Uno de los temas álgidos en el ámbito de la movilidad de las ciudades suele ser la “peatonalización” de las calles del centro histórico. Es álgido porque suele provocar posiciones difíciles de conciliar. Por un lado, puede causar fuerte resistencia entre los residentes y comerciantes frentistas; pero por otro, puede provocar un gran apoyo entre usuarios frecuentes y esporádicos del sector.
Es por ello que, en Cuenca por ejemplo, casos como la peatonalización y posterior des-peatonalización del tramo de la calle Padre Aguirre junto a la Plazoleta de las Flores, o la posible peatonalización de las 4 calles alrededor del Parque Calderón, han causado fuertes debates en talleres, reuniones, pero principalmente en las redes sociales.
Hay argumentos importantes desde ambas perspectivas. Desde la mirada institucional y de numerosos transeúntes del centro histórico, los proyectos de peatonalización aportan a una disminución de contaminación, de ruido, y de accidentabilidad, y se le devuelve la ciudad al peatón y al turista. Por el contrario, en el caso de los residentes, los argumentos pueden ir enfocados hacia el hecho de que este tipo de intervenciones reducen la accesibilidad a sus hogares y aumentan la inseguridad en las noches (cuando ya no hay un fuerte movimiento peatonal). En lo que respecta a los comerciantes, sus argumentos suelen basarse en la dificultad que estas intervenciones provocarían en la carga y descarga de productos, y en la posible afectación a sus ventas.
Más allá de estos argumentos que suelen ser expuestos y debatidos, existen otros, menos conocidos, que no se deben dejar de analizar. Si bien las peatonalizaciones de los centros históricos generan múltiples beneficios ambientales, y un mayor dinamismo y vitalidad porque se aumenta el comercio y el turismo, se debe precautelar temas como: la expulsión paulatina de los residentes por el cambio de uso de suelo o por la dificultad en los desplazamientos (adultos mayores o personas con discapacidad motriz), y el incremento en los valores de arriendos y ventas (fenómenos que se han evidenciado cuando los centros históricos se diseñan exclusivamente para el turista o el comprador).
Confieso ser una persona pro-peatonalización y que disfruto mucho de caminar por calles exclusivamente peatonales; sin embargo, hay que ser conscientes que estamos frente a un dilema urbano que no arroja respuestas fáciles ni únicas. Por lo que, hasta tenerlas, lo que debemos exigir como ciudadanos es que exista “prioridad para el peatón” en las calles del centro histórico. ¿Qué quiero decir con esto? Que entre las dos veredas ocupen más área que la calzada, que exista un solo carril de circulación vehicular, que la velocidad permitida no sobrepase los 20km/h; algo como lo que sucede en Cuenca en la Calle Benigno Malo entre Bolívar y Gran Colombia.
Fotografía portada: Calle 10 de Agosto en la ciudad de Loja. Fotografía cortesía de Camila Charry.
Doctora en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Universidad Católica de Chile. Máster en Arquitectura por la Universidad de Kansas-EEUU. Docente/investigadora en la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Azuay desde el año 2009. Coordinadora de Investigaciones de la Facultad y Directora de la Maestría de Arquitectura. Docente en diferentes módulos de posgrado a nivel nacional. Ha sido Secretaria de Movilidad y Directora de Planificación del Municipio de Cuenca. Sus trabajos de investigación, publicaciones y ponencias se centran en la ciudad con un énfasis en la movilidad y el transporte.