LA RIDÍCULA IDEA DE NO VOLVER A VERTE
El título de este artículo, lo tomo prestado de la obra del mismo nombre de Rosa Montero, pues ante la muerte de alguien cercado, una de las primeras cosas que sentimos es que nunca más lo volveremos a ver.
Me pasa también que de alguna manera “revive” el recuerdo de los sentimientos y las sensaciones que se produjeron frente a otras muertes, parece que los que antes se fueron decidieran juntarse para recordarme el inexorable destino que a todos nos espera, o para aplacar en algo la tristeza y el dolor que se producen frente a una nueva definitiva partida.
Desde hace algunos años aprendí a ver la muerte como parte de la vida, una verdad de Perogrullo, lo que de ninguna manera evita el impacto emocional e incluso físico que puede producirse, pero sí los hace más llevaderos.
No tenía pensado escribir sobre la parca, el detonante para hacerlo fue que hace pocos días se llevó a otra persona cercana y querida, quizá no vuelva a tocar el tema o quizá sí, pero nunca es mal momento.
Mientras sigamos aquí, tendremos que despedir a muchas personas importantes, trascendentales, irremplazables, familiares o amigos cercanos; veremos también llegar a otros que nacen. En esos momentos, por instantes como dice Rosa Montero se produce un salirnos del tiempo, porque “…la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina. Cuando un niño nace o una persona muere, el presente se parte por la mitad y te deja atisbar por un instante la grieta de lo verdadero: monumental, ardiente e impasible”. Montero grafica con maestría la sensación que se produce frente al inicio o el fin de una vida, son instantes en que creo todos hacemos una especie de balance, segundos o minutos en que vamos mentalmente de atrás para adelante y viceversa, en que nos enfrentamos con ángeles y demonios, recordamos lo bueno y malo del que se va, lo que hicimos y dejamos de hacer, lo que ya nunca haremos, o lo que podremos compartir con el que llega.
La muerte nos confronta, nos remueve, como dice Rosa Montero –citando al periodista Iñaki Gabilondo- No todo es horrible en la muerte, sobre todo si quien murió tuvo una vida plena, si dio y recibió, si fue un buen ser humano, si deja un legado de honradez, de rectitud, de consecuencia, de bien obrar. No todo es horrible en la muerte si queda la impronta, el ejemplo, el tiempo compartido con dificultades y tropiezos pero con balance positivo. No todo es horrible en la muerte si nos permite darnos cuenta que estamos vivos, si nos recuerda lo verdaderamente importante, si incluso nos hace dimensionar la fragilidad de la vida.
La muerte genera culpas, que antes no se veían, que estaban ocultas o que no lo eran, pero cuándo ella sucede aparecen a tropel. Culpa por no haber dicho, por no haber hecho, por haber dicho y haber hecho, culpa que sentimos o que nos hacen sentir. Para no tener tantas, tenemos que aprender a ser generosos con los vivos, a escoger las batallas que queremos pelear y también las que queremos ganar.
No esperemos que alguien muera para conocer su vida, acerquémonos a su historia, es verdad que lo que tenemos es el presente, pero somos producto de un pasado y ojalá podamos ser parte de un futuro, compartamos lo que sabemos, lo importante, insistamos en transmitir los valores que aprendimos, los que nos inculcaron en la casa y la familia, que las nuevas generaciones sepan de dónde venimos y de donde vienen. Que aprendan a valorar también el trabajo y el esfuerzo, que quienes tienen la fortuna de no tener carencias materiales, no asuman que son privilegiados en abstracto, sino gracias al trabajo de sus antecesores, yo lo sé, valoro el trabajo tesonero de mis padres, el que vi de mis abuelos, el mío propio y el de mi marido – muchos años ya en que hemos tenido que acostumbrarnos a la ridícula idea de no volver a verle, así como a mis otros muertos-.
La muerte no avisa el momento exacto de su llegada, pero muchas veces se anuncia y en ocasiones esa proximidad más allá del dolor, puede dar serenidad, une a los que están, puede ayudar a sanar heridas a limpiar las almas, por momentos es un espacio de reconciliación con nosotros y con los otros. La proximidad de la muerte sana al que está en camino, pero también duele, rompe, separa, trae soledad, desasosiego, silencio, calma. Produce efectos contradictorios, como la vida misma.
La muerte es para los creyentes un tránsito, un paso obligado a una dimensión mejor, una resurrección. Creo que somos materia y espíritu y me gusta pensar que cuando abandone el cuerpo físico que habito me reencontraré con los que me antecedieron, quizá por instantes eternos y posiblemente para volver a incordiar otro cuerpo, quien sabe.
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Mujer estudiosa y analítica, lectora atenta y escritora novel. Doctora en Jurisprudencia y Abogada – Universidad de Cuenca, Máster en Gestión de Centros y Servicios de Salud – Universidad de Barcelona, Diplomado Superior en Economía de la Salud y Gestión de la Reforma – Universidad Central del Ecuador. Docente de maestría en temas de políticas públicas y legislación sanitaria –Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; en el área de vinculación con la sociedad, legislación relacionada con el adulto mayor – Universidad del Adulto Mayor. Profesional con amplia experiencia en los sectores público y privado, con énfasis en los ámbitos de legislación, normativa y gestión pública.