sensación de miedo a pisar la calle y ser la próxima cifra en las estadísticas de violencia e inseguridad. Guillermo Lasso no dice nada…
Algunos podrán decir que si el presidente tiene que solidarizarse con cada familia víctima de violencia, pasaría transmitiendo condolencias y no trabajaría. Eso ya debería decir algo sobre el nivel de inseguridad en el país y lo normalizado que se ha vuelto ver nuevos asesinatos en los noticieros. ¿También nos estamos acostumbrando al silencio gubernamental frente a la muerte?
Pero es que el tema va más allá de eso; Lasso, al dedicarse a subir fotos en terno y sonriendo con grandes empresarios argentinos mientras el país se desangra, transmite más de lo que sus discursos pueden decir: mientras las empresas privadas poderosas del país estén bien, ¿qué importa lo que pase con el pueblo? Flashbacks a la masacre carcelaria en Guayaquil, cuando los altos funcionarios del gobierno siguieron cenando caviar mientras recibían las noticias de los amotinamientos.
Otros podrán decir que sí ha habido comunicación sobre el tema desde el gabinete ministerial y que incluso ha habido un cambio de tono y enfoque, sobre todo por parte del ministro del Interior, Patricio Carrillo. Es cierto, en una entrevista con Radio Pichincha el ministro hizo un esbozo de mea culpa gubernamental, algo que no se había visto hasta el momento; pero la comunicación llegó muy tarde y no alcanzó el nivel de vocería jerárquica que el pánico merecía.
Al momento de escribir esta entrada, han pasado más de 24 horas desde que el video del asesinato en Ibarra se hizo viral. Guillermo Lasso aún no se ha pronunciado. No se espera que en un discurso el presidente presente una nueva política de seguridad que cambie la sensación de miedo en el país, hasta ahora todos han sido esfuerzos vanos. No se espera que, de la noche a la mañana, la comunicación gubernamental lleve a la cárcel a todos los delincuentes del país. En este punto, lo mínimo que se espera es una nota de condolencia, una sensación de empatía y una genuina preocupación por el sentir del país.
¿Cuántas crisis van a tener que pasar hasta que el gobierno aprenda las nociones básicas sobre este tipo de comunicación?
Comunicador Social graduado por la Universidad del Azuay en el año 2020; apasionado desde pequeño por el periodismo, la política y las temáticas sociales. Orgullosamente latino, ha tenido la oportunidad de vivir en países como Brasil y Chile, además de su natal Ecuador. Inquisitivo y crítico, gusta de hacer trabajo periodístico que combina la fotografía y la escritura.