Primera entrega:
Agradecida por la invitación a compartir y dialogar sobre interculturalidad en estos desafiantes tiempos, en donde termina de agotarse la modernidad, se hace cada vez más nítida la controversia mundial sobre el significado y las diferencias que portan los proyectos y reflexiones posmodernas en medio de la dinámica de las identidades –nacionales, culturales, de géneros y generaciones- profundizada por las formidables oleadas migratorias. Todo el viejo orden mundial, sus ideas, instituciones y reflexiones se desestabiliza, mientras se hace más evidente la persistente crisis de meta discursos y la emergencia de la recuperación y re-creación de símbolos y sentidos que hoy, sacuden el mundo pese la instaurada globalización. El pensamiento único, se desmorona ante la dinámica interna de diversas corrientes ideológicas, de nuevos movimiento humano sociales llenas de posibilidades de construcción de otras entidades, puntos de vista, calidades, y proyectos hasta ahora desechados, temidos y discriminados.
Esto llama a una comprensión de la interculturalidad como filosofía y modo de vida, que cruza todos los aspectos de la existencia del ser humano y de la sociedad, y adquiere especificidades propias, sentidos y métodos a la hora de pensar en los diversos ámbitos de la vida humana y social.
Atendiendo este llamado me propongo urdir en este espacio que me brinda Voces Rizomáticas una serie de reflexiones acerca dela interculturalidad sus sentidos y desafíos, no como ideas acabadas sino más bien como diálogo -que es inherente a la interculturalidad- Lo iré haciendo en varias entregas, iniciando con el abordaje de algunas líneas conceptuales y filosóficas en las primeras, para luego ir rumiando visiones y avizorando caminos desde un enfoque intercultural sobre diversos aspectos de la compleja y rica realidad social y de la condición humana.
Inicio, entonces con una reflexión teórica sobre el inmenso, a veces ambiguo, polisémico y pocas veces preciso, pero nunca agotado concepto de cultura, lo que resulta natural si entendemos que la idea de cultura es como cualquier otra, invención social y construcción histórica de las diversas culturas.
¿Y QUE ES LA CULTURA?
El origen de la cultura -no necesariamente de su elaboración conceptual- es a mi juicio la vivencia y la conciencia que el ser humano ha ido construyendo de su relación con la naturaleza. El modo en que se ha hecho cultura, depende de la naturaleza de esa relación. Ya manejado como separación, como distancia o como cercanía o unidad – parte de ella, es un elemento determinante en la elaboración de conceptos y por tanto en la construcción diversa de las culturas y de sus diversas ideas de cultura.
Por un lado, la cultura ha sido construida como separación progresiva, llegando inclusive a ser opuesta a la naturaleza. El antropocentrismo, tiene un fuerte origen judeo-cristiano, que se refuerza en la primera y segunda modernidad llegando a su más alta expresión en el mundo occidental globalizado. El nivel de separación ha llegado tan profundo, que ha sobrepasado los límites de las concepciones del occidente mismo, cuando ven a la naturaleza como una simple fuente de recursos, algo a lo que hay que enfrentar y de cuyas manifestaciones hay que protegerse porque incluso atentan contra el orden cultural. Este tratamiento cultural antropocentrista ha significado una cada vez mayor liquidación de la naturaleza en nombre de la cultura, cuestión que pone en riesgo la supervivencia de la cultura misma, de la especie humana y de la propia naturaleza.
