PREGUNTA SIN RESPUESTA
El fin del año 2022 se acerca en medio de una crisis multicausal que pone a la humanidad al filo del colapso. Para comenzar, la crisis ambiental se evidencia con el rotundo fracaso de la COP 27 donde se demostró, una vez más, el descaro y la indolencia de los líderes políticos mundiales que no están dispuestos a poner la vida del planeta y de la humanidad por delante de la economía de mercado. El principal acuerdo de la cumbre es la creación de un fondo para enfrentar pérdidas y daños en los países más vulnerables a causa del cambio climático, pero en ningún caso el acuerdo fue terminar con las causas que amenazan la salud y la seguridad ambiental de estos pueblos. También se hicieron promesas, de esas que nunca se cumplen, como destinar 230 millones de dólares al Fondo de Adaptación para ayudar a las comunidades a adaptarse al cambio climático, es decir, compensarlas por someterse a los efectos de la depredación y el extractivismo, pero de ninguna manera se acordó detener las razones que generan destrucción y muerte de miles de especies animales y vegetales, la contaminación del agua y del aire, el empobrecimiento del suelo y el efecto de los gases de invernadero que atentan contra toda forma de vida. El financiamiento de este fondo requeriría transformar completamente el sistema financiero con la participación de los gobiernos, los bancos centrales, los bancos comerciales, los inversores institucionales y otros actores financieros. Esto es una utopía, por no decir una gran mentira igual al objetivo del 2020 de hacer que los países desarrollados movilicen 100.000 millones de USD hacia los países afectados por las emisiones de carbono generado por sus industrias. Según el informe, el cumplimiento de los compromisos actuales por parte de los gobiernos nacionales sitúa al mundo en la senda de un calentamiento de 2,5 °C para finales de siglo. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU indica que las emisiones de gases de efecto invernadero deben reducirse en un 45 % de aquí a 2030 para limitar el calentamiento global a 1,5°C., esto no sucederá, a pesar de que ya no queda región de planeta libre de esta amenaza.
Por otro lado, la crisis se manifiesta en la inseguridad y violencia que vivimos a diario en las calles y barrios de nuestras ciudades en América Latina. El hambre y la pobreza son caldos de cultivo para reclutar a miles de jóvenes de las barriadas periféricas, jóvenes que nunca tuvieron nada, jóvenes cuyas vidas caen en las redes del narcotráfico para terminar como sicarios, como el tristemente conocido “cara sucia” quien a sus 16 años tenía un macabro historial, tal vez menos violento como su propia sobrevivencia. Estamos viviendo una guerra en medio de esta alarmante realidad donde mueren diariamente cientos de personas. La economía mafiosa ha sometido a la economía formal, tanto pública como privada, a sus dinámicas corruptas atravesando cada vez más al Estado, a las fuerzas policiales y militares, a los órganos de justicia, a los gobiernos locales. En el ámbito privado las empresas exportadoras, comerciales y bancarias dedicadas a lavar millones de dólares resultados de negocios sucios. Cientos de nuevos ricos aparecen todos los días en las ciudades. Pero, además, la narcoeconomía es un actor político en nuestros países, pues está detrás de varios partidos, financiando candidaturas, como se advierte en Ecuador.
La debilidad del Estado nacional se ve profundizada en la mayor parte de países latinoamericanos donde sus gobernantes han colocado al Estado bajo el dominio de las grandes corporaciones transnacionales y los tratados de libre comercio en perjuicio de las pequeñas economías nacionales que no están en condiciones de competir con las primeras. Las corporaciones son los nuevos imperios de la actualidad. Ellas deciden la vida y la muerte de nuestros pueblos. Arribamos a una etapa de desglobalización dominada por los corporativismos imperialistas que han puesto al Estado en total descomposición, a través de una reorganización geopolítica en función de este nuevo orden imperialista corporativo.
De otro lado, también es necesario anotar la debilidad de las sociedades secuestradas por las redes sociales, el TikTok y las noticias sensacionalistas que provocan un bloqueo mental, profundizando la indolencia frente a las realidades humanas más dolorosas como la guerra, la migración, la trata de blancas, la desnutrición crónica infantil, el desempleo, la violencia de género. La cultura del descarte ha llevado a las personas a un consumismo exacerbado que no tiene nada que ver con las necesidades. La humanidad se ha vuelto un gran mostro consumista y depredador. Testigos mudos de la corrupción y la injusticia hemos caído en una profunda fragmentación social cuyas consecuencias han generado desconfianza y miedo, relaciones humanas vulnerables y efímeras, una tendencia a la confrontación basada en el odio, sobre todo hacia el que no piensa como yo. O estás conmigo o estás en mi contra, es la consigna.
La percepción del futuro es desoladora. En medio de tanta incertidumbre, nunca antes habíamos sentido tanto temor e inseguridad. Solo nos queda preguntar qué debemos hacer frente a esta realidad, cómo reconstruimos un proyecto de vida colectiva más fraterna y más humana, cómo recuperamos la paz y la tranquilidad social, cómo hademos parte de una nueva sociedad más solidaria, cómo cuidamos la única casa que tenemos para vivir, cómo salvamos a nuestros niños del crimen organizado, en fin…: ¿Qué debemos hacer para que el 2023 sea, de verdad, un feliz año nuevo?
Ex directora y docente de Sociología de la Universidad de Cuenca. Master en Psicología Organizacional por la Universidad Católica de Lovaina-Bélgica. Master en investigación Social Participativa por la Universidad Complutense de Madrid. Activista por la defensa de los derechos colectivos, Miembro del colectivo ciudadano “Cuenca ciudad para vivir”, y del Cabildo por la Defensa del Agua. Investigadora en temas de Derecho a la ciudad, Sociología Urbana, Sociología Política y Género.