Violencia doméstica, gritos, accidentes de tránsito, suicidios son el condumio de la fiesta del consumismo; el hueco en la personalidad de aquellos que “festejan” las Navidades obliga a crucificarse en las colas inmensas de entrada a los malls y sortear todos los obstáculos en medio de insultos para llevar la dichosa canasta o el regalo que nadie necesita.
Lejos, muy lejos la espiritualidad, la devoción, el aroma del pesebre; lejos los artesanos y sus pequeñas tiendas, sus artículos primorosamente elaborados a mano; lejos el amor a la familia, el chocolate caliente, la humita. Los pavos inflados de otros países han llegado a invadir el mercado y los chagras, criollos y mestizos imaginan la nochebuena en Nueva York o Europa
Repletos de avaricia miran para otro lado cuando en la esquina las familias enteras piden limosna; se han terminado las novenas y el Covid 19 es una buena excusa, pero no limita las grandes cenas navideñas. El alcohol hace su agosto en diciembre y el demonio danza disfrazado de borrachera.
Así las cosas, la ciudad hierve en medio de la cohetería y los animales torturados por el estrépito y a pesar de que la pandemia sigue presente y estrena una nueva cepa los seres humanos continuamos sin aprender la lección. Entonces cubrimos con los besos de Judas a los abuelos, luego de haber recogido todos los virus en las fiestas. Adolescentes eternos, ricos imaginados, con el ego más inflado que el pobre pavo navideño, accedemos a la nochebuena que termina la mayoría de las veces con los redondeles de los vasos de whisky y las copas rotas en medio del desengaño del consumismo.
Nada más, amigo lector, la resaca navideña espera.
Poeta. Gestora cultural. Articulista de opinión. Ha recibido varios premios de poesía y al mérito laboral. Ha sido jurado en diversos certámenes nacionales e internacionales. Ha publicado diversas obras, así como Literatura infantil, Sus textos han sido traducidos a varios idiomas y figuran en diversas antologías nacionales y extranjeras.