Pero la humanidad también podría haber concienciado esta distinción sin que implique una separación tan profunda y una especie de desnaturalización de la conciencia de la condición natural del ser humano como especie. De hecho han habido culturas cuya percepción de distinción del resto de la naturaleza no ha significado dejar de concebirse parte y en unidad con ella -las culturas más ligadas a la tierra, incluso la conciben como madre- más bien esta concepción de unidad natural del ser humano-naturaleza integrados en un cosmos vivo constituye fundamento filosófico, de su orden social y cultural
Ahora bien, la idea de la cultura, desde cualquier punto vista y como construcción social implica un determinado modo de vida y de relación con la naturaleza, más allá del debate sobre la unidad, distinción o separación. En ese sentido “…la cultura transfigura la naturaleza, pero es un proyecto al que la naturaleza impone límites estrictos. La palabra cultura contiene en sí misma una tensión entre producir y ser producida…”[1]
La noción de cultura, tan usada para explicar los procesos de la humanidad en diversos órdenes, ha variado a partir de las concepciones y enfoques que la han tratado. La propia Antropología, cuyo objeto de estudio, constituye la cultura, ha desarrollado diferentes conceptos, que han sido y continúan siendo asunto de debate en la ciencia social, mientras en el lenguaje común asume contenidos diferentes. Guerrero señala que sólo hay acuerdo en que se trata de un concepto polisémico, “… con cultura se habla de diversidad de cosas, se nombra con ella diferentes realidades, se le asigna distintos significados.”[2] Las diferencias conceptuales tienen que ver con las concepciones del mundo y con los intereses desde donde ha sido pensada.
Concebida desde tan diversas miradas, en la noción cultura, siempre está presente la idea de una confluencia en torno de elementos que hacen afines a unos seres humanos con otros. Para la antropología estos son prácticas, usos, costumbres, valores, ya sea que la afinidad venga dada por una época y territorio, o por tener elementos comunes como élite o como pueblo. Otras miradas hacen referencia a situaciones y actitudes comunes frente a determinados hechos organizadores de la sociedad, como en el caso de la cultura de la política, de la democracia, del diálogo, de la paz, y tantos otros. Siendo un concepto polisémico, el elemento coincidente es la mirada de cultura como agrupamiento humano alrededor de aspectos que identifica a grupos humanos
Así cultura ha sido entendida contradictoriamente como civilización y también como su contrario, para caracterizar a los pueblos llamados ‘incivilizados’. Eagleton toma a Young, para afirmarlo: Cultura “es una palabra verdaderamente incongruente, enfrentada consigo misma… sinónima de la tendencia general de la civilización occidental, pero también contraria a ella”[3] .
En efecto, si en principio la idea de cultura evocaba al cultivo de la tierra y por ende la idea de ruralidad, más tarde se transmutó en cultivo del espíritu, pero entendido este como actividad elevada, en el sentido de alejada de la tierra, es decir como abstracción. Señala Eagleton refiriéndose a la cultura que “… La palabra registra dentro de su desarrollo semántico, el tránsito histórico de la humanidad, del mundo rural al urbano, de la cría de cerdos a Picasso, de la labranza del campo a la escisión del átomo… pero la inversión semántica también resulta paradójica: las personas cultivadas acaban siendo los habitantes del medio urbano, mientras que los que realmente viven labrando el campo no lo son.” [4]
He aquí una forma de concepción cultural de lo espiritual, que nació diferenciada y diferenciándose de aquellas culturas cuya actividad espiritual no viene de la separación sino de la unidad con lo terreno[5], y que por tanto la cultura -si asumiéramos la definición como sinónimo de civilización y cultivo del espíritu- no sería exclusiva de occidente, como la “verdadera” cultura distinta de las culturas que supuestamente no cultivaron el espíritu, negando la existencia de otras maneras de cultivar el espíritu que no implican estar fuera de la ruralidad, sino que esta constituye su espacio preciso y su fundamento.
El entredicho entre cultura y civilización ha marcado no sólo diferencias sino discrimen y desprecio entre culturas. Siguiendo a Eagleton : “Como sinónimo de ‘civilización’ el término ‘cultura’ formó parte del espíritu de la ilustración con su culto al desarrollo secular y progresista.”[6] . Pero a partir del siglo XIX, cultura pasó a ser el antónimo de civilización, cuando precisamente todos los atributos del refinamiento, del conocimiento científico, del arte, de la vida urbana e industrial, en suma todo lo que entonces se consideraba superior a la barbarie, o un progreso frente al tiempo pasado, era asunto de la civilización, y lo que no había seguido su modelo evolutivo, las prácticas que quedaban fuera de la norma occidental, tenderían a enfrentarse, con los modos y modales de vivir de otros pueblos, y sus culturas.
