Si bien se podría decir que la población femenina ha alcanzado importantes espacios en el mundo público, académico, administrativo, cultural y político; sin embargo, en la vida cotidiana aun coexisten el viejo y el nuevo orden frente a las expectativas que la sociedad tiene de ellas, pues si bien se han incorporado masivamente al mercado laboral, en la mayor parte de casos continúan siendo las únicas responsables de las tareas del ámbito privado, debido a la existencia de un orden social que reproduce la forma en la que se organiza la sociedad y sus instituciones.
Con ocasión del mes de la mujer es importante reflexionar sobre la realidad que enfrentan las mujeres que asumen simultáneamente el rol doméstico y el laboral. En la actualidad, la salud de las mujeres trabajadoras está afectada seriamente tanto física como emocionalmente debido a la acumulación de las tensiones que la vida diaria genera, ocasionando una presión ambivalente marcada por las disyuntivas que ellas deben enfrentar al asumir esta doble responsabilidad, de manera especial cuando no hay el apoyo de los otros miembros de la familia, ni políticas institucionales que aborden esta situación.
Existe la metáfora del “piso pegajoso”, que se refiere a las dificultades que enfrentan las mujeres para despegarse de las tareas del hogar, las mismas que demandan dedicación permanente limitando las oportunidades laborales e induciendo a las mujeres a quedarse en el hogar como su espacio natural. La familia, los medios de comunicación, la religión, entre otros factores refuerzan de manera naturalizada estos prototipos bajo razones de costumbre, tradición o cultura, sosteniendo que la mujer es quien debe permanecer en el hogar para garantizar que todo marchen adecuadamente y que las necesidades de todos estén satisfechas. Frecuentemente escuchamos que aquellas mujeres que priorizan el trabajo son malas esposas o malas madres, mentalidad que ejerce una fuerte presión social que induce a que muchas abandonen su profesión o su empleo para ocuparse de las tareas del hogar y del cuidado de infantes, familiares enfermos o ancianos, renunciando, o por lo menos postergando sus aspiraciones personales. Existe la tendencia a idealizar a las mujeres como madres abnegadas, esposas y objetos románticos, resaltando el papel de la mujer como complemento del hombre. Con tono afectivo se relega a las mujeres a determinados roles socialmente aprobados, afianzando estereotipos propios del orden social vigente. Cuidar del hogar y la familia es un acto de amor y bajo esta justificación se obliga a las mujeres a quedarse en el hogar como principal responsable de las tareas del cuidado.
Una suerte de lógica sacrificial que considera un mérito la actitud servicial de la mujer, aquella dispuesta a sacrificar su descanso y su realización para atender el bienestar de la pareja, los hijos, hijas o padres, es considerado una virtud femenina que se aprende de manera natural en la casa y en la sociedad. La lógica sacrificial romantiza la sobrecarga del trabajo, para cumplir con todas las tareas las mujeres suelen levantarse muy temprano y acostarse al final, si no el trabajo se acumula. La autoinculpación es frecuente cuando los demás la acusan de priorizar su empleo, las mujeres se sienten culpables o se las señala como tales, cuando no se compró el pan o la leche, cuando no está lista la comida, cuando no llevó al niño al médico o cuando los niños tienen dificultades en la escuela. Una madre no puede descuidar el cuidado de los hijos, la compra y preparación de la comida, la ropa y la limpieza de la casa. En muchas ocasiones es maestra, enfermera o psicóloga. Ellas siempre están pensando en cada cosa que falta por hacer y cuando las tareas no se cumplen, la frustración aflora con múltiples efectos sobre las relaciones interpersonales. Esta acumulación de estrés y cansancio genera el denominado síndrome de Burnout o mujeres quemadas resultado del progresivo agotamiento. Las presiones laborales y sociales, las tareas del cuidado y del trabajo, terminan afectando la salud emocional y el bienestar de las mujeres. Las investigaciones demuestran que las mujeres con empleo e hijos pequeños, presentan afecciones que se traduce en una carga de tensión constante, dolores musculares, molestias gastrointestinales y cardiacas, falta de sueño y permanente cansancio. Síntomas como insomnio, ansiedad, hipersensibilidad son comunes, produciéndose un desgaste con efectos negativos para su calidad de vida.
El trabajo doméstico en equipo no siempre se cumple, los hombres ayudan, pero no se sienten responsables del mismo. Su trabajo en el hogar es entendido como una colaboración; hasta es visto de manera heroica que un padre se quede en casa a cuidar de su bebé, hacer la comida y arreglar la casa cuando eso simplemente es parte de su rol y del ejercicio de la paternidad. Existe una gran desigualdad en las labores de cuidado pues las mujeres se dedican mucho más tiempo a ellas, aunque es verdad que cada vez más los otros miembros de la familia se suman al trabajo doméstico. La falta de conciliación en los roles domésticos suele ser motivo de conflicto, ya que difícilmente se puede encontrar armonía dentro de una relación desigual.
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Ex directora y docente de Sociología de la Universidad de Cuenca. Master en Psicología Organizacional por la Universidad Católica de Lovaina-Bélgica. Master en investigación Social Participativa por la Universidad Complutense de Madrid. Activista por la defensa de los derechos colectivos, Miembro del colectivo ciudadano “Cuenca ciudad para vivir”, y del Cabildo por la Defensa del Agua. Investigadora en temas de Derecho a la ciudad, Sociología Urbana, Sociología Política y Género.