La ausencia de rituales ha dado paso a una nueva normalidad que obliga, lenta pero inexorablemente, a inaugurar hábitos a los cuales, todavía, no nos acostumbramos.
Los ritos son parte de la evolución del ser humano; la religiosidad, el mito y el rito forman parte de la cultura de los pueblos y sostienen su salud psicológica y física, de allí la importancia de hacer calas en la nueva normalidad a la que nos enfrenta la pandemia del corona virus.
Iniciamos con detalles, en apariencia intrascendentes, como el baño diario, el lavado de manos y los pormenores de higiene básica hasta culminar con los más dramáticos y dolorosos que se sitúan en la ausencia del ritual de la muerte en campos y ciudades, sin distingos sociales o culturales. Entonces nos preguntamos ¿hasta qué punto la desaparición de dichas expresiones induce a una mayor trivialización de la muerte y obliga a una actitud hierática en torno al dolor propio y ajeno?
Las rutinas diarias se han mimetizado a partir del espacio vacío de las redes sociales; la vestimenta, el cuidado personal, el deporte y la dieta saludable tienen su propia validez según el entorno. En países como España se ha observado que los jóvenes son los que más han alterado sus costumbres, en tanto acá en el Ecuador, el teletrabajo ha obligado a redirigir los hábitos, inclusive de los niños.
Y aquí, una vez más, insistimos en la pregunta ¿hasta qué punto la práctica de una lectura, mínimamente esencial, se logra a través del zoom y teledirigida?
El miedo, la invisibilización del dolor, el recelo al otro, el rechazo al abrazo fraterno, inclusive en horas álgidas de soledad, están formando estructuras de convivencia social sin asidero espiritual y, por lo tanto, psicológico.
La depresión, el suicidio, el abandono de miembros de la familia, la violencia doméstica y otros horrores son algunas de las consecuencias de esta ausencia de rituales. El engranaje de una sociedad robotizada se impone frente a una mente despierta que cae anegada en el sofá de la comodidad y las películas seriales.
La trivialización de los rituales, obliga a la supresión de las identidades. Prevalece lo instantáneo frente a la memoria colectiva; en una sociedad narcisista, que persistía en sus individualidades antes de la pandemia, nos encontramos con un vacío mucho mayor y que prioriza el consumo, a pesar de los impedimentos sanitarios.
Los rituales son el andamiaje de una sociedad; suprimirlos o ignorarlos desbalancea su estructura. Por otro lado, no podemos confundir el uso de ciertas normas básicas impuestas, como la mascarilla o el distanciamiento social, con estos protocolos mucho más arraigados en la evolución o involución de los humanos, como especie.
La irresponsabilidad fáustica, la invasión del espacio del otro, la ausencia de actitudes que demuestren la otredad y solidaridad provocan una comunidad sin valores comunes; si a ello sumamos la interminable cadena de información, que suprime la calidad ante la cantidad, tenemos como consecuencia un estado de somnolencia permanente en el ciudadano común.
La infancia, la escuela, los cumpleaños, las celebraciones de Navidad, Pascua, las vacaciones; la juventud con el aprendizaje del amor y las carreras universitarias, la madurez y el matrimonio hasta llegar a la edad de la senectud con la memoria desaparecen ante la ausencia de rituales. Se llega a la publicación de un libro, la graduación del nieto, el matrimonio y el velatorio del pariente vía zoom. Y se interrumpe el ciclo vital con un mensaje en twitter o el comentario intrascendente de un “me gusta”
El miedo a la muerte potencia al capital; se intenta comprar tiempo de cualquier forma y buscamos la panacea por medio de vacunas o el trabajo como forma de trascender. Intentamos dejar huella aún a sabiendas de que no nos recordarán más allá de una generación.
De allí que la creación en todas sus manifestaciones sea la mejor manera de desacralizar lo rutinario, de regresar a aquellos rituales que se desdibujan en tiempos apocalípticos. En el “Juego de los abalorios” de Hesse, el maestro Josef Knetch insiste a su discípulo en que aquellos que tienen el poder “renegaron y prohibieron todo lo artístico y especialmente el juego de los abalorios”.
La sociedad de los rituales es la casa del lenguaje, el andamiaje que sostiene su razón de ser: las culturas que hoy están en vías de extinción ante nuestros ojos semi cerrados mediante el big data.
“La sociedad de hoy está enferma de exceso de positividad, esa es su patología, enferma de sobre producción, enferma de demasía”
Byung-Chul Han
He aquí el dilema.
Poeta. Gestora cultural. Articulista de opinión. Ha recibido varios premios de poesía y al mérito laboral. Ha sido jurado en diversos certámenes nacionales e internacionales. Ha publicado diversas obras, así como Literatura infantil, Sus textos han sido traducidos a varios idiomas y figuran en diversas antologías nacionales y extranjeras.