Corría el año de 1789 en la ¿apacible? ciudad andina de Cuenca y el embargo de una casa fomentó la disyuntiva entre María Cotes de Peralta y Catalina Azuero, lo que desembocó en una trifulca entre Rosa, descendiente de la primera, con la segunda. Según se informó, después de misa en la iglesia “de Nuestro Señor San Francisco”, en medio de la plazoleta en honor al santo seráfico, Azuero ofendió a Juana, hija de Rosa, “niña tierna, doncella y menor de 12 años con el feo dicterio de putilla”.
Rosa retornó a su hogar, pero “arrebatada en el calor de tan grave injuria se desembarazó de la ropa de Iglesia” para luego acudir hasta la casa de Catalina; no obstante, “lejos de hallar un recibimiento urbano” se encontró con “una fuente de agua de ají por la cara con la que le bañaron y lastimaron los ojos”. Además, se formó un tumulto que apoyaba a Azuero y entre todos continuaron ultrajándola: le arrancaron una gargantilla de perlas, le mancharon su pollera de Castilla y le despedazaron la camisa de lino al igual que el sombrero.
Esta breve historia muestra un suceso que, de seguro, estremeció a la sociedad de aquel entonces; el mismo lo hallé en la sede del Archivo Nacional de Historia del Ecuador que se encuentra en la capital azuaya y a quien esté interesado en escudriñarlo con detenimiento, lo debe solicitar con la signatura 85.771. Sin embargo, después de leerlo me llevó a reflexionar sobre el comportamiento que tenemos los humanos y que tanto hemos cambiado respecto del siglo XVIII.
Así y de forma casi inmediata recordé aquel suceso acaecido hace pocos años atrás, cuando un grupo fundamentalista vandalizó el puente “Vivas nos queremos”, que antaño se conoció como “Mariano Moreno” y fue rebautizado de esta manera para rendir tributo a la lucha feminista. Sin embargo, el hecho no quedó allí, ya que también se colocó un cartel muy ofensivo contra una de las activistas que más han liderado dicha causa, donde se le amenazaba y vituperaba en base a su filiación étnica. En consecuencia, pude concluir que ciertos miembros de la sociedad siguen replicando parámetros propios de estadios arcaicos, los cuales se caracterizan por su insipiencia.
En este contexto, mi reflexión se redirigió a determinar si la persecución es una actitud natural del ser humano, es decir, relacionada con nuestras pulsiones (instintos) más básicas y, por ende, inserta en la dimensión genética o es un comportamiento adquirido y que se fomenta, en mayor medida, por la formación que tenemos y la carencia de herramientas para controlar las trampas de nuestro ego. Así, he inferido que la segunda opción es más plausible, ya que a pesar de existir sujetos que tienden al acoso ante disyuntivas ideológicas hay otros que no, quienes se mantienen cautos y respetuosos ante otros paradigmas.
En este sentido, el hostigamiento a manera de emboscada que relaté en párrafos anteriores, quizás al día de hoy no es una praxis tan común como en centurias previas, pero existen otras formas que resultan tan perniciosas como esta y que lamentablemente han ido in crescendo, con esto me refiero al acoso vía redes sociales o al psicológico. Este último puede aparecer tanto en el medio familiar como laboral, ocasionando que vivamos en un mundo donde si no se comparten criterios con tu entorno inmediato estés condenado al ostracismo.
Para ejemplificar y tomando como referencia el segundo caso, es usual que en ámbitos de trabajo existan diferencias ideológicas y aunque, técnicamente, uno supondría que va a existir respeto sobre todo al estar en un ambiente de profesionales, no es extraño escuchar que en muchos casos haya una suerte de persecución que no es física, pero sí psicológica. Lo expuesto pone sobre la palestra la necesidad de volvernos conscientes sobre este tipo de situaciones, ya que es la única manera en que podremos combatirlas.
Por lo tanto, considero que la mejor forma de hacer ciudad y sociedad es dejando el miedo a un lado y aunque entiendo que en un medio laboral, donde estamos expuestos a que, inclusive, nos despidan por este hecho, tendamos a no expresar nuestras perspectivas, me parece que al hacerlo se va a ir generando un cambio y, por ende, se estará propiciando una suerte de revolución que fomentará un mundo mejor, el cual se fragüe en libertad y derecho a opinar con soltura.
En conclusión, hay que buscar ser como Rosa Cotes de Peralta, quien a pesar de ser vituperada y ultrajada por esa muchedumbre no se quedó callada y acudió ante al procurador, para que su caso sea escuchado y debido a esto quedó escrito, con lo cual más de dos siglos después lo pude leer y reflexionar rededor de él. Estamos en una época en la que es necesario levantar la voz, porque como mencioné la persecución e irascibilidad son aprehendidas, sin duda, por la falta de inteligencia emocional y una evidente carencia de herramientas para controlar al ego; este último definible como el peor de los males que aqueja a la humanidad y, con seguridad, el principal culpable de los conflictos de todo tipo incluyendo los bélicos.
Humano curioso, observador y pensador innato. Amante de la historia, cultura y geografía. Licenciado en Gestión Cultural por la Universidad de Los Hemisferios (Quito); máster en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla (Sevilla); especialista en Gestión de Museos y Centros Culturales por la Universidad del Azuay (Cuenca). Se dedica a la investigación de manera independiente y su área principal de indagación está centrada en la historia arquitectónica, social y cultural de la capital azuaya y sus alrededores.