HABLAR DE CUENCA Y SU FUTURO
Más que una estructura material y una realidad objetiva, la ciudad es un conjunto de interacciones permanentes, el escenario de múltiples historias y experiencias que moldean la conveniencia e influyen en la idiosincrasia de sus habitantes. La ciudad es un estado de ánimo, un conjunto de costumbres que se trasmiten mediante la tradición. En otras palabras, la ciudad no es simplemente un mecanismo físico y una construcción artificial: está implicada en los procesos vitales de la gente que la habita; es un producto de la naturaleza y en particular de la naturaleza humana (Park, 1999).
Las ciudades son también un sistema de signos y lenguajes que se expresan en sus calles, edificios, plazas y monumentos. Estos elementos culturales y simbólicos guardan la historia y la memoria colectiva, bases de la identidad de sus habitantes. Para hablar de Cuenca, necesitamos entender su código genético, visualizar las señales que se transmitieron en el tiempo, reconocer que las repúblicas latinoamericanas nacieron bajo la herencia occidental que se naturalizó, Foucault diría se corporalizó. Así, practicamos una ciudadanía que idealiza el estereotipo europeo, la cuencanidad afrancesada y colonial que se vanagloria de pensar en Cuenca como la Atenas del Ecuador. Nuestra concepción de ciudadanía se construyó a partir de la desvaloración de lo propio, lo fundacional se invisibilizó y lo autóctono se folklorizó.
Los lugares históricos y el patrimonio construído como elementos que definen nuestra identidad, han sido rediseñados bajo el imaginario occidental, para sumarnos a la homogenización global. Los diseños urbanísticos no reparan en este tema, existe una tendencia gentrificadora que está transformando barrios tradicionales en lugares de moda. Hay quien aduce que aquello revaloriza el sector; pero esta acción también cambia el uso del suelo, diluye la memoria histórica, desplaza la cultura local, borra elementos del pasado, altera las costumbres del lugar, y fundamentalmente desplaza a los residentes tradicionales del sector.
Aunque no todo proceso de intervención urbana es destructivo; la gentrificación hizo que muchos de estos cambios sean agresivos. Diversos proyectos se levantan por todas partes de Cuenca, con la complacencia de la población que, encantada con el brillo de los grandes edificios, invierte en ellos. Construcciones que se asientan sobre lo que antes eran espacios históricos o naturales. El rediseño de calles parques, plazas y de manera especial los megaproyectos impactan en la vida de las y los habitantes, transformando profundamente la cultura urbana y diluyendo los elementos de la ciudad tradicional, sin importar las posibles consecuencias sociales y ecológicas.
Si ponemos atención en el diseño de obras que se han implementado en la ciudad, notaremos que muchos elementos históricos ya no están, que no se respetaron las claves identitarias, que prevaleció el interés económico, la mercantilización de bienes y servicios, su transformación en commodities. Además, a nombre del desarrollo urbano y el fomento del turismo, este proceso está sustentado en una normativa legal.
La ciudad es un organismo vivo cuyo metabolismo depende de las decisiones sobre cómo intervenimos en sus espacios. Vivimos sometidos a la lógica del mercado y su lifestyle, modelos que promueven la segregación social del espacio y la fragmentación de la ciudad, lo que atenta contra el sentido de su existencia. Nos hemos ido acostumbrando a las inequidades en el acceso a los servicios, a la saturación del tráfico, a la contaminación, a las largas distancias e incomodidades de todo tipo convencidos de que ese es el estilo de vida en la ciudad moderna. Sin embargo, estas incomodidades son resultado de los criterios con los que se construyen las ciudades bajo el circuito de la urbanización platanaria.
Cuenca conserva valores tradiciones de su identidad como la relación con las montañas y la naturaleza, su identidad con los ríos, su cálida hospitalidad, su capacidad emprendedora y pujante y su profunda sensibilidad artística que se manifiesta en las calles, plazas y espacio urbanos, lo que les han convertido en una ciudad con alma a pesar de la corriente arrolladora del modelo vigente, a pesar del consumismo que convierte en desechable todo lo que toca. La identidad de las y los cuencanos se resiste a rendirse ante la homogenización cultural del sistema, esa es su fortaleza frente a propuestas dominantes como los malles, las cadenas de comida rápida, las urbanizaciones exclusivas o excluyentes. Pero existe también la posibilidad que en un futuro muy cercano Cuenca sea una ciudad llena de grandes edificios que nos impiden ver las montañas, donde nadie se salude y donde triunfe la indolencia, el miedo y la desconfianza. Revertir esta lógica implicará una profunda regulación de la ciudad con medidas destinadas a hacer frente a los efectos de estas corrientes basadas en una redistribución regresiva del suelo urbano que ahora es prevalente. Las claves del pasado, los lugares simbólicos, los monumentos y el patrimonio construido, natural y humano, deben ser preservados para no permitir que la tendencia gentrificadora se imponga.
Ex directora y docente de Sociología de la Universidad de Cuenca. Master en Psicología Organizacional por la Universidad Católica de Lovaina-Bélgica. Master en investigación Social Participativa por la Universidad Complutense de Madrid. Activista por la defensa de los derechos colectivos, Miembro del colectivo ciudadano “Cuenca ciudad para vivir”, y del Cabildo por la Defensa del Agua. Investigadora en temas de Derecho a la ciudad, Sociología Urbana, Sociología Política y Género.