La interminable cáscara de naranja que monda la protagonista de “La Hija Oscura” es la metáfora perfecta para el cierre de una película que causa revuelo en estos días. Basada en la obra homónima de Elena Ferrante (seudónimo de una escritora que prefiere mantener su anonimato) y bajo la dirección de Maggie Gillenhaal, se encuentra entre los títulos que ya obtienen algunos de los premios más representativos.
Esa cáscara de naranja, en forma de serpiente, es la representación de la maternidad que prevalece hasta el último día de la existencia: “no se deja de ser madre nunca” escuchamos desde que nacemos en tanto se nos enseña a jugar con muñecas y aprendemos que lo “femenino” debe ir aparejado con nuestro género.
Tema escabroso, pero que ya ha sido topado en anteriores oportunidades; sin embargo, no deja de ser importante volver sobre él las veces que sea necesario, la maternidad que obliga a la mujer a desdibujarse dentro de su “destino” y que, en la mayoría de los casos la victimiza y convierte en una metáfora de sí misma. Esa cáscara de naranja interminable en la que se convierte fatalmente.
El desgaste diario de la crianza, la postergación de los deseos físicos y psicológicos, el trauma desgastante de imaginarse “mala madre” y la violencia doméstica representada por un hombre convertido en el primer hijo de la protagonista, son algunos detalles de este film que cuestiona y provoca una catarsis en el público.
Y, una vez más, volvemos a Simone de Beauvoir, Virginia Woolf y otras mujeres que, en los distintos campos, han roto con los esquemas de una sociedad patriarcal y que han abierto senderos; pero, más allá de estas reflexiones, aseveramos que nunca como hoy es imprescindible este argumento.
En la “Hija Oscura” se encuentran los detalles y la filigrana de un trabajo realizado minuciosamente para despertar a ese público dormido y globalizado que no se asombra ante nada. Una muñeca anegada de lodo y que al aplastarle vomita algo parecido a la sangre; un pulpo que es cocinado y consumido sin disfrute, la soledad de la mujer madura y el viento en su cara, el bullicio de una familia que invade todos los espacios y que nos representa, la desesperación de la mujer joven y un alfiler clavado en el sombrero. Poesía, realidad y belleza en esta Ópera Prima que arrasa con los prejuicios.
Los extremos de la crianza y la maternidad traspasan todos los límites: de aquellos padres autoritarios y violentos a los “Padres Domados” de Mónica Sperr (1976) son algunos referentes de este libro que basa su argumento en el “eterno femenino” el cual prevalece hasta nuestros días.
Recomendada por la crítica “La Hija Oscura” se posesiona como una obra imprescindible, más allá de las manipulaciones políticas e ideológicas que se le atribuyen.
Del delantal al terno sastre en minutos, de la pantufla al tacón alto, del maquillaje en el carro a las rodajas de cebolla, la mujer que se divide entre varios mundos no deja de sentir culpa por no poseer el don de la ubicuidad; he aquí el germen de un conflicto social que ha sido desmenuzado dentro de la literatura, la psicología y las otras ramas de las culturas. La maternidad como Leda y el cisne (el nombre de la protagonista hace referencia al mito griego) que protege en su regazo y prefiere ser atacada por el águila.
Virgen y mártir la madre inefable se convierte en una “Hija Oscura” que regresa sobre sí misma a través de generaciones; aquella cáscara de naranja interminable, en forma de serpiente, que termina en la basura y que esconde el cuerpo jugoso de la fruta.
Poeta. Gestora cultural. Articulista de opinión. Ha recibido varios premios de poesía y al mérito laboral. Ha sido jurado en diversos certámenes nacionales e internacionales. Ha publicado diversas obras, así como Literatura infantil, Sus textos han sido traducidos a varios idiomas y figuran en diversas antologías nacionales y extranjeras.