En este tiempo pandémico de preocupación por lograr asepsias generalizadas, la comunicación en su amplia significación y la comunicación social -vaya pleonasmo-, en particular, se han transformado en procesos acelerados hacia la digitalización mundial. La pandemia Covid-19 y el confinamiento planetario propició la adaptación humana que ya estaba en desarrollo. Construimos la idea que internet y las redes sociales en nuestras vidas es el mecanismo mediante el cual nos protegemos, es decir, estamos en contacto con otros sin contagiarnos.
A lo largo de la evolución humana se crearon armas, herramientas, lenguajes y medios para comunicarnos, en donde cada superación tecnológica significó un nuevo modo de vivir que dejó atrás ciertos costumbrismos y al mismo tiempo, el comienzo de nuevos procesos de adaptación a las nuevas realidades de la tecnológica emergente. La tecnología entonces posibilitó nuevos modos de ver el mundo y nuevas maneras de insertarnos en él.
Los mass media del siglo pasado formaron parte de un engranaje del sistema informacional construido por un poder global para informar y controlar tanto la información, las opiniones como los consumos de los habitantes del planeta. Así, los mass media formaron parte de ese ecosistema mediático-tecnológico-evolutivo que básicamente significaba un modelo informacional en el cual, unos pocos producen y difunden mensajes “a muchos”, a millones de seres humanos. Y paralelamente se construyó un modo de representación y significación a partir de los mensajes masivos homogenizantes generados desde las élites.
Pero de pronto irrumpe internet y se abre paso a la posmedialidad. Internet se expande y configura una enorme telaraña con sitios web y plataformas digitales con infinitos propósitos y alcances. A la fecha se calcula que somos 4540 millones de usuarios en el mundo, es decir, el 59% de los habitantes del planeta estamos interconectados. Usamos internet para el teletrabajo, teleducación, comercio electrónico, tiendas online, banca electrónica, para acceder a información, para interactuar con otros seres humanos mediante sistemas de mensajería y un largo etcétera. Se produjo una reorganización y transformación de la vida cotidiana.
Esta nueva realidad a la que nos tocó asistir en el tiempo pandémico, germinó también en nuevos negocios, nuevas profesiones, nuevos modos de relacionamiento y, nuevas maneras de representarnos y representar a los demás, todo apalancado en internet. Pero cabe mencionar el otro lado del momento pandémico del Ecuador digital, el cual tiene cifras alarmantes que nos muestran la desigualdad y marginalidad. La exclusión de ese 40% de ecuatorianos que no accede a internet, el analfabetismo digital, la dependencia tecnológica con los gigantes que producen los dispositivos, el peligro del espionaje y control mundial, la inseguridad que sentimos cuando colocamos nuestros datos personales en la web, la mala calidad del servicio de internet en el país, etc.
Las redes sociales se volvieron lugares sociales en los cuales ocurren prácticas de todo tipo. Se organizó un ecosistema en red telaráñica con alcance global y desconcentrado. Superamos -aparentemente- los localismos para construir imaginarios en la globalidad. Se permitió el surgimiento de nuevas identidades digitales en donde los “egos” y “self” encuentran modos para prefabricarse y fabricar otros relatos que superan los acartonamientos y protocolos de los mass media anteriores. La devaluación de la palabra escrita -el texto- que cede espacio ante la imagen. El gusto y consumo de la imagen audiovisual, el registro de historias cortas de lo cotidiano embadurnadas con humor sarcástico y fundamentalmente, se democratiza la palabra por la vía de la interactividad.
Las audiencias transformadas en usuarios en línea que tienen como característica fundamental su preferencia por los consumos personalizados de los “egos”, y esto choca con la idea de la Opinión Pública. Recordemos que la formación opinión pública, propia de la era de los mass media, estaba asociada a la sociedad industrial. Es decir, como concepto propio de lo masivo, propio de la sociedad de masas de una sociedad industrial. La opinión pública emerge para mediar y conciliar intereses entre lo individual y lo público. Pero de pronto con internet la Opinión Pública se difumina y pierde sentido. Pierde control cuando se producen miles, millones de ideas alrededor de un tema volviendo incapaz de sostener la vigencia de una opinión publica en las redes sociales ¿Qué hay entonces? Hay tendencias transitorias #Hastags temporales, muchos de ellos pagados -manipulados-. Nos volvemos por minutos gregarios de ideas coincidentes y enseguida adoptamos otro lugar merced a nueva información que nos llega. Asistimos diariamente al consumo de una verdadera industria de las Fake News. Disfrutamos del conflicto banalizándolo y desacralizamos al poder. En ese punto estamos dando Likes y haciendo Share.
Periodista amazónico y Profesor universitario.