Una vez más, las redes sociales se han incendiado, esta vez por motivo del matrimonio del hijo del vicepresidente del Ecuador y una modelo de Victoria´s Secret. La polémica ha surgido en torno a un comunicado emitido por la planeadora de bodas, en el cual solicita a la Municipalidad de Quito, entre otros requerimientos, que, debido a la “lista de invitados VIP jamás vista en Ecuador”, la plaza San Francisco sea vallada y limpiada y, adicionalmente “retirar a las personas indigentes de pórticos y sitios aledaños”.
¿Me extraña el pedido de retirar a los pobres de la plaza? No ¿Me indigna? Sí. No me extraña porque es recurrente esa percepción de la ciudad como un campo estético, de postal y de foto. Gran parte de los proyectos de renovación urbana y rehabilitación en los centros históricos parten de la misma lógica que, sustentada en criterios de orden e higiene, llevan consigo la reubicación y desalojo de trabajadores informales y sectores populares, procesos de gentrificación y privatización y, por ende, mayor marginación.
El texto que hoy asombra -agravado por la coyuntura política-, no es más que “sentido común” de muchos, plasmado en palabras de una organizadora de bodas. Esconder a los pobres es un problema de clase, pero ya no exclusivo de las élites, sino de narrativas hegemónicas que han terminado normalizadas en una masa acrítica de la clase media, que se deja deslumbrar por la farándula, el eventismo, las pasarelas y la idea de que el turismo y la “generación de empleo” todo lo justifican; masa acrítica que normaliza discursos clasistas.
El comunicado de la planeadora de bodas no debería ser motivo para cuestionar al gobierno, tampoco a los novios, pues la Secretaría General de Comunicación del Presidente ha rechazado el documento en mención, aclarando que no es de su responsabilidad y que comparte la indignación ciudadana sobre el tema. No obstante, sí me parece altamente metafórico para pensar la sociedad. La boda -y no esta en particular- aparece como una metáfora de la visión de los centros históricos y la gestión de las ciudades, en el despliegue de decoración, maquillaje, adorno y pastillaje que, por lo general, suelen implicar las fiestas de casamiento.
Detrás del pastillaje y la parafernalia, emerge una y otra vez una sociedad fracturada, en la que muchos, desde el privilegio, viven a espaldas de la realidad, indiferentes a ella. Una sociedad que, por medio del ocultamiento, no quiere ver mendigos en las esquinas, ni migrantes, ni vendedores ambulantes, ni prostitutas, ni borrachos. Pero, en el ocultamiento, parecería que no es la pobreza lo que molesta, sino los pobres al alcance de los ojos. Para muchos, más que la desigualdad, incomodan los pobres; por ello, hay que ocultarlos, esconderlos, reubicarlos… mandarlos más allá, donde no estorben, donde la vista no alcanza.
Así, desde discursos cargados de aporofobia, la pobreza aparece no como campo de política pública para su erradicación, sino como asunto estético, de higiene y orden. Ciudad de postal y pastillaje para las élites, los invitados VIP, la promoción turística y, también, para sectores de clase media que se incomodan con la presencia de los indigentes. Desde esa mirada, la indiferencia se normaliza; sin embargo, detrás del pastillaje, la foto y la postal, la pobreza está allí. La realidad se devela mediante el ocultamiento, al tiempo que la sociedad puede ser leída en sus propias negaciones. Detrás del ropaje y el adorno, tenemos una sociedad que se niega en sus problemáticas estructurales y en sus fisuras profundas.
Antropóloga, Doctora en Sociedad y Cultura por la Universidad de Barcelona, Máster en Estudios de la Cultura con Mención en Patrimonio, Técnica en Promoción Sociocultural. Docente-investigadora de la Universidad del Azuay. Ha investigado, por varios años, temas de patrimonio cultural, patrimonio inmaterial y usos de la ciudad. Su interés por los temas del patrimonio cultural se conjuga con los de la antropología urbana.