Solo trato de imaginar la cara de asombro del político que ofrecía la entrevista al viejo Francisco Santana. Poco antes, el burócrata había dicho al periodista de las rastas infinitas alguna oferta tan inverosímil que terminó por provocar la reacción del cronista.
Santana, irreverente maestro de la crónica sucia de Guayaquil, apagó la grabadora magnetofónica, encaró al funcionario municipal y le espetó “yo sé que me mientes”. Se refería no solo a la desmedida farsa que había soltado el político, sino a casi toda la entrevista, la que Santa se sentía obligado a publicar porque, ni modo, no tenía el tiempo suficiente para confirmar lo aseverado por el mentiroso profesional.
Y eso que no era tiempo de campaña.
Este pasaje, que lo escuché en un foro en el que hablaba “el negro”, se me vino a la memoria ahora mismo en tiempos de campaña electoral en el que las ofertas han frisado lo ridículo, lo estúpido, lo indigerible. Acabar con la crisis que vive el país en los primeros cien minutos o armar a civiles si el Gobierno es de un banquero; exportar barriles de agua en reemplazo del petróleo o condonar las multas a los infractores de tránsito, si lo es de un mestizo rebautizado como indígena; extraer el oro escondido en los teléfonos celulares o sueldos con dinero electrónico, si lo es del imberbe correísta.
En fin. Toda una gala de estupideces que alegran la memecracia de las redes sociales de cara a las elecciones del 2021 en el Ecuador.
No es la única reacción ante lo inaudito de lo dicho por los políticos que ansían lograr “trabajo” en la función pública. Un respetado radiodifusor cuencano ha dicho hace poco que su empresa radial ha decidido no entrevistar más a los candidatos a asambleístas “porque son una pérdida de audiencia”.
La cosa va más o menos así: a su habitual audiencia captada por las ondas hertzianas, se suman las que acuden en los denominados “live”, es decir de cuando la entrevista es emitida en audio y video por una red social. La entrevista por este medio logra audiencias de hasta medio millar de personas conectadas en simultáneo. Hasta cuando la entrevista es a un candidato a asambleísta y el número de personas conectadas baja a un récord de 25 personas interesadas en las mentiras de los candidatos.
Para evitar esa pérdida de audiencia, simplemente ha decidido no entrevistar más a los aspirantes a la Asamblea. Más o menos como decirles “yo sé que me mientes” y por ello te desconecto.
Considero, desde este punto de vista, que ni lo uno ni lo otro es una real solución al periodismo como una actividad de mediación entre las audiencias y las fuentes. Si la contundencia de lo dicho apunta a mentiras, no solo basta con hacerle saber de mis dudas, sino que se debería ir a la verificación de lo dicho para que el cínico sinvergüenza quede al descubierto en sus mentiras. O si el candidato tiene una audiencia de 25 personas, la entrevista debería estar planteada para esas 25 almas expectantes por saber si el candidato vale o no la pena; se merece o no mi voto, pues ellos, en reducido número, no son solo una cifra que acomoda los intereses económicos del medio de comunicación.
La estrategia que se ha discutido en las empresas por la que he pasado siempre han estado alineadas con el periodismo de explicación, interpretación, servicio, de verificación por sobre el escaso tiempo que solemos tener para trabajar la noticia.
¿Basta con apagar la grabadora para llamarlo mentiroso? Es preferible dejar que esa entrevista se caiga, someterla a verificación y cumplir con esa premisa ineludible del periodismo: llegar a la verdad. O a la aproximación de la verdad. Para ello debemos manejar los tiempos de forma que podamos publicar solamente hechos verificados o verificables.
Dejar de entrevistar tampoco es la solución, como lo hemos dicho, porque trabajar para el rating no es buen consejo: el trabajo del periodista es para la gente; para su entendimiento.
Verificar, profundizar, descartar deberían ser posibilidades ciertas en el oficio periodístico, y para ello se deben invertir muchos recursos personales y materiales. Pero el oficio lo vale en la medida de la misma utilidad que le queremos dar a nuestra noticia, entrevista o reportaje.
Será preferible no emitir la nota, a lanzarla con dudas, con incompetencias, sin verificaciones y contrastaciones.
El periodismo es una actividad que propone soluciones, nos aproxima a la verdad en medio de la mentira. Que trabaja por igual para 25, que para 500 personas. No excluye ni a Dios ni al Diablo. Y debe poner en perspectiva todo.
He allí la diferencia.
Periodista profesional por la Universidad de Cuenca. Articulista de Opinión en diario El Universo. Director de la Carrera de Periodismo de la Universidad de Cuenca.