A inicios de noviembre, en cuatro días, seis femicidios ocurrieron en el país, uno de ellos en Cuenca;113 puñaladas terminaron con la vida de Maribel, mientras la ciudad, pese a las limitaciones de la pandemia, intentaba celebrar el Bicentenario de su Independencia. El 6 de noviembre, el puente Mariano Moreno amaneció con el siguiente graffiti: “Quieren que dejemos de rayar sus muros. Fácil: dejen de matarnos”.
Una de las primeras reacciones fue de un concejal, quien, en las redes sociales, indicaba que había solicitado que “de manera directa con ínfima cuantía [se] adquiera cámaras para el sector del puente Mariano Moreno”, igualmente, exigía al Municipio “identificar a vándalos o proceder a detenerlos en flagrancia a través del sistema de monitoreo”, cerraba su comunicado señalando: “Q destrocen sus casas”. Así, el discurso del ornato y del patrimonio, una vez más, usado a conveniencia y como dispositivo político; en este caso, para negar la realidad y deslegitimar la contestación social, encarnada en el graffiti.
En la ciudad fragmentada y partida, unos colocaban flores y velas en el lugar, mientras hacían una vigilia pidiendo acciones contra la violencia de género; otros reclamaban en las redes sociales por los daños ocasionados en el puente o, tibiamente, expresaban que “no es la manera de protestar”. A la mañana siguiente, el puente amaneció casi como nuevo, pintado de blanco.
Frente a seis femicidios en cuatro días, hablar del puente y las paredes se vuelve intrascendente y trivial. Sin embargo, el lector se preguntará ¿Por qué lo estoy haciendo? Pues bien, lo hago porque creo que el puente Mariano Moreno se está convirtiendo en un símbolo de la lucha contra la violencia de género en Cuenca, pero, sobre todo, porque pienso en este puente repintado como metáfora de la ciudad.
Esta sociedad partida prefiere satanizar el feminismo, discutir sobre las paredes, el ornato y los muros, antes que cuestionar las prácticas cotidianas, los discursos y los “sentidos comunes” que naturalizan la violencia y el machismo. El femicidio no es un hecho aislado, ni cuestión de “buenos contra malos”, como aparece en el discurso de muchos, es un fenómeno social que nos incumbe a todos; pues, todo femicida es primero machista y, por tanto, producto de esta sociedad.
La sociedad debe escuchar el grito de “dejen de matarnos, dejen de violentarnos”. Y esa es una lucha que nos compete a todos, no solo a las mujeres. Lo demás es maquillaje.
Y ese puente, que ha sido pintado y repintado cientos de veces, se convierte en la metáfora de la ciudad, porque es la voz que no alcanza a ser escuchada, sino solo a partir de la clandestinidad y de la tinta; el clamor que necesita del graffiti para ser visto y atendido… y la voz que se pretende silenciar una vez más. Es el grito que asusta y que se prefiere evadir.
En una sociedad que opta por hacerse de la vista gorda y mirar para otro lado, el puente blanqueado no cambia la realidad; por el contrario, se convierte en su metáfora. El grito que se intenta silenciar permanece allí, latente, y sigue existiendo a partir de la negación.
La pintura, en tanto capa en la materialidad, corresponde no a la borradura, sino al ocultamiento, al atavío y al adorno. Existe como negación, pero detrás de esa capa blanca, se esconde la indignación y la realidad de una sociedad que se niega en sus problemáticas estructurales y en sus heridas profundas. La pintura blanca termina develando en el ocultamiento; de la misma manera en que la sociedad puede ser leída en sus propias negaciones.
El día que el femicidio genere más reacción que las paredes, y que los muros virtuales y reales se llenen de indignación por cada mujer violentada o asesinada, ese día algo habremos madurado como sociedad. Mientras tanto, seguimos con la ciudad del maquillaje y la postal; sin embargo, los puentes y las calles continúan allí y nos recordarán una y otra vez, tras el pastillaje, nuestros gritos y nuestras fisuras.
Antropóloga, Doctora en Sociedad y Cultura por la Universidad de Barcelona, Máster en Estudios de la Cultura con Mención en Patrimonio, Técnica en Promoción Sociocultural. Docente-investigadora de la Universidad del Azuay. Ha investigado, por varios años, temas de patrimonio cultural, patrimonio inmaterial y usos de la ciudad. Su interés por los temas del patrimonio cultural se conjuga con los de la antropología urbana.