Quienes somos lectores, no necesitamos justificaciones ni motivos para zambullirnos en los libros. Tener uno a mano, leer cada día es una necesidad vital, literalmente no podemos estar sin leer, no podemos evitarlo; y, la verdad sea dicha, tampoco queremos hacerlo, a riesgo incluso de que se nos tache –como se hace muchas veces- de esnobs, vanidosos o alabanciosos.
En Ecuador, pertenecemos a un grupo minoritario. No he encontrado datos actualizados sobre los hábitos lectores de la población ecuatoriana, pero hay información y evidencias de que la lectura no está entre las actividades masivamente practicadas por la población de todas las edades.
Abogo e incentivo permanentemente la lectura.
Leer literatura debería ser parte de la magia y el disfrute en la educación, pero también una obligación voluntariamente impuesta por cada individuo para su propio deleite.
Lo dicho no obvia la importancia de leer la prensa, noticias y artículos de opinión. Estar al tanto de lo que pasa en el país y el mundo, nos ayuda a tomar decisiones informadas, formar un criterio propio, no conformarnos con lo que se publica en X u otras redes sociales -muchas veces sin firma de responsabilidad-, pues la persona que no lee, no tiene herramientas para discriminar.
Leer lo que otra persona opina o propone, puede provocar curiosidad por saber más sobre el tema; animar a contrastar los datos y los hechos; buscar otras fuentes; incentiva la necesidad de escuchar o leer posiciones contrarias, para sacar las propias conclusiones.
En este blog, opinamos y proponemos temas que nos interesan y consideramos importantes, avizorando o esperando que también lo sean para los lectores.
La lectura sin duda mueve y conmueve, como dice Antonio Basanta- Leer contra la nada- “Leer es siempre un viaje, un irse para encontrarse. Leer, aun siendo un acto comúnmente sedentario, nos vuelve a nuestra condición de nómadas”, porque efectivamente cuando leemos nos vamos, recorremos los senderos, hábitats, moradas, paisajes, ciudades, pueblos, montañas, ríos, mares, océanos, selvas…, en las que transcurren las historias y por las que transitan los personajes que les dan vida.
Siri Hustvedt –Vivir, pensar, mirar-, señala que “Leer y escribir alteran nuestra organización cerebral”, pues cuando tenemos el hábito de leer, no sólo reconocemos las palabras y las letras que las conforman, recordamos o aprendemos las reglas gramaticales que permiten dar sentido a los textos; sabemos cuándo hacer las pausas que el escritor señala con los signos de puntuación, ejercitamos nuestro raciocinio y capacidad de comprensión; aprendemos a expresarnos verbalmente y a escribir con propiedad, es decir con un adecuado uso del lenguaje.
Irene Vallejo –El infinito en un junco- señala que, “Leer es un ritual que implica gestos, posturas, objetos, espacios, materiales, movimientos, modulaciones de luz…”para acometer ese “íntimo ceremonial de entrar en un libro”. Este ritual del que habla Vallejo, es personal y particular de cada lector. Parecerá extraño para quienes no están habituados, pero incluso cuando se lee en silencio, se escucha lo que se lee, hay inflexiones de la voz que se reproducen en el cerebro para acompañar aquello que los ojos van recorriendo. Porque tener un libro abierto nos conduce a una “actividad misteriosa e inquietante, aunque la costumbre te impide asombrarte por lo que haces”.
Leer es un acto de “conversación muda con el escritor” –dice Vallejo-, y efectivamente lo es, porque al leer interpelamos al autor, lo aplaudimos o abucheamos, le damos consejos de como debió haber dicho tal o cual cosa, construir las escenas y escenarios, dibujar a los personajes, como comenzar y terminar el relato, le increpamos por divagar, por apelar a la crudeza, el morbo, la maldad o la violencia descarnada, así como por caer en la cursilería, los lugares comunes o las historias light.
“Aprender a leer tiene algo de rito iniciático. Los niños saben que están más cerca de los mayores cuando son capaces de entender las letras. Es un paso siempre emocionante hacia la edad adulta. Sella una alianza, desgaja una parte superada de la infancia. Se vive con felicidad y euforia. Todo pone a prueba el nuevo poder”. Entonces, si el número de lectores es reducido, las familias, los sistemas educativo y de cultura, los gobiernos, las unidades educativas, las universidades, deberían analizar, buscar y encontrar las causas de porqué se pierde la emoción inicial, a qué factores se debe que desaparezca la felicidad y euforia que provoca ese poder que los seres humanos adquirimos cuando aprendemos a leer.
Haber perdido la emoción de la lectura, hace que las sociedades estén pobladas de analfabetos funcionales, pues quienes no leen, no pueden seguir instrucciones, no entienden lo que está escrito, no saben utilizar signos de puntuación, no saben de ortografía ni gramática básica, no tienen capacidad de construir frases coherentes, no pueden mantener una conversación, ni expresarse verbalmente para ser comprendidos.
En Historia de la lectura, Alberto Manguel recuerda que “Por todo el Sur de Estados Unidos, era frecuente que los propietarios de las plantaciones ahorcasen a cualquier esclavo que tratase de enseñar a otros a deletrear. Los dueños de los esclavos (como los dictadores, los tiranos, los monarcas absolutos y otros ilícitos detentadores del poder) creían firmemente en la fuerza de la palabra escrita. Sabían que la lectura es una fuerza que requiere apenas unas pocas palabras para resultar aplastante. Alguien que es capaz de leer una frase es capaz de leerlo todo; una multitud analfabeta es más fácil de gobernar. Dado que el arte de leer no puede desaprenderse una vez que se ha adquirido, el mejor recurso es limitarlo. Por todos esos motivos había que prohibir la lectura”. En la actualidad no se ahorca, ni se prohíbe, pero no se asignan recursos para la lectura, no se la incentiva. Los libros son costosos, cuando deberían considerarse artículos de primera necesidad y ser parte -como ha sugerido Juana Neira- de la canasta básica. Parece que los gobernantes de todos los estamentos y niveles están cómodos con los analfabetos funcionales y ellos no se dan cuenta que lo son.
No tener una política pública y un plan nacional de lectura contundentes, hace pensar que quizá no se deba a falta de conocimiento, capacidades, interés o valoración de las autoridades nacionales y locales, sino que existe una intencionalidad de volver a prácticas abolidas junto con la esclavitud, porque “Leer es siempre una expedición a la verdad” como lo dijo Kafka, o porque la lectura acerca el conocimiento; y, el conocimiento es poder, entonces, ¿hay que limitarlo?
Esa y otras preguntas hay que seguir formulando y buscar sus respuestas, sin que dejemos de hacer todo lo que podamos, para contribuir a revertir los efectos perniciosos provocados por falta de hábitos lectores.
El tema apasiona.
Este debate debe continuar…
Portada: imagen tomada de: https://sosteachercr.com/
Mujer estudiosa y analítica, lectora atenta y escritora novel. Doctora en Jurisprudencia y Abogada – Universidad de Cuenca, Máster en Gestión de Centros y Servicios de Salud – Universidad de Barcelona, Diplomado Superior en Economía de la Salud y Gestión de la Reforma – Universidad Central del Ecuador. Docente de maestría en temas de políticas públicas y legislación sanitaria –Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; en el área de vinculación con la sociedad, legislación relacionada con el adulto mayor – Universidad del Adulto Mayor. Profesional con amplia experiencia en los sectores público y privado, con énfasis en los ámbitos de legislación, normativa y gestión pública.