Pero también la cultura ha sido vista, como la posibilidad del desarrollo de valores para enfrentar los errores y decadencias de la civilización. Otros han diferenciado cultura y civilización, haciendo referencia, con la primera, al progreso del intelecto y el espíritu (superiores, distintos y distantes de la materialidad) y con la segunda, a los asuntos materiales de la vida humana.
Hasta hoy, cultura y civilización, tanto la ciencia social, como en el lenguaje común, han sido nociones imprecisas, tratadas ya como opuestas, similares o equivalentes. Se ha hablado de civilización para referirse a pueblos con identidad común, (civilización babilonia, civilización inca, etc.) como también para erigir a occidente como el modelo de oposición y dominio a los otros pueblos y sus modos de vivir. Estas ambigüedades terminológicas, no ocultan el asunto central, que ha propuesto y consolidado las consideraciones de superioridad que lleva a hablar de “cultura universal”, como algo exclusivo y excluyente de las otras culturas “inferiores”
Esta noción de universal es determinante, para comprender los intereses que han estado en el fondo de los conceptos. El universalismo es el legitimador del dominio del sistema mundo, imponiendo la razón occidental, como la razón universal. De esa matriz, nace la afirmación de la existencia de culturas inferiores y superiores, se desvaloriza la cultura popular, y se reconoce a la cultura elitista como privilegiada y verdadera.
Dado el dominio de occidente, también se asume que habrían pueblos y naciones culturalmente inferiores, aquellos cuya producción simbólica es diferente de la occidental. Así la idea de cultura se liga al arte y al conocimiento, pero desde otra mirada también puede vérsela ligada al folklore y a la sabiduría tradicional de los pueblos, a la que occidente se refiere con el prefijo etno, para distinguirla de la verdad científica, que siendo también una verdad cultural, es una entre otras. Así mismo se desvalorizan y hasta niegan como tales las simbolizaciones, representaciones, valores, creaciones intelectuales, y artísticas de las culturas no occidentales.
Por otra parte, la existencia de una realidad de convivencia de culturas diferentes, plantea relaciones que las contraponen, las funden, las modifican. El universalismo cultural y el dominio socio político han permitido hablar de cultura y cultura popular, con su tan característica diferencia.
En este marco, resulta fácil establecer que la necesidad de consolidación del estado nacional creó la noción de “cultura nacional”. Pero en América Latina y en la misma Europa, esta resulta la confesión de que una cultura se sobrepuso sobre otras. La “cultura nacional” es una construcción teórica política que sustenta el ejercicio del dominio a través del estado “nacional”, que no ha sido sino una representación uni-nacional, uni-versal en oposición y como control de las realidades socio culturales no occidentales modernas vividas por pueblo y seres humanos tradicionalmente empobrecidos.
Esto nos remite a reflexionar sobre la categoría de eurocentrismo como una concreción y refinamiento del concepto de etnocentrismo pues “…el conjunto de objetivaciones históricas de la acción humana que denominamos cultura, no se encuentra anclado en competencias trascendentales de la especie, sino en relaciones de poder socialmente construidas que han adquirido un carácter mundial y que están sometidas a un proceso complejo de transformaciones históricas. La cultura no es entonces, el indicativo del nivel de “desarrollo” estético, moral o cognitivo de un individuo, de un grupo o de una sociedad, sino, como lo afirma Wallerstein, un ‛campo de batalla ideológico ’del sistema-mundo”[7]. El sistema-mundo que supone el eurocentrismo se dinamiza a través de los conceptos ideológico políticos de “historia universal” como los sucesos trascendentales de la “cultura universal” y sus “madres patrias” enseñando su conocimiento científico “universal” no solo a los países de bárbaros sino a los actuales países del “tercer mundo” o mundo “subdesarrollado”.
Para la ciencia social y particularmente para la antropología, la categoría cultura nace de la necesidad de estudiar al otro, desde la mirada de la razón y la ciencia funcional a la necesidad del control social para el ejercicio del dominio. El etnocentrismo se manifiesta en las teorías antropológicas apoyado en la superioridad intelectual que garantiza el ejercicio de la razón, para la producción de un conocimiento tenido como verdadero y universalmente válido. De todas maneras, las confrontaciones para conocer al otro, el conocimiento de países coloniales, y pueblos no occidentales en general, llevó a la antropología al reconocimiento de una serie de valores y conocimientos en culturas no occidentales, que han conflictuado y modificado la percepción sobre las otras culturas.
Entre las preocupaciones de la ciencia social, se plantean “los límites de la idea de estudiar al subalterno”[8], como lo señala el grupo latinoamericano de estudios subalternos y la crítica de Said a las ciencias sociales y especialmente a la antropología, en cuanto la cultura sigue siendo una construcción desde afuera, sin el nativo, el indio, las mujeres, los homosexuales, etc., que no incluye la mirada propia, la filosofía que le permita el acceso cognoscitivo a esas culturas. El punto de vista nativo -del otro- “…no es un hecho sólo etnográfico…..es en gran medida una resistencia controversial, prolongada y sostenida, a la disciplina y a la praxis de la antropología misma, como representativa del poder -de afuera-“[9]
Desde los llamados otros, y en la ciencia social crítica, hay corrientes debates y búsqueda de un pensamiento que permita a comprender la pluralidad y la diversidad cultural. Hay una urgencia por construir nuevas nociones teóricas. Marco Tulio Méndez plantea que “…los modelos para el análisis de la cultura son defectuosos, inconclusos. Es hora de romper con ellos y con el modelo de pensamiento que los sustenta: el modernismo. Es tiempo de repensarnos, de ver hacia atrás en busca de las respuestas que evidentemente no puede generar el presente, y que el progreso ha demostrado ser incapaz de lograr en un futuro”[10]. Esto implica una profundización de la crítica a las ciencias sociales en lo que tiene que ver con el estudio del contexto del que se enuncia, sino de las limitaciones de orden epistemológico y ético con los que se procede a conocer al otro en una continuidad colonizadora.
Bajo estas consideraciones no existen culturas superiores ni inferiores, existen culturas diferentes, sin embargo es importante entender que dada su sino que su naturaleza, dinámica y cambiante, transitan por momentos de generación, auge y degeneración. Y esto se manifiesta en la riqueza o pobreza de creación y desarrollo de valores en todos los órdenes de la convivencia humana.
Desde otra entrada es interesante la crítica de los conceptos antropológicos de cultura, por ser imprecisos, Eagelton señala que al definirla como forma de vida, puede resultar al mismo tiempo demasiado amplia y demasiado estrecha. Efectivamente la forma de vida de un grupo tal, tomando uno de sus aspecto, como la profesión, un modo de hacer determinada actividad, de expresar sentimientos, o de comprender procesos, resultaría demasiado estrecha para explicarse como cultura, pero en cambio si se abarca una forma vida demasiado amplia y diversa, resultaría vacía y difícil de proponer los límites que definen a esa cultura. En ese sentido la referencia a cultura empresarial, cultura organizacional, cultura musical, cultura de género, resultaría pobre y ambiguo para calificar a una cultura. De otro lado elementos de lo que podría ser una cultura de género o una cultura empresarial, pueden encontrarse en realidades locales y temporales distintas que agrupen desagrupe y reagrupen a grupos humanos desde distintos aspectos de su identidad.
El mismo lenguaje científico para el análisis social también ha utilizado diversas entradas para caracterizar a las culturas, así en un mismo país o grupo humano, se ha hablado de diferencias culturales étnico-nacionales, de culturas rurales y urbanas, de culturas marginales, de diferencias culturales generacionales, etc. Algunos teóricos han intentado llamar subcultura a estos conjuntos humanos con prácticas de vida y modos de representación y simbolización particulares, pero parece no haber fundamentación suficiente para definir esos límites entre cultura y subcultura. Esto más bien muestra la búsqueda de entradas para caracterizar a las diversas culturas y a su dinámica.
Habría que sumar el desafío de la dinamia y la movilidad social, que crea y recrea incesantemente identidades valores culturales, simbolizaciones en un mundo complejo con la presencia expresa de nuevos sujetos socioculturales y otros recién visibilizados y considerados como tales como las identidades de género, de generación, las espiritualidades, y la permanente emergencia de nuevas posturas críticas de la sociedad y de grupos que han optado deliberadamente por construirse con valores y prácticas alternativas a la cultura oficial. Todo lo cual, más allá del interés por encontrar una mejor conceptualidad nos coloca ante la urgencia de construir una forma de relacionalidad, que permita aproximarnos con los otros diferentes para un enriquecimiento de la condición humana fuera de las consideraciones de dominio y de su aceptación.
Por lo dicho, el concepto de cultura y de culturas, no sería únicamente ambiguo sino es resultado de una creación diversa, que por ser tal, nos permite entender al otro como diferente, a quien no podemos encasillarle atrapado en determinado concepto, más aun cuando los determinantes de su identidad provienen de fuentes tan heterogéneas que pueden ser hasta contradictorios y desde luego son siempre cambiantes. En ese sentido Mires acota que una cultura es “… un momento de tránsito entre una forma de ser y otra…. Alguien puede adscribirse a múltiples culturas…… Si alguien renuncia a una cultura entra en otra”[11]
Concluyo diciendo que si la cultura y las cultoras son dinámicas, siempre están en tránsito, su conceptualidad debería reflejarlo correspondientemente. La noción de interculturalidad puede contribuir para dinamizar los mundos culturales en su diversidad en la dirección de asumir el desafío de enriquecer nuestra condición humana.
[1] EAGLETON, Terry, La Idea de Cultura. Una mirada Política sobre los Conflictos Culturales, Paidós, Barcelona, 2001, p. 16
[2] GUERRERO, Patricio, La Cultura, UPS-Abya Yala, Quito 2002, p.12.
[3]YOUNG, Colonial Desire, citado por EAGLETON Terry, La Idea de Cultura, Op. Cit.
[4] EAGLETON, Op. Cit., p.16
[5] Un ejemplo de estas otras culturas es el que señala Estermann: En el mundo andino se “ considera al universo como un conjunto integrado de relaciones, dentro de un orden de correspondencia y complementariedad. Esta relacionalidad es algo ‘sagrado’ que refleja lo divino; la relacionalidad es, en el fondo ‘religiosidad’ (‘conexión’) . Para el runa andino, lo divino no es algo totalmente distinto del mundo de la experiencia vivencial (‘profano’), sino su dimensión sagrada y espiritual. (ESTERMANN, Filosofía Andina, Abya Yala, Quito, 1998), p.262
EAGLETON, Op Cit., p. 22
[7]CASTRO GÓMEZ, Santiago, Teoría tradicional y Teoría Crítica de la Cultura, en La Reestructuración de las Ciencias Sociales en América Latina, Castro Gómez Santiago (editor), Instituto Pensar, Centro Editorial Javeriano, Bogotá, 2000, p. 100
[8]CASTRO GÓMEZ, Santiago (coordinador), Manifiesto inaugural del Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternosen Teorías sin Disciplina, Edición de Santiago Castro Gómez y Eduardo Mendieta, México, 1998. p. 1
[9] SAID, Edward, Representar al Colonizado en Cultura y Tercer Mundo, Beatriz González (comp.), Editorial Nueva Sociedad, Venezuela, 1996, p. 49
[10] MENDEZ, Marco Tulio, La Estética Posmoderna, Artículo 9, en Hipertextos N. 7, Agosto/Diciembre 2003, www.Hiper-Textos.
[11] MIRES, Fernando, Civilidad: Teoría Política de la Posmodernidad, Trotta, Madrid, 2001, p. 132
Madre y abuela. Caminante, aprendiz del conocimiento mágico y místico. Socióloga. Magíster en Estudios de la Cultura, Estudios en economía Social y Solidaria. Experticia en Cultura Andina y Filosofía de la Interculturalidad. Investigadora. Militante en procesos de transformación. Investigadora y Profesora en la Universidad de Cuenca. Coautora, cofundadora y profesora de la Escuela de Educación y Cultura Andina de la Universidad de Bolívar. Docente de escuelas de formación de organizaciones sociales obreras, campesinas, indígenas y de género. Autora de varias publicaciones en temas sociales, filosóficos