La seguridad ciudadana se define, de una manera amplia, como la preocupación por la calidad de vida y la dignidad humana en términos de libertad, acceso a los bienes y servicios de la vida urbana y oportunidades sociales, es decir como posibilidad de vivir en un ambiente de confianza. La seguridad ciudadana se la entiende como una serie de esfuerzos dirigidos a garantizar la paz y la convivencia. Mientras que, la inseguridad en las ciudades deriva en una serie de situaciones que ocasionan procesos de aislamiento, fragmentación del tejido social y una serie de actuaciones que limitan la construcción de las relaciones de confianza necesaria para la convivencia pacífica, solidaria y multicultural en el uso de los espacios públicos; lo que está íntimamente relacionado con los imaginarios del miedo.
En este marco, nos preguntamos: ¿Qué dejan de hacer las personas en las ciudades a causa del temor a ser atacados o atracados? Para obtener respuestas necesitamos analizar la inseguridad como uno de los principales problemas de las ciudades, los altos índices de robos en vivienda, robos y hurtos en lugares públicos, robos de automotores, extorsión, amenazas, secuestros, asesinatos, delitos sexuales, violencia de género, violencia intrafamiliar, consumo de alcohol y drogas en las calles. Estos factores, derivan en la construcción de imaginarios del miedo, afectando las actividades cotidianas de la población y justificando procesos de privatización del suelo, gentrificación, segregación social, discriminación, desconfianza hacia el otro; así como la desestructuración del tejido social, el debilitamiento de la participación social y de la organización comunitaria; además atentando contra el uso libre y democrático de los espacios públicos.
Muchas veces la percepción de inseguridad, sobredimensiona los eventos sin una base empírica real. La percepción de los niveles de violencia de una sociedad se basa tanto en datos de la realidad como en una construcción social. El desfase que suele existir entre las cifras de violencia y la percepción de seguridad, distorsiona la realidad y plantea retos para la gobernanza de la ciudad en cuanto a delimitar los factores que median para esta interpretación (Salas, 2015). Sin duda, hay que vincular esta realidad con algunos retos sociales como son la precariedad en el trabajo, el desempleo, la falta de oportunidades, la naturalización de la economía especulativa, la pobreza, el hambre, el deterioro ambiental, la represión política, la violencia, y la criminalidad (ILPES 1998: 5); pero también con el márquetin publicitario interesado en generar la percepción de miedo e inseguridad.
Esta percepción es funcional al poder económico de las ciudades, pues al configurarse una sociedad del miedo, existe mayor legitimidad para intervenciones encaminadas a la privatización de espacios bajo la idea de que lo que se adquiere es estatus, seguridad y un orden social libre de conflicto. El interés del capital de inyectar sus recursos aprovecha este desconcierto producido por la industria de la seguridad, publicitando espacios como prototipos de la ciudad deseable, de manera que asistimos a un proceso donde las empresas inmobiliarias crean una geografía urbana funcional a sus intereses. Además, el escaso suelo urbanizable genera procesos de gentrificación expulsando a la población originaria de sus barrios y comunidades. Se configura, por tanto, un entramado en el que, a partir de una percepción real o irreal de la inseguridad, se determina un diseño y unos usos de la ciudad que favorecen al capital y aquellos con la capacidad adquisitiva de acceder a esos espacios de la ciudad.
Adicionalmente se van generando toda una serie de conductas que terminan erosionando el capital social que existe en las ciudades, una sociedad marcada por la dinámica del miedo, que termina impactando en la cotidianeidad de las personas y las formas de interactuar en los espacios públicos, debilitando así la idea de vecindad y generando desconfianza hacia los lugares públicos, mercados, parques y plazas; provocando que las actividades se dejen de realizar, se deja de hacer ejercicio, de salir a caminar en las calles, de visitar los parques, de comprar en los mercados populares etc.; todo lo que impacta en la dinámica económica de los sectores menos favorecidos. Estos estilos de vida aumentan entre la población de nuestra ciudad y cantón. Los miedos pueden ser o parecer irracionales, pero no son gratuitos, responde a una lógica de funcionamiento del sistema económico y afectan de manera particular a las ciudades en pleno crecimiento, como Cuenca.
Foto: Ministerio de Gobierno
Ex directora y docente de Sociología de la Universidad de Cuenca. Master en Psicología Organizacional por la Universidad Católica de Lovaina-Bélgica. Master en investigación Social Participativa por la Universidad Complutense de Madrid. Activista por la defensa de los derechos colectivos, Miembro del colectivo ciudadano “Cuenca ciudad para vivir”, y del Cabildo por la Defensa del Agua. Investigadora en temas de Derecho a la ciudad, Sociología Urbana, Sociología Política y Género.