Rosana Encalada Rojas
La libertad de expresión y el derecho a la comunicación no son concesiones del poder: son pilares de la democracia. En Ecuador, la Constitución reconoce estos derechos como un bien público, lo que significa que no pertenecen a unos pocos —ni al Estado, ni a las empresas mediáticas—, sino a toda la sociedad. De allí que el periodismo no pueda reducirse a un oficio complaciente ni a un ejercicio subordinado a intereses políticos o económicos.
Los medios de comunicación no son meros canales de transmisión: construyen sentidos, moldean agendas, influyen en la opinión pública y pueden incidir directamente en decisiones colectivas. Por eso, su labor conlleva una enorme responsabilidad. Informar no es repetir, no es amplificar sin filtros las narrativas del poder. Informar es contrastar, contextualizar, visibilizar lo que otros intentan ocultar, amplificar voces históricamente silenciadas y defender el derecho ciudadano a la verdad.
Sin embargo, la realidad muestra otra cara. En momentos de crisis social o política, cuando más se necesita una prensa libre y rigurosa, ciertos medios optan por la comodidad del oficialismo. Justifican la violencia estatal, naturalizan el racismo, criminalizan la protesta y convierten el dolor de comunidades enteras en una narrativa funcional a los intereses de quienes gobiernan. Dejan de fiscalizar para proteger. Dejan de investigar para repetir. Y así, traicionan su función pública y su ética.
La libertad de prensa no puede ser escudo de la manipulación mediática. Tampoco la regulación debe usarse como mordaza. El verdadero equilibrio está en una práctica periodística independiente, que combine libertad con responsabilidad y compromiso con el interés público.
Hoy, frente a tensiones sociales profundas, el periodismo enfrenta una disyuntiva ineludible: servir como herramienta de control y legitimación de la violencia, o asumir su papel histórico como pilar de la democracia. No se trata de neutralidad ante el abuso ni de equidistancia entre víctimas y victimarios. Se trata de estar del lado de la verdad y de los derechos humanos.
Un periodismo que incomoda al poder, que investiga y cuestiona, fortalece a la sociedad. Un periodismo que justifica la represión y maquilla la injusticia, la debilita. La historia será implacable con quienes eligieron ser altavoces del poder cuando debieron ser su contrapeso. La democracia necesita periodistas que no tengan miedo de incomodar.
Foto tomada de https://n9.cl/9